Capítulo XIX: Fiesta para dos.

74 7 1
                                    

Antípatro se encontraba en su estudio, un lugar que había convertido en su refugio personal dentro del palacio. Las paredes estaban llenas de mapas, pergaminos y libros sobre historia, filosofía y estrategia militar. Desde su llegada a Judea, su rutina se volvió estricta y disciplinada, algo que había heredado de su padre, Herodes. Sin embargo, no podía evitar sentir una mezcla de inquietud y preocupación. 

Estuvo toda la tarde revisando documentos, estrategias de batalla y reportes de sus espías en los otros reinos, pero la llegada de su madre se había instalado en su mente como una piedra en el estómago. La tensión que se respiraba en el aire era palpable, y él, como hijo, se sentía atrapado en el medio.

Perdido en sus pensamientos, Antípatro apenas notó el leve crujido de la puerta abriéndose hasta que un golpe firme lo devolvió a la realidad. Levantó la mirada, enfrentándose a la figura del guardia que se perfilaba en el umbral.

—Mi señor, la reina Doris desea verlo. —anunció.

Antípatro apretó los labios, su mirada volvió a los documentos frente a él.

—Dile que estoy ocupado.  —respondió, con su voz firme pero cargada de una tensión oculta.
—Pero… Ella insiste. Dice que es un asunto urgente y que no puede esperar. —murmuró el guardia.

Antípatro suspiró con resignación. No existía manera de evitarla. "Bien, que pase."

Doris entró al estudio con una sonrisa triste, su cabello estaba perfectamente peinado en un rodete que adornaba con una flor como accesorio y su elegante vestido negro la hacía lucir imponente, pero sus ojos castaños, a pesar de la ternura que los cubría, tenían un brillo frío que a su hijo le heló la sangre.

—¿Madre? ¿Qué sucede?
—Esperaba un “Madre, ¿cómo fue tu viaje? ¿Te encuentras bien?” No te críe así, Antípatro. —reprochó Doris.

El príncipe carraspeó para aclarar su garganta.

—Lo siento, madre. Esperaba saludarte en la cena.
—Está bien, sé que eres un hombre ocupado —dijo Doris, muy orgullosa—, pero necesito hablar contigo sobre tu futuro, mi querido hijo.
—¿A qué te refieres? —inquirió Antípatro con curiosidad.

Doris se sentó en un pequeño sillón tallado en cedro, decorado con intrincados patrones geométricos típicos de la artesanía de Judea. A través de la ventana, las dunas del desierto se extendían hasta el horizonte, un recordatorio constante del reino que su hijo estaba destinado a gobernar.

—He venido a hablarte del matrimonio.

Antípatro sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral, como si el peso del destino se posara de golpe sobre sus hombros. Su corazón latía con fuerza mientras la ira y la desesperación se mezclaban en su pecho.

—Madre, hemos hablado de esto antes. Mi lealtad está con mi padre y su reino, no necesito una esposa para cumplir mi deber.

Doris, sentada en el elegante sillón, lo observó con una mezcla de ternura y determinación.

—Antípatro, no se trata solo de deber. Se trata de asegurar tu futuro. Roma ha ofrecido una alianza que no podemos rechazar.
—Roma… —Antípatro se tensó sobre el asiento. Sabía que si el César estaba detrás era por algo—. ¿A qué te refieres con una alianza?
—La oferta es por parte de uno de los Generales del César, él desea casar a su hija, Mariam, contigo. —reveló Doris.
—¿Mariam? —Antípatro se levantó de su asiento, furioso. Ella era una joven de gran belleza y noble linaje, pero él apenas la conocía—. No lo haré, ni tú ni mi padre pueden obligarme.
—Esto es por tu bien. Tu padre ya ha dado su consentimiento. El matrimonio se llevará a cabo en breve. Te insto a que aceptes este acuerdo. Es lo mejor para ti.

El Don De La Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora