Narra el Narrador
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— ¡Venga señora! ¡No puede estar hablando en serio!— decía una pequeña niña de no más de once años.
— ¡Si que hablo en serio! No puedes irte sin pagar… ¡y esto que me diste no es dinero!— se quejó la señora
Lyca suspiro con cansancio, sabía que estaba llamando la atención y eso la estaba torturando. Había ido aquella mañana a una tienda de dulces bastante conocida por la zona, pero se quedó sin dinero muggle para pagar y le ofreció a la mujer sickles de plata.
— Pero haber señora… déjeme que le explique, ¿ve esto?— inquirió mostrándole la moneda—, esto es plata, ¡Plata! ¿Alguna vez usted a visto plata de verdad en su vida? De seguro que no, por qué de lo contrario lo estaría aceptando sin rechistar.
Si, la niña era un poco (demasiado) sincera, al punto de meterse en problemas ya que no se callaba nada.
Ella supo que la cosa empeoraba cuando la mujer que la atendía se ponía cada vez más roja de la rabia.— Disculpen, señora y señorita— las dos se volvieron mirando al tipo al mismo tiempo—, yo…, si gustan, yo puedo pagar por la señorita...
— No es nesesario— lo interrumpió antes de que terminara, se volvió a la señora y dejo la caja que traía en manos sobre el mostrador—, tome, pues, sus cochinas galletas. Al cabo que ni son tan ricas.
La niña se dio la vuelta y se dispuso a salir de la tienda. Suspiró, tendría que volver a la casa a ver si le quedaba algo de dinero antes de ir a otra tienda.
Muchas cosas habían sucedido en esos años.
Después de la caída de Voldemort, Lorelei se había entregado al ministerio y, con la ayuda de Snape y Dumbledore, había conseguido salir inocente. Infelizmente, la alegría de las dos no duró mucho tiempo ya que la enfermedad de Lorelei había empeorado y, cuando Lyca tenía casi tres años, su madre fue internada en el hospital San Mungo de enfermedades y heridas mágicas. Nadie sabía darle a Lyca una respuesta de lo que tenía su madre, pero todos pensaban que se debía a un encantamientos mal realizado lo que está dañando su salud. A pesar de no tener las galletas que quería llevarle a su madre, Lyca decidió no esperar más eh ir a visitar a Lorelei, le había prometido que iría, y si iba a su casa solo a buscar dinero para después comprar dulces perdería el tiempo y para cuándo llegará, la hora de visita habría acabado.
Tomó un autobús y se sentó al fondo, había mucha gente que subió y el conductor estaba distraído, así que nadie noto cuando ella entró sin pagar. Se ajustó la chaqueta, había mucho frío, a pesar de que se acercaba el verano.
Lyca no iba a la escuela, ya que su madre se negó a que le enseñarán los muggles. Lyca no puso objeción alguna, la castaña no quería tener que volver a pasar por la primaria, sobre todo si ya se sabía todo lo que ellos recién estaban aprendiendo.— Ya llegamos cielo.— decía una mujer que estaba sentada junto a Lyca a su pareja.
La castaña vio que que ya se encontraba en su destino, así que se bajó del autobús tras la pareja que también se quedaba allí. El conductor no le prestó mucha atención a la niña, lo más seguro es que pensara que era la hija de la pareja que se había bajado.
Una vez el autobús se hubo marchado, Lyca miro al frente. Había llegado frente a unos almacenes de ladrillo rojo, enormes y anticuado, cuyo letrero rezaba: «Purge y Dowse, S.A.» El edificio tenía un aspecto destartalado y deprimente; en los escaparates sólo había unos cuantos maniquíes viejos con las pelucas torcidas, colocados de pie al azar y vestidos con ropa de diez años atrás, como mínimo. En todas las puertas, cubiertas de polvo, había grandes letreros que decían: «Cerrado por reformas.»
Lyca se acercó a un escaparate donde sólo había un maniquí de mujer particularmente feo. Casi se le habían caído las pestañas postizas e iba vestido con un pichi de nailon verde. Se inclinó sobre el cristal del escaparate observando bien de cerca el maniquí.
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¡¿Reencarne como la hija de Remus Lupin?!
FanfictionLa historia y sus personajes pertenecen a J.K Rowling. Solo la protagonista y algunos otros me pertenecen. La joven Sarah despierta repentinamente sintiéndose extraña, con la sensación de que su cuerpo de alguna forma de había encogido. Inmensa fue...