Da el veneno con miel, así no lo notarán y serán felices hasta que sea demasiado tarde.
Su mano tembló al firmar los papeles legales de la libertad condicional. Jennie aferrándose a ella en todo momento; no podía siquiera mirarla a los ojos. En ese momento no sentía nada más que repulsión por la que era su mejor amiga.
Estaban en una grisácea oficina, con una mujer de expresión aburrida que le indicaba a Jennie todo el procedimiento a seguir. El molesto sonido de un viejo y oxidado climatizador a su espalda.
—¿Todo en orden entonces? —preguntó Jennie.
Irene no levantaba sus ojos del suelo.
—Sí. Mientras se mantenga alejada de problemas no la veremos nuevamente por aquí. El arraigo nacional se revocará dentro de tres meses. — Jennie asintió y le extendió la mano a la encargada de los trámites judiciales.
—De acuerdo. Muchas gracias. —Uno de sus brazos se aferraba a Irene, a la chica de facciones filosas que parecía, iba a desmayarse en cualquier momento.
Marchita.
Vulnerable.
Rota.
Sucia.
Enamorada.
De Seulgi; siempre suya. Escondiendo celosamente el tatuaje de su dedo anular del mundo. Parpadeando con lentitud, sin enfocar la mirada en nada.
—Vamos, Irene.
Se dejó arrastrar por Jennie hasta la entrada de Camp Alderson. Como una perdedora, sin nada en sus manos además de la historia tatuada en su cuerpo, con tinta y cardenales de besos. Escuchando algunos gritos y vociferaciones a sus espaldas a medida que se alejaba. Las bestias de Seulgi, las súbditas de la emperadora.
Irene sonrió. Porque su historia no moriría, había quedado plasmada en aquellas paredes de concreto y barrotes oxidados. Había testigos, mujeres caídas sin alma que atestiguarían en el más allá cómo la emperadora de la prisión cayó por una simple prisionera. Como esa prisionera le entregó todo, hasta el tuétano de sus huesos. Y ahí estaba, fingiendo que comprendía el movimiento de los labios de su mejor amiga, quien al parecer intentaba decirle algo, pero nadie podría condenarla por ello, no era su culpa.
Un amor tan dulce, tan intenso. La hacía curvar sus labios en una sutil sonrisa, de solo recordar la forma en que Seulgi la veía cada vez que terminaban de follar, con tanta devoción y miedo... Porque Irene era la única que podía amarla, era la única que podía dañarla.
Mierda, genuinamente no podía creerlo. Al principio incluso contaba las sonrisas de Seulgi, las reales. Temerosa de que no hubieran más. Con el tiempo perdió la cuenta y ahora lo lamentaba. Porque quería recordarlas todas, quería tenerlas presente cada vez que cerrara los ojos.
—Irene, ¿estás escuchando? — Jennie chasqueó sus dedos frente a Irene, quien parpadeó y sacudió la cabeza—. Te decía que por hoy te quedarás en mi piso y mañana iremos a tu casa, ¿de acuerdo?
Irene se encogió de hombros. Como si le fuese a importar alguna mierda a donde Jennie la llevara.
Se sentó en el asiento trasero del vehículo de Jennie, mirando al techo de este. Cuando la abogada comprobó que Irene tuviera el cinturón de seguridad puesto, igual que lo haría una madre, se sentó en el asiento del conductor. Irene bajó la vista a su mano izquierda. Su resentido tatuaje de anillo nupcial frente a sus ojos. Llevó la mano a sus labios y besó su dedo anular, con sus orbes cerrados y la desoladora angustia propagándose por su torrente sanguíneo.
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Prisionera - seulrene
FanfictionCuando Irene Bae escuchó la sentencia del jurado, el mundo se desmoronó ante sus fanales vidriosos, condenada a cinco años de prisión por una negligencia médica que no cometió, fue trasladada hasta una prisión de máxima seguridad, tenía sus días con...