Capítulo XIII: Emboscada.

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De vuelta en la caravana, José y María continuaban su viaje hacia Egipto. La compañía de Eliazar y su grupo había aliviado algo de la tensión, y la presencia de otros viajeros les proporcionaba una sensación de seguridad.

A medida que avanzaban por el desierto, María no podía evitar mirar a Fig con preocupación. Aunque el burro parecía estar en buen estado, su mente volvía a Ivet una y otra vez. Se preguntaba si Ivet habría encontrado a su primo Zacarías, si estaría a salvo en algún lugar lejos del peligro. La joven pastorcita había sido tan valiente, y María sentía una creciente culpa por no poder hacer más por ella.

-José, ¿crees que Ivet estará bien? -preguntó, su voz llena de inquietud.

José miró a su esposa y luego al horizonte.

-Debemos tener fe, María. Ivet es fuerte y valiente. Si alguien puede encontrar una salida, es ella -respondió con convicción.

María asintió, intentando mantener la esperanza. Mientras el carro se balanceaba suavemente, se acomodó para estar recostada sobre el cuerpo de su esposo y cerró sus ojos para dejarse llevar por el silencio de la noche, rezando por dentro y pidiendo protección.

El viaje continuó sin incidentes durante algunos días. Una noche, acamparon cerca de un oasis donde las palmeras movían sus hojas suavemente bajo la brisa y el agua reflejaba las estrellas del firmamento. De repente, el aire tranquilo se rompió con gritos y el sonido de armas desenvainándose. María se despertó sobresaltada y miró a su alrededor con el corazón acelerado.

-¡José! -susurró con urgencia-. ¡Algo está pasando!

José se levantó rápidamente y salió del carro, sólo para encontrar a Eliazar y varios hombres luchando contra un grupo de bandidos que los habían sorprendido en medio de la noche.

-¡María, quédate con Jesús! -ordenó José mientras se unía a la defensa de la caravana.

María abrazó a su hijo con fuerza, rezando para que los bandidos no los encontraran. Fig, instintivamente protector, se paró delante del carro, rebuznando con fuerza. María acarició la cabeza del burro, agradecida por su lealtad

Los bandidos eran numerosos y estaban armados con espadas y dagas, sus rostros cubiertos por pañuelos negro. José tomó una estaca de madera y se lanzó al combate junto a Eliazar y los demás hombres de la caravana.

-¡Defiendan a las mujeres y los niños! -gritó Eliazar, blandiendo su espada contra uno de los atacantes.

José bloqueó un golpe con su estaca y contraatacó, derribando a un bandido. El sonido de las armas chocando y los gritos que llenaban el aire, creaban un ambiente aterrador. José vio a uno de los hombres de la caravana caer herido, y su ira aumentó.

-¡Atrás! -rugió José, blandiendo su estaca con más fuerza.

Un bandido se acercó a José con una daga en alto. José esquivó el ataque por poco, sintiendo el filo de la daga rozar su brazo. Ignorando el dolor, contraatacó con un golpe certero que envió al bandido al suelo y ayudó a uno de los suyos a levantarse.

En medio del caos, María podía ver a José luchando valientemente, y su corazón se llenó de miedo por él, de pronto el bebé empezó a llorar con fuerza alertando a María y a uno de los enemigos que volteó a mirar hacia el carro donde estaban ocultos.

El Don De La Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora