Morir.

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Maratón 1/3

Paso mi lengua por mis dientes sintiendo el mal olor. Hasta ahora, nadie me ha traído nada para lavarlos y el italiano se fue hace dos días. Si, el maldito se fue después de besarme, y envió a que me den una habitación.

La mujer que me la entregó, me hizo recordar a Akira. Cuando llego a casa de Abel y yo fui la encargada de atenderla.

¿Quién diría que esa mujer se convertiría en mi mejor amiga? Porque eso es.

Pero lo más sorprendente es que se convirtió en lo más importante para Killian. Y no me sorprende, en mejor lugar, me hace feliz. Me hace feliz que ambos se encontraran y estén viviendo esa clase de amor que sienten, ese amor que no tiene miedo a sentir, ese amor que dura y no se tuerce.

«Ese amor que nadie ha podido darme»

Respiro profundo y observó la crema que trajo la misma mujer ayer en la mañana. Dijo que curaría mis heridas más rápido, y también dijo que no tenía que darle las gracias porque estaba siguiendo órdenes de su jefe. Sus palabras me indicaron de que lado está, y para mi mala suerte, no es el mío.

No dejo de observar la crema ni siquiera cuando me acerco a esta. Saco un poco y con cuidado, la unto en mis golpes, los golpes provocados por esa maldita mujer. Imaginarla en mis manos, me causa alivio, es un tipo de alivio que está mezclado con el sentimiento de victoria, con las ganas de enseñarle que no debió meterse conmigo. Es por eso que curo las heridas, recordando las palabras de ese hombre:

Cuando estés sana, ordena que me busquen.

No sé si debería confiar en él, pero no me deja otra opción. Es mejor tener a tu enemigo de falso aliado. Suelto un jadeo cuando mis dedos hacen contacto con la herida que más duele, y sé que fue provocada por una de las patadas de esa maldita. Aprieto mi mano libre en un puño y cierro los ojos, imaginándola, imaginándome, ambas en un mismo salón mientras la golpeó con todas mis fuerzas.

•••

Dos días más, para nada mal. He continuado poniéndome la crema y estoy viendo resultados. La mujer trajo un cepillo de dientes y una pasta dental. No me moleste en agradecerle, porque como ella misma dijo, fue orden de su jefe.

La mujer no se veía mal. Es una mujer blanca, tan blanca que se mira pálida, y es dueña de unos ojos verdes de infarto. Parece demasiado hermosa para ser real, demasiado hermosa para trabajar aquí, para estar aquí.

Escucho toques en la puerta y murmuro un pase. Es la misma mujer, esta vez con una bandeja de comida, y no puedo negar que se ve rica y mi estómago que no ha visto más que agua en estos días, lo agradece.

— ¿Quién te ordeno esta vez?

— ¿Importa?— Me devuelve con una pregunta. Su rostro se mantiene como siempre, los que muchos dirían cara de culo— Sabía que no importaba.

— ¿Qué tienes contra mí?

— No todos tienen algo contra ti.

— Aquí si, al parecer.

— El jefe no tiene nada contra a ti— Dice en un susurro pero logró escucharla.

— Supongo que eso a ti no te importa.

— Importa cuando has vivido algo parecido.

La miro fijamente, pero ella no dice nada. Se dispone a dejar la bandeja en una de las mesitas y cuando está a punto de irse, la detengo por el brazo.

— Dime, ¿Qué fue lo que viviste?

— No te diré nada...

— He asesinado antes con una cuchara. ¿Qué sería con un tenedor? — Entiende mi amenaza y se tensa cuando llevo el pedazo de metal a su cuello— Habla. ¡Ahora!

Deseos Retorcidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora