XX

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Joy caminaba hacia su celda. Llevaba una carga de ropa nueva en los brazos; cortesía de Reynolds. Una sonrisa perlada le surcaba la boca y en realidad sí, estaba feliz.

Era una maldita perra feliz. Las cosas en Camp Alderson marchaban bien y ella en particular, estaba agradecida de la calma que había en aquella fúnebre penitenciaría desde que Reynolds asumió el control del Under.

Nunca imaginó que estaría dentro de ese lugar tanto tiempo; que decidiría quedarse ahí. Mucho menos por amor; pero ya le daba igual. Estaba en Camp Alderson por Wendy, eso no era un secreto.

Decir que su padre estaba enfurecido con ella por querer permanecer ahí era decir lo menos. Su madre... De su madre ni siquiera había tenido noticias y eso era en realidad lo único que le generaba cierta angustia. Ella era una mujer de salud delicada y por más que intentara obtener algo de información sobre el estado de ella, todo era en vano.

Esas eran las consecuencias de su decisión, una que continuamente se cuestionaba. ¿Realmente valía la pena quedarse en Camp Alderson por una mujer que le era infiel la mayor parte del tiempo? La respuesta era no, bajo ningún motivo Wendy lo valía. El problema real era que a Joy, no le importaba. Sin embargo, ella sabía que en algún momento debería dimitir de su amor por la rubia y salir de Camp Alderson. Sabía que había un mundo fuera esperando por ella; un mundo que no le permitiría tener un romance de cuentos de hadas.

Como única sucesora de su padre, había un imperio anhelándola; un imperio donde el amor era un talón de Aquiles. Solo que Joy prefería negar la realidad y pensar que ella y Wendy vivirían juntas para siempre.

Llegó a la celda y su sonrisa cayó cuando vio a Wendy de pie, abrochándose el pantalón. Otra mujer se encontraba en la cama, luciéndose exactamente como alguien que acababa de ser follada. El pecho de Joy se encogió, sus manos temblaron y la respiración comenzó a dificultársele. Nunca comprendería por qué Wendy hacía eso, por qué le era infiel.

—Roja... —susurró con cuidado Wendy, intentando acercarse a Joy, quien a su vez retrocedió.

—No —respondió tajante. No quería explicaciones; las había dejado de necesitar mucho tiempo atrás—. Estoy cansada de esta mierda. —Bajó la mirada y soltó la ropa en el suelo—. ...Estoy tan cansada.

—Joy... bebé. —Wendy le dio una mirada a la chica que se encontraba en la cama luciendo aterrada, exigiéndole sin palabas que se largara de ahí. La que había sido su amante pocos minutos antes no demoró en marcharse, dejándolas solas—. Sé que la jodí pero...

—¿Sabes qué es lo peor? Que cada día me cuesta más ignorar lo que haces. —Sonrió, volviendo su mirada a Wendy—. No sé por qué quieres que deje de amarte, pero créeme, yo también quiero hacerlo...

Wendy negó con la cabeza y pasó por el lado de la pelirroja, golpeándola ligeramente con el hombro antes de salir de la celda. Las peleas ya no eran como antes, Joy ya no le gritaba que dejara de ser infiel; ya no había rabia, solo decepción.

¿Por qué Wendy intentaba alejarla? ¿No quería que Joy la amara?

Ojalá fuera tan fácil, ojalá Joy pudiera controlar la manera en que se sentía por Wendy; pero no lo hacía.

Sus sentimientos eran persistentes y caprichosos, mientras más intentaba dejar de amar a la rubia, más la necesitaba. Una dependencia enfermiza que tarde o temprano iba a terminar destruyéndola.

Joy miró la cama con asco, inclinándose hacia adelante para sacar las sábanas con sus dedos. Las arrancó de un tirón y salió de su celda, donde lanzó la ropa de cama con un grito ahogado en su garganta. No duró ni tres segundos en el suelo cuando una rea pasó por ahí y las tomó, sonriendo agradecida a Joy, quien bufó y se adentró nuevamente a su mazmorra.

Prisionera - seulreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora