Capítulo XVII: Inseguridades.

69 8 0
                                    

El sol de la tarde proyectaba largas sombras sobre las tiendas de campaña. En el interior de la suya, María sostenía a Jesús en sus brazos, su cuerpo cálido y terso contra el suyo. El pequeño se aferraba con fuerza a su pecho con sus pequeños dedos que se enroscaban en su vestido, sus labios rosados buscando el cálido manantial de leche materna que lo alimentaba.

María inhaló profundamente el dulce aroma que emanaba de su hijo, una mezcla de leche y piel de bebé, que la llenaba de una ternura incontenible. La suavidad de su piel, tan delicada como un pétalo de rosa, la hacía suspirar de amor. El latido de su corazón, acompasado y fuerte, le recordaba que en sus brazos tenía un pequeño milagro, un pedazo de Dios en la tierra.

De pronto una sombra se proyectó en la entrada de la tienda y Maria levanto la mirada. Era Salomé, su rostro adornado con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. La visión de la mujer, envuelta en sus sedas turquesas, la llenó de un extraño malestar.

—Perdona, María, no pensé que estarías ocupada —dijo Salomé, su voz melodiosa y ligeramente burlona.

La mirada de María se posó en los ojos de Salomé, donde encontró una mezcla de envidia y deseo. Sus palabras, tan aparentemente inofensivas, le rozaron los oídos. Se cubrió con una manta para mantener la privacidad.

—Tenía hambre —respondió—. ¿Pasó algo, Salomé?
—Solo venía a saludar.

Salomé se deslizó hacia una de la silla envuelta en finas sedas y se dejó caer con una gracia que desafiaba la gravedad, cruzando sus piernas con sensualidad y provocando un escalofrío en María.

—El pequeño es un niño muy afortunado por tenerte.—continuó Salomé, siendo sincera.
—Gracias —respondió, acariciando la cabeza de su hijo, quien dejó de tomar la leche para dormitar.
—Pero, ¿no te sientes abrumada a veces? —continuó Salomé—. Quiero decir, ser madre es una tarea tan grande. Y con José siendo tan increíble y todo, me imagino que debe ser difícil no sentir que necesitas estar a la altura.

María se tensó, aferrando la manta con fuerza mientras buscaba una respuesta en la mirada de Salomé.

—Es… Es difícil a veces, pero José y yo nos apoyamos mutuamente.

Salomé asintió, como si comprendiera profundamente. Luego movió el pie, adornado con una preciosa sandalia de cuero, que estaba en el aire de manera juguetona.

—Sí, claro. Pero a veces me pregunto si José merece más. Alguien que pueda estar a su nivel en todo momento. No solo como madre, sino también como compañera en todos los aspectos.

María sintió un nudo en el estómago ante las palabras de Salomé, pero intentó mantener la compostura. Le dio unas suaves palmas a su hijo en la espalda para ayudarlo a eructar, mientras buscaba las palabras adecuadas para responder.

—José y yo somos un equipo —dijo María, intentando sonar firme—. Nos complementamos y nos entendemos, y eso es lo que importa.

Salomé inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos nunca se apartaron de los de María.

—Claro, entiendo. Solo que a veces, uno se pregunta si está haciendo lo suficiente, si está a la altura de las expectativas —dijo, su voz suave y aparentemente preocupada—. No quisiera que te sientas insegura, María. Solo que… José es un hombre tan fuerte y capaz. Pienso que necesita una compañera que no solo sea buena madre, sino también una mujer que pueda igualar su fuerza y su inteligencia en todo momento.

Las palabras de Salomé la hirieron profundamente, avivando una inseguridad que no quería reconocer, especialmente frente a ella.

—Aprecio tu preocupación, pero José y yo sabemos lo que necesitamos y lo que somos el uno para el otro —dijo, y acarició la cabeza de su hijo con cariño—. No necesito demostrarle nada a nadie más.

El Don De La Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora