XV

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—Seulgi, ¿qué harías si pudiéramos irnos de aquí?

La castaña levantó la vista de su bandeja de comida. Irene la miraba reservada y juiciosa, a la espera de una respuesta. Masticó lentamente y tragó con ayuda de un vaso plástico de agua.

—No he pensado en eso— respondió antes de pinchar un trozo más de pollo y echárselo a la boca. Irene sonrió.

—¿De verdad? Yo sí lo he pensado.

Seulgi le dio una mirada rápida. Un ligero brillo en sus ojos la delató, así como la curvatura de las esquinas de su boca que formaban a su paso aquellos hermosos hoyuelos que derretían a Irene.

—Bah. No me extraña, con tu vena cursi... Seguro que ya tienes todo un plan, ¿me equivoco?

—No. No te equivocas. De hecho, hay ciertos aspectos que estaría complacida de discutir.

Seulgi rodó los ojos. Acostumbrada a las excentricidades de su corderita, le hizo un gesto con la mano para que se animara a continuar. Irene cepilló su labio inferior con los dientes, sus mejillas ruborizadas delatándola.

—Venga. Lánzalo.

—No pienso ser la única que haga limpieza.

—... Irene.

—No me importa, Seulgi. Trabajo de equipo o nada y terminamos viviendo en la mierda.

—¡Pero si la limpieza se me da fatal! Olvídalo, vivimos en la mierda entonces—

Irene enarcó ambas cejas y apretó los labios. —Bien, quizá podría ayudar de vez en cuando.

—Comidas familiares una vez al mes.

—No me jodas.

—¡Mi familia es encantadora!

—Corderita... Prefiero meter los dedos en un sartén con aceite hirviendo que participar en tus comidas familiares.

—... Eres odiosa — Soltó un suspiro y se llevó una cucharada de puré de patatas a la boca. Masticó lentamente, pensando en su siguiente propuesta. —Tú te encargarás del desayuno y yo de la cena. Seguro y me toca almorzar en el hospital, así que nada.

—Hm. Si eres una puta holgazana, qué desayuno vas a preparar tú.

—Por lo mismo, Seulgi. Lo preparas tú y no puede contener ni carne, ni frituras o mierdas de alto valor calórico. Idealmente ligero y sustancioso.

—¡Que te follen!— El rostro de pánico de Seulgi era casi gracioso. Labios entreabiertos y cejas profundamente fruncidas formando un pliegue al medio de ambas.

—¡Seulgi!

—¿Pero qué me estás diciendo? ¿Quieres alguna mierda de esas que pasan en los comerciales?— Irene se encogió de hombros, con una sonrisa traviesa en sus labios. —¿Cereales con fruta y leche, un muffin recién horneado y un vaso de jugo de naranjas?

—Eso suena bien.

—Y un demonio. Comeremos costillas, patatas fritas... Hamburguesas con barbacoa y café negro". Contó con sus dedos todos los alimentos que pretendía desayunar cada día de su vida si lograban salir de ahí. Ambas disfrutando aquella mentira idílica.

—No pienso desayunar eso.

—Entonces te cagas de puta hambre. Jodida malagradecida... Más encima te cocino y todo.

Prisionera - seulreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora