El viaje hacia Egipto se volvía cada vez más difícil; las tormentas de arena eran constantes y la falta de agua empeoraba la situación. Durante una de las acampadas, Eliazar se acercó a José, quien estaba arreglando unos bancos de madera dañados.
—He estado pensando en lo que hablamos hace unos días —dijo Eliazar, observando a José—. Sobre el ataque de los bandidos.
—Sí, yo también le he dado vueltas al asunto —respondió José, dejando el martillo y secándose el sudor con la manga de su túnica—. Fue demasiado repentino.
—No quiero sembrar la duda, pero quizás alguien nos delató —dijo Eliazar, cruzando los brazos y frunciendo el ceño.
—¿Alguien?—repitió José, incrédulo.
José miró a su alrededor, observando a los hombres trabajar y a las mujeres en sus quehaceres. La idea de un traidor le ponía nervioso; se suponía que estaban entre amigos.
—Será mejor que mantengamos la calma —comentó José, guardando las herramientas—. Más que nada por nuestras familias, solo seamos cautos.
Eliazar le dio una palmada en el hombro antes de continuar su camino. Poco después, la caravana recogió sus cosas y retomó la marcha. José se tomó un descanso junto a María para ayudarla con el pequeño Salvador.
De repente, se escuchó a un mercader gritar.
—¡Veo a alguien!
María miró a su esposo, algo confundida y ambos salieron de su carro al mismo tiempo que Eliazar y su familia. Los camellos se detuvieron y todos miraron en la misma dirección.
—No logro ver bien.—comentó Eliazar, esforzándose por enfocar su vista.
José se unió al intento de identificar lo que veían. Solo una silueta yacía en la arena.
—¿Una persona? —murmuró María—. ¿Es un espejismo, José?
José no supo qué responder. María sintió que algo malo podría suceder; tal vez era una trampa de los bandidos.
—Creo que…—sus palabras quedaron en el aire.
María se sorprendió al ver a José saltar del carro y correr hacia la figura. La virgen se preocupó junto con los demás.
—¡José, ten cuidado! —gritó María.
—¡Muchachos, vamos! —ordenó Eliazar.Los hombres siguieron a José, llegando poco después que él. José se arrodilló frente a la figura y la incorporó.
—Es… —dijo, sorprendido.
Al apartar el largo cabello negro, reveló el rostro de una joven que no superaba los 18 años, visiblemente debilitada. Eliazar también se mostró asombrado.
—¡Es una mujer! —anunció—. ¡Preparen un carro!
José cargó a la chica en brazos y regresó con ella a la caravana. Las mujeres fueron las primeras en rodear a José, preocupadas.
—Se ve muy lastimada. ¿Y si fue atacada por los bandidos? —preguntó María.
—Oh, cielo... eso sería terrible —dijo Ruth.José colocó a la muchacha en una cama, y pronto se acercó la señora Leah para atender sus heridas. José se situó junto a María, quien le tomó la mano.
—Debemos esperar a que se recupere —murmuró José—. Ahora mismo solo tendremos más dudas que respuestas.
—Sí, tienes razón. Leah necesita espacio para poder curarla...
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El Don De La Estrella.
Ficción históricaEn una era marcada por señales celestiales y presagios oscuros, la Sagrada Familia se ve envuelta en una misión divina para salvaguardar al niño que portará la esperanza de la humanidad. Huyendo del temible Herodes el Grande, cuya obsesión es aniqui...