Capítulo X: Temores.

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Ivet sintió su cuerpo temblar cuando esos ojos azulados se fijaron en ella. El corazón le latía frenéticamente al presenciar la mano del hombre reposando justo donde estaba descansando la espada.

Los ojos de Ivet viajaron a esa arma que recordaba haber visto en su pesadilla. Se quedó estática sin saber qué hacer, si debía huir o enfrentarse a ese hombre.

—¿Nadie te dijo que ante una pregunta debes responder? —su voz sonaba como dagas afiladas capaces de cortar la piel—. ¿Quieres que te obligue a hablar? 

Ivet apretó sus puños, sintiéndose idiota por no poder defenderse, pero su mente corría a mil por hora. En ese lugar estaba fingiendo ser otra persona: Ivonne, debía mantenerse callada y continuar con su papel. Al menos hasta el final del día.

—¡Arquelao!—llamó una tercera voz.

La pastorcita vio a una hermosa muchacha acercarse hasta ellos. Su vestido blanco se ondeaba con cada movimiento de su figura, las joyas de oro relucían en su piel de porcelana, su cabello ondulado de tono almendrado contrastaba con sus hermosos ojos avellana. La joven chica entrelazo su brazo en el del encapuchado y sonrió muy feliz. ¿Se conocían?

—¡Te estábamos esperando! —dijo con alegría, luego miró hacia Ivet— ¡Oh! Nunca antes te había visto por el palacio —ladeó la cabeza hacia un costado—. ¿Eres la nueva? ¡Un gusto! Soy Olympia. 

El hombre miró a la muchacha para después volver su atención hacia Ivet. La joven de rizos pudo notar una mirada más suave cuando ese encapuchado miraba a Olympia. 

—Eh... sí, disculpe —contestó haciendo una pequeña reverencia—. Me llamo Ivonne. 

La chica de cabello ondulado la abrazó mientras la estrechaba en brazos. Ivet dio un ligero salto; incluso sentía la mirada azulada del hombre fija en ella sin perder detalle de la situación. 

—Es un gusto conocerte —dijo Olympia, separándose—, perdona a mi hermano, no sabe como tratar con el género opuesto. 

Arquelao miró nuevamente a su hermana en señal de reproche, luego volvió su atención en Ivet, dio dos pasos hacia ella y la pastorcita retrocedió uno.

—¿Me tienes miedo? —cuestionó con una sonrisa fingida. 
—No. 
—Ah, porque deberías tenerlo —prosiguió con cierta burla en su rostro—. Estás ante un príncipe de Judea.

Ivet abrió los ojos con sorpresa y miró a Olympia, quien le devolvió una sonrisa tímida y asintió a las palabras del hombre alto. 

—Soy la princesa Olympia y él es mi hermano Arquelao. Nuestro padre es Herodes el Grande.

"Nuestro padre" 

Aquello sorprendió a la pastorcita, pero entonces: ¿Ellos eran hermanos de Antípatro? Su sueño estaba empezando a tener más conexiones. 

—Es un honor conocer a la princesa Olympia y al príncipe Arquelao —respondió Ivet, tratando de mantener la compostura—. Soy Ivonne, apenas empecé ayer. No esperaba encontrarme con la realeza en mi segundo día. 

La tensión en el aire se disipó momentáneamente.

—Espero no haberte asustado, Ivonne. A Arquelao le gusta jugar con las emociones de la gente —explicó Olympia con una sonrisa comprensiva. 

"¿Solo con eso?" 

Arquelao, sin embargo, no quitaba la mirada penetrante de Ivet. Era evidente que algo le intrigaba, y la pastorcita intentó parecer lo más relajada posible.

—No, solo me tomaron por sorpresa, altezas —respondió sonriendo. 
—Puedes llamarme por mi nombre, Ivonne—dijo Olympia mientras le sonreía—, no me gustan tanto las formalidades. 

El Don De La Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora