III.

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Un beso y la gloria.

Para empeorar todo, tiritaba. Más su cuerpo permanecía febril. La culpa era de Seulgi, de su mirada enardecida y aguda.

—Vístete —ella le indicó finalmente. Colocándose de pie y tomando su propia camiseta. Irene ladeó la cabeza sin comprender el actuar de Seulgi —. ¿No me escuchaste, corderita? Vístete o me arrepentiré de esto.

—Uh. Sí.

Irene tomó su ropa del suelo y con una rapidez apremiante, comenzó a vestirse. Sin levantar el rostro, observaba a su dueña a través de sus largas pestañas. Seulgi fue la primera en estar lista, naturalmente. La escultural convicta se apoyó en una pared y con brazos cruzados, esperó a que Irene estuviese completamente envuelta en sus viejos harapos.

—Vamos —indicó cuando Irene terminó de amarrarse los cordones de sus zapatos.

La pelinegra asintió en silencio. No iba a preguntar por el cambio de opinión de Seulgi. ¿Había sido porque ella se lo pidió? Bueno, quizá estaba siendo engreída, pero vamos. No dañaba a nadie que pensara así. Solo sabía que era la segunda vez que la mujer estaba a punto de follársela y no lo hacía. Bendita fuera su linda vagina que aún estaba a salvo. Seulgi aferró su mano al pomo de la puerta, Irene pisándole los talones. La pelinegra pensó que saldrían del camerino, más sus pensamientos fueron arrasados cuando Seulgi, en un movimiento súbito y violento, la empujó contra la pared más cercana.

—Beso —gruñó Seulgi.

Con manos ágiles sometió a Irene, haciéndola levantar sus brazos y apresándole las muñecas por encima de su cabeza con una mano. Irene gimió, aguda y temerosa, sin embargo, aún no reaccionaba ante tal súbito cambio, cuando los labios de Seulgi se estrellaron contra los propios. Sus sentidos se estimularon, su torrente sanguíneo se hizo sentir por todo el cuerpo, haciendo palpitar violentamente los puntos donde su pulso se encontraba. El aire estaba retenido en sus pulmones y sus piernas cedieron. Seulgi la sostenía de la cintura con una mano, con una de sus piernas encajada entre las piernas de Irene. Respiraba jadeante y densa, expeliendo su caliente vaho sobre los labios de la contraria. Las hormonas destilaban de su cuerpo en un arranque pasional. Irene podía palpar el deseo de Seulgi en ese beso.

Los labios de su dueña eran calientes y llenos, sabían a tierra y sal; obscenos. Entreabrió los propios cuando la lengua de Seulgi lo demandó, queriendo abrirse paso en Irene. Jadeó de angustia al sentir a Seulgi presionándose contra ella de manera animal. Creía que la castaña la rompería en cualquier momento. Sus bocas estaban fusionadas y la lengua de Seulgi recorría su pequeña cavidad bucal. Era lasciva y hambrienta, un beso tan caliente donde sus salivas, se mezclaban en una sola. Donde sus respiraciones salían entrecortadas. Irene jamás había sido besada de esa forma, tan lasciva y picante. Seulgi se follaba su boca con aquel beso, no le daba la oportunidad de pelear, de siquiera intentar mover su lengua por voluntad propia. La guiaba con malicia; succionando, mordiendo y tironeando. En un punto, Seulgi soltó sus muñecas e Irene, sometida y mansa la llevó hasta el cuello de Seulgi, rodeándola como que debía sostenerse para no caer. Bien decía, estaba embriagada de Seulgi.

Seulgi gruñó, ronca y fastidiada ante la acción de Irene, y aun cuando la pelinegra debería haberse retractado, quitar sus brazos del cuello de la convicta, no lo hizo. Se restregó aún más en la castaña, gimiendo dulce y sumisa. Seulgi llevó sus manos hasta los glúteos de Irene, levantándola del suelo y haciendo que esta enroscara sus piernas a su cadera.

—Dulce —susurró Seulgi cepillando el borde del labio superior de Irene con la punta de su lengua.

—¿S-sí?

—Demasiado —contestó con una sonrisa impúdica y el entrecejo fruncido—. Como el buen veneno.

Sus centros se sentían tan húmedos debajo de sus ropas. Irene tembló al sentir a Seulgi comenzar a frotarse contra ella. La convicta era impúdica, todo lo que ella hacía en Irene era hiriente y placentero a la vez.

Prisionera - seulreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora