Ella no lo vale.

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Lara.

Sus pestañas son espesas, su nariz tiene una forma perfecta que va acorde con su rostro, y el cabello un poco sudado se le pega a la frente. Cuando abrí los ojos, no me sorprendí en encontrarlo, sé muy bien donde estoy parada y apenas pude cerrar los ojos con miedo a que intentara escapar.

No me espere que me diera calor a través de un abrazo, y mucho menos espere el hecho de que yo lo busque primero, pero me consuelo con que la noche estaba fría. Era eso o morir de una hipotermia con un completo desconocido del cual no me sé el nombre.

Bajo mis instintos más oscuros y vergonzosos, llevo mi mano a su rostro. Eliminó el rastro de cabello y mis ojos caen en sus labios entre abiertos. Su pecho sube y baja en una respiración métrica. Luce indefenso así, con los ojos cerrados y atado para mí, o por mí.

Medio sonrió antes de dar un aplauso y levantarlo, considerando que lo he observado por mucho tiempo. Sus ojos se abren y trata de ubicar todo a su alrededor, lo primero en que se fija es en sus manos atadas.

— Buenos días, dormilón— sonrió de forma ingeniosa. Lo escucho gruñir y cuando intenta levantarse, la cuerda lo limita— ¿Quieres que te desate?— pregunto aún en forma de broma— Podría dejarte aquí, muriendo de hambre mientras yo escapo detrás de la libertad.

— No sobrevivirás sin mí— pasea su lengua por sus labios, humedeciéndolos— Desátame ahora.

Miro el panorama. El clima está mejor que ayer y el día se ve perfecto como para correr un maratón.

— Quiero que acortemos el tiempo.

Arquea una de sus cejas, la derecha.

— ¿Qué tan rápido?

— Quiero que tres días lo limitemos a uno—Sus ojos azules no dejan de mirarme, y comienzo a sentirme nerviosa bajo su escrutinio. Pero es solo el hecho de que he estado nerviosa con todo, queriendo escapar desde hace tres días que me trajeron a este lugar.

Él no dice nada, y yo veo eso como una invitación a desatarlo.

— ¿Qué pasa?— dice cuando me quedo viendo su pantalón.

— Puedes sacar la navaja que ocultaste en el establo.

— Tal vez si pudiera usar mis manos— declara tosco. No se esperaba que supiera sobre la navaja— Puedes sacarla tú.

Toco mi cabello con una de mis manos antes de acercarme más y llevar mi mano al bolsillo de su pantalón. La siento y la saco con mucho cuidado de no cortarme, sería el final de los finales si me hago daño yo misma. Me impido tensarme, cuando al mismo tiempo, me encuentro con su erección matutina, típica en los hombres.

— ¿Cómo es tu nombre?

— No te lo diré— Hago un puchero por el simple hecho de no obtener una respuesta— Puedes llamarme como quieras.

— ¿Sabes que? Te dejaré aquí atado y cuando te encuentren ya no tendré que saber tu nombre.

— Prometiste no matarme— alardea— Si ellos me encuentran, tú serás la primera causa.

Recuerdo mis estúpidas palabras, la estúpida promesa, que no sé por qué quiero cumplir, si no es de mucha importancia.

— Tenía los dedos cruzados— Miento. Me acerco y corto la cuerda, manteniéndome en una posición defensiva donde él no pueda atacarme— Andando— ordeno y no se mueve. En lugar de eso, aprieta sus manos en puños, la acción logrando que se marquen las venas de su brazo e incluso cuello.

Respiro profundo y miro a otro lado. Verlo haciendo eso me empuja a otros pensamientos, deseos retorcidos, los cuales no puedo aceptar.

«Es un maldito criminal»

Deseos Retorcidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora