Capitulo 1

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En el tranvía, de camino al centro de la ciudad, Noah  hizo lo posible por ignorar
el murmullo de voces, pero le resultó imposible ignorar el encabezamiento del
artículo en la portada del periódico que estaba leyendo el hombre que se hallaba
sentado frente a ella:
El multimillonario italiano Nick Leister en medio de una disputa de divorcio con su
esposa infiel.
Noah se vio presa de un ataque de culpabilidad mientras el hombre pasaba la
página para leer el resto del artículo en la página tres. No necesitaba volver la cabeza
para leerlo, sabía lo que estaba escrito allí. Durante los últimos dos meses, su vida
privada había aparecido en todos los periódicos y revistas del país.
El hombre bajó el periódico, la miró y achicó los ojos con expresión desdeñosa.
Noah se bajó del tranvía cuatro paradas antes de la suya y recorrió andando el
camino a las oficinas de Leister Luxury Homes, con vistas al fangoso meandro del río
Yarra.
Llegó sintiéndose pegajosa e incómoda debido al extraordinariamente cálido
día de primeros de octubre, sus oscuros cabellos eran una masa de rizos húmedos
alrededor de su rostro. Respiró profundamente antes de cruzar la entrada del edificio
y acercarse a la recepcionista, de la que recibió una gélida mirada.
—No quiere verla, señora Leister —la informó Michelle con brusquedad—. Se
me ha prohibido terminantemente que le pase una llamada suya y que le permita el
paso. Así que, si no se marcha de aquí inmediatamente, me veré forzada a llamar al
guarda de seguridad,
—Por favor… tengo que verle —dijo Noah con desesperación—. Es… urgente.
Los ojos azules de la recepcionista la miraron con incredulidad; pero tras unos
momentos de tensión, lanzó un suspiro y agarró el auricular del teléfono interior.
—Su… su esposa está aquí, quiere verle. Dice que es urgente.
Noah  tragó saliva cuando la recepcionista colgó el teléfono.
—La verá cuando acabe de hablar por teléfono —le dijo la recepcionista
poniéndose en pie—. Yo tengo que marcharme, el señor Leister vendrá a buscarla
cuando esté disponible.
Noah  era consciente de que había cometido un acto que había matado el amor
de él por ella.
Nick  nunca la perdonaría.
¿Cómo iba a hacerlo, cuando ni siquiera ella podía perdonarse a sí misma?
Noah  se sentó en un sofá de cuero que había en la recepción y observó las
revistas que se hallaban encima de la mesa de centro. Se le encogió el corazón al ver
que todas mostraban en sus portadas el pecado de ella. Agarró la que más cerca
tenía; en la portada, había una foto de ella saliendo del edificio de apartamentos
donde Garth Merrick vivía la mañana después de…
—Hola, Noah.
La revista se le cayó de las manos al levantar la mirada y ver a Nick  delante
de ella. Se agachó para recogerla, pero él la pisó.
—Déjala ahí.
Noah  se puso en pie. Se sentía completamente fuera de lugar, vulgar en
presencia de él. No había tenido tiempo de cambiarse después de su trabajo en el
estudio y sintió la oscura mirada de él fija en ella. Debía de estar pensando que iba
vestida así a propósito, con el fin de enfadarle.
—Supongo que eso tan urgente de lo que quieres hablar conmigo se refiere a tu
hermano y a mi sobrino —dijo él—. Acabo de hablar con el jefe de estudios del
colegio, que me ha contado lo que está pasando.
—Sí. No sabía que hubiera llegado tan lejos. Creía que eran buenos amigos, a
pesar de… lo que ha pasado.
Nick  juntó sus oscuras cejas.
—¿Cómo no se te ha ocurrido pensar que tu comportamiento afectaría a mi
sobrino y a tu propio hermano? —preguntó él con incredulidad—. Tu aventura
amorosa con Garth Merrick me ha puesto en vergüenza, a mí y a mi familia. Yo
puedo perdonar muchas cosas, pero no ésa.
—Lo sé… y lo siento —respondió ella controlando las lágrimas.
—No te molestes en disculparte —dijo él—. No voy a perdonarte y no te voy a
dar ni un céntimo de dinero.
—Yo no quiero…
—Olvídalo, Noah —dijo él, interrumpiéndola—. En estos momentos, tenemos
que hablar del asunto de los chicos como dos personas adultas y racionales; aunque,
por supuesto, soy consciente de tus limitaciones en ese sentido.
—No puedes evitar humillarme, ¿verdad? —dijo ella—. Tienes que aprovechar
todas y cada una de las oportunidades que se te presentan de hacerlo.
—No es momento para hablar de mi comportamiento, Noah, ni siquiera del
tuyo —dijo él en tono implacable—. Hay peligro de que expulsen a uno de los chicos,
quizá a los dos. Eso es lo que tenemos que discutir, nada más.
Noah se avergonzó de su comentario.
—Está bien —dijo ella bajando la mirada—. Hablemos de ello.
—Ven a mi oficina —dijo Noah—. El café se está haciendo.
Ella le siguió por el amplio pasillo, el fragante aroma la conducía como un
imán. No había desayunado ni había almorzado y, después de la llamada de su
madre para informarle de los problemas de Jamie en el colegio, no había tenido
tiempo de comer un tentempié antes de la cena. Estaba algo mareada, pero tenía la
impresión de que no era por falta de alimentos. Estar en presencia de Nick la hacía
sentirse desesperadamente vulnerable.
—¿Sigues tomándolo con leche y tres cucharadas de azúcar? —preguntó él
delante de la cafetera.
—¿Tienes sacarina? —preguntó ella.
Nick  se volvió para mirarla con expresión inquisitiva.
—No estás a dieta, ¿verdad?
—No del todo.
—Mi secretaria tiene sacarina en la sala del personal. Iré a por ella, enseguida
vuelvo.
Noah  respiró profundamente cuando él salió del despacho, y se sentó en uno de
los sillones de cuero delante del escritorio. Al instante, sus ojos se posaron en una
fotografía enmarcada que había encima del escritorio; despacio, le dio la vuelta.
Casi le dolió físicamente el amor que él le había profesado el día de su boda.
Sus ojos brillaban y su sonrisa era tierna.
—La conservo para no olvidar lo que puede ocurrir cuando uno se casa
precipitadamente —dijo él entrando en la estancia.
Noah  dio la vuelta a la foto y se encontró con la oscura mirada de Nick.
—Suponía que no la tienes aquí por motivos sentimentales —dijo ella—. ¿Vas a
quemarla en un ritual o simplemente la vas a tirar a la basura cuando nos den el
divorcio?
Nick  le dio el café, sus dedos rozaron los suyos.
—Me alegro de que hayas sacado la conversación —dijo él con una enigmática
mirada.
Noah  dejó el café en el escritorio.
—Creía que íbamos a hablar de Jamie y Bruno, no de nuestro divorcio.
Nick se sentó detrás de la mesa sin dejar de mirarla ni un segundo.
—He retirado mi petición de divorcio.
—¿Qué? —Noah  abrió mucho los ojos.
Nick  le dedicó una fría sonrisa.
—No te emociones, Noah. No estoy interesado en volver contigo
permanentemente.
—No se me ha pasado por la cabeza.
—Sin embargo, creo que deberíamos suspender el proceso de divorcio
temporalmente con el fin de que tu hermano y mi sobrino piensen que nos hemos
reconciliado.
—¿Reconciliado? —repitió ella con incredulidad—. ¿A qué se debe todo esto,
Nick?
Nick  dejó su taza de café en el escritorio y se inclinó hacia delante.
—Como debes de haber oído, mi sobrino, Bruno, le ha estado haciendo la vida
imposible a tu hermano. Me avergüenza su comportamiento, que sospecho se debe a
una lealtad hacia mí mal entendida; no es una excusa, pero sí una explicación de su
forma de actuar.
Noah  guardó silencio. Siempre había admirado lo generoso que Nick  era con
los miembros de su familia y, sin embargo, recordó lo duro que había sido con ella.
—He llegado a la conclusión de que la única forma de resolver esa enemistad
entre los dos es que nosotros volvamos a estar juntos —declaró él.
—¿Quieres decir… de verdad?
—No, Noah, de verdad no. Fingiremos que volvemos a estar juntos hasta que
los chicos completen sus estudios.
—¿Que finjamos estar juntos? —Noah frunció el ceño—. ¿Cómo vamos a hacer
eso?
—Volverás a mi casa inmediatamente.
Noah  tragó saliva.
—No es posible que hables en serio.
—Sí, hablo en serio, muy en serio, Noah —dijo él—. Los chicos no son tontos. Si
saliéramos de vez en cuando con la esperanza de hacerles creer que hemos
solucionado nuestras diferencias, se darían cuenta de que algo no anda bien. Vivir
juntos, como marido y mujer, es la mejor forma de convencerles de que nuestra
reconciliación es auténtica.
—Define lo que quieres decir con vivir juntos como marido y mujer. No
esperarás que me acueste contigo, ¿verdad?
—Tendrás que dormir en mi cama debido a la constante presencia del servicio
—contestó él—. Si alguien comunicara a la prensa que no dormimos en la misma
habitación, se descubriría el engaño. No obstante, no tengo ninguna intención de
compartir mi cuerpo contigo. Eso es algo que ya no deseo.
La declaración de Nick  le hizo mucho daño. Sintió el dolor de su rechazo en
cada célula de su cuerpo. Nick  la había deseado apasionadamente en el pasado.
De repente, se le llenó la mente de imágenes eróticas. Él le había enseñado mucho
sobre su propia sexualidad, la había adorado… y ella también le había adorado.
Era la primera vez que le veía en dos meses, pero no se le había olvidado lo
negros que eran sus ondulados cabellos. Su pronunciada mandíbula estaba
ensombrecida por la barba incipiente de aquellas tardías horas del día, enfatizando
su virilidad. Sus hombros anchos y liso vientre testificaban la dura actividad física a
la que se sometía todas las mañanas, demostrando una autodisciplina de la que ella
carecía.
La ropa le caía con perezosa gracia; la corbata floja y el botón superior de la
camisa desabrochado le conferían un aire informal que era totalmente cautivador y
peligrosamente atractivo.
—Te has quedado muy callada. ¿Esperabas que te pidiera que reanudaras las
relaciones sexuales conmigo?
Noah  se humedeció los labios.
—No, claro que no. Simplemente estoy pensando en lo que has dicho.
—¿No estás de acuerdo?
—No estoy segura… ¿No sospecharán algo los chicos al ver que volvemos
juntos de repente?
—No, teniendo en cuenta la rapidez con la que nos unimos al principio. ¿Lo
recuerdas?
Noah  lo hizo y se le encendió la piel. Le había conocido en el colegio de los
chicos, un día de fiesta dedicado a los deportes, y la atracción fue instantánea.
Después del último partido, llevaron a los chicos a comer una pizza y, en vez de
llevarla a su casa, Nick  la llevó a la suya y le preparó un café. El café condujo a los
besos y los besos a la consumación de su relación.
—No me has contestado, Noah. ¿Quiere eso decir que no te acuerdas o es que
recordarlo hace que te avergüences de, digamos, tu comportamiento menos
honorable?
Noah  controló la súbita cólera que se apoderó de ella. Le había rogado que la
perdonara, había llorado y llorado; sin embargo, Nick  se había negado a hablar
con ella directamente, sólo mediante su abogado.
—Como has dicho antes, estamos aquí juntos para hablar de los chicos —le
espetó ella—. ¿Podrías centrarte en ese tema?
Noah  la miró fijamente durante unos interminables segundos.
—Creo que el plan funcionará —dijo él por fin—. Los chicos eran íntimos
amigos. Bruno no va a seguir comportándose como lo está haciendo si le dijo que he
vuelto a enamorarme de ti. Sospecho que volverán a ser amigos a los pocos días de
que anunciemos que volvemos a reanudar nuestra vida matrimonial.
—Pero si volvemos a vivir juntos, el divorcio se retrasará —dijo ella con
expresión de preocupación—. Llevamos dos meses separados; si volvemos a estar
juntos, tendremos que empezar desde el principio otra vez.
—Lo sé, pero no se puede evitar —dijo Nick—. Tenemos que anteponer a los
chicos a nuestro divorcio… ¿O es que tienes prisa por casarte con otro?
Noah bajó la mirada.
—No. No hay ningún otro.
—Bien. Eso significa que podemos ponernos en marcha inmediatamente.
Noah volvió a guardar silencio.
—No te preocupes por tus padres —dijo él tras una pausa.
Noah alzó los ojos y frunció el ceño.
—¿Has hablado ya con ellos de esto?
—No. Pero estoy al corriente de que tus relaciones con ellos no son muy buenas
en estos momentos.
A Noah le enterneció el tono de voz de él, más suave. Nick siempre había
comprendido la dificultad de ella para relacionarse con unos padres tan
conservadores y, en el pasado, la había protegido de las críticas de ellos. Siempre la
había defendido.
—Por supuesto, mientras mantenemos esta farsa, nada de amantes —dijo él.
—No tengo ningún amante —declaró Noah.
—Bien. Yo, en este preciso momento, tampoco.
Noah había visto una fotografía en la prensa de Nick con su nueva amante.
Gisela Hunter era lo opuesto a ella: alta, rubia platino, de miembros largos y
delgados, y sonrisa deslumbrante.
Luchó por controlar un ataque de celos y se recordó a sí misma que sólo ella
tenía la culpa. Había llegado a la conclusión de que Nick le era infiel, a pesar de
no tener pruebas, e impulsivamente, como de costumbre, había respondido a sus
sospechas cometiendo un acto despreciable. Y, al final, sus sospechas se habían
confirmado infundadas.
—Tengo entendido que, en la actualidad, estás trabajando a jornada parcial en
un café —dijo él.
—Sí. Con ese dinero pago el alquiler y los materiales para pintar.
—En ese caso, tienes que dejar el trabajo inmediatamente. Te pagaré un salario
el tiempo que dure nuestra falsa reconciliación.
—No es necesario…
—No, pero voy a hacerlo.
—Está bien. Si insistes…
Nick la miró con oscura intensidad.
—Esto no tiene nada que ver con nosotros, Noah, sino con dos adolescentes que
pronto serán adultos y que están poniendo en peligro su futuro con una innecesaria
amargura.
Noah se pasó la lengua por los labios.
—Lo comprendo.
—Estupendo. En ese caso, también comprenderás que es urgente que
anunciemos nuestra supuesta reconciliación a la prensa.
Nick agarró su teléfono móvil y llamó a un número.
Noah escuchó atentamente mientras él informaba a un periodista que, a partir
de ese día, Noah y Nick Leister habían suspendido su proceso de divorcio y
reanudaban sus relaciones.
Indefinidamente…

Esposa Inocente (adaptado) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora