capitulo 2

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Nick colgó el teléfono y la miró.
—¿Cuándo podrías mudarte a mi casa? —Mmmm…
—¿Te serviría de algo que enviara a Marietta a hacerte el equipaje?
Ella asintió. Nick no estaba haciendo aquello sólo por su sobrino, también lo
hacía por Jamie. El gesto la enterneció.
—Tendré que darle a Marietta las llaves de tu casa —dijo él pasándole una hoja
de papel y un bolígrafo—. Anota lo que creas que vas a necesitar durante las
próximas seis semanas y ella y Salvatore lo solucionarán esta misma noche.
Noah agarró el bolígrafo y trató de pensar en lo que iba a necesitar con el fin de
representar su papel de esposa reconciliada, pero le resultaba difícil concentrarse
debido a la proximidad de él.
—Creo que deberíamos cenar juntos esta noche —dijo Nick cuando ella le
pasó la lista con las llaves—. Dará credibilidad a nuestro anuncio público.
Noah se miró la ropa, llena de manchas de pintura.
—Tendré que cambiarme…
—Todavía queda algo de tu ropa en mi casa.
Sus ojos se encontraron.
—¿No la has tirado todavía?
Nick le dedicó una de sus inescrutables miradas.
—Marietta insistió en guardarla en el armario hasta que nos dieran el divorcio.
Creo que esperaba que volvieras.
—¿Le has dicho que jamás permitirás que vuelva? —preguntó ella.
Nick tardó en contestar.
—Le dije que lo que había entre los dos se había acabado para siempre —
respondió él—. No di detalles, ni a ella ni a nadie; aunque, naturalmente, Marietta se
ha enterado de lo nuestro por los medios de comunicación. Los periodistas aún están
en ello y más aún debido a que tu padre se presenta como candidato al Senado.
Nick le pasó el teléfono.
—Me parece que deberías llamar a tu hermano al colegio. Será mejor que se lo
digas tú antes de que lo lea mañana en los periódicos.
Noah se quedó mirando el teléfono que tenía en las manos. ¿Podría mentir a su
hermano menor? Aunque había una diferencia de ocho años entre ellos, Jamie y ella
siempre habían mantenido una relación muy estrecha.
Noah marcó el número y esperó a que su hermano respondiera a la llamada.
—¿Sí?
—Jamie, soy yo, Noah.
—Ah, hola, Noah. ¿Qué tal van los cuadros que vas a llevar a la exposición?
—Bien —respondió ella esforzándose por darle ánimo a su voz—. ¿Cómo estás?
—Bien, supongo.
—Jamie… tengo que decirte una cosa.
—No vas a casarte con Garth Merrick, ¿verdad? —preguntó Jamie con evidente
aprensión en la voz.
—No, no, claro que no. Sólo somos… amigos.
—Entonces, ¿qué es lo que me tienes que decir?
Noah respiró profundamente antes de contestar.
—Nick y yo hemos decidido volver a estar juntos.
—¿Ya no os vais a divorciar?
—No —respondió ella—. Ya no nos vamos a divorciar.
—¡Vaya, estupendo, Noah! —exclamó Jamie con alegría—. ¿Qué ha pasado?
—Supongo que los dos nos hemos dado cuenta de que íbamos a cometer un
grave error. Todavía nos queremos, así que no tiene sentido que nos divorciemos.
—No sabes cuánto me alegro, Noah —dijo Jamie—. ¿Qué piensan mamá y
papá? ¿Se lo has dicho ya?
—No, todavía no. Pero voy a llamarles para decírselo.
Se hizo un breve silencio.
—¿Lo sabe ya Bruno Di Venuto? —preguntó Jamie.
Noah miró a Nick.
—No, no lo sabe. Pero Nick va a llamarle ahora.
—Hace sólo unos minutos que le he visto en la sala de estudiantes —dijo
Jamie—. Como de costumbre, estaba insoportable.
—¿Lo has pasado muy mal, Jamie? —preguntó ella—. Últimamente no me has
hablado de ello.
—No te preocupes, Noah, me las arreglo bien —contestó Jamie—. Bruno está
muy disgustado por lo de vuestro divorcio. El te echa la culpa de todo, pero yo le dije
que hiciste lo que hiciste porque creías que Nick tenía una amante. ¿Cómo ibas tú
a saber que te estaban tendiendo una trampa? Cualquiera podría haber cometido esa
equivocación.
—Siento que hayas sufrido por mi culpa —dijo Noah—. Ojalá pudiera haberte
evitado los problemas que has tenido por mí.
—No seas tonta —respondió él—. Tú siempre me has defendido cuando mamá
y papá se enfadaban conmigo por nada. De todos modos, me alegra que os
reconciliéis. Quiero sacar bien los exámenes finales y Bruno no ha dejado de hacerme
la vida imposible. ¡Él y sus amigos, claro! Mis notas no han sido muy buenas
últimamente, pero, si Bruno deja de darme la lata, espero estudiar y sacar buenas
notas.
Noah volvió a mirar a Nick.
—Nick me ha asegurado que Bruno te va a dejar en paz. Cuídate mucho,
Jamie. Te quiero mucho.
—No te pongas sentimental, por favor. En serio, estoy muy contento de que tú
y Nick volváis a estar juntos. Me cae muy bien, Noah. Es un buen tipo.
Noah le devolvió el teléfono a Nick unos segundos después.
—Al parecer, a pesar del comportamiento de tu sobrino, sigues cayéndole bien
a mi hermano.
Nick  le lanzó una mirada indiferente.
—Sí, eso he oído.
Noah  prestó atención a la conversación de Nick con su sobrino y, aunque
hablaron en italiano, entendió lo que dijeron en líneas generales. Nick gesticuló
con la mano y su expresión mostraba enfado.
Cuando Nick colgó el teléfono unos minutos después, tenía el ceño fruncido.
—Ese chico necesita una mano firme. Debería haberlo visto venir. Podría
haberlo evitado.
—No te preocupes, Nick. Jamie me ha dicho que se las está arreglando bien.
Nick se levantó de su asiento y, dándole la espalda, se acercó a la ventana.
—No puedo ser la figura paterna que Bruno necesita. He intentado sustituir a
Stefano, pero no lo he hecho muy bien. Nadie puede reemplazar a un padre. Bruno
está lleno de resentimiento y se está desahogando con tu hermano.
—Tú has hecho lo que has podido —dijo ella con voz queda—. Ha sido muy
duro para todos; sobre todo, para Gina.
Nick se volvió a mirarla.
—Bueno, será mejor que nos pongamos en marcha. Cuanto antes pasemos por
esto, mejor.
Noah salió con él de la oficina sintiendo un nudo en el estómago. Salir con él
aquella noche ya le resultaba un problema, pero vivir en su casa iba a suponerle un
esfuerzo sobrehumano.
La casa de Nick era una mansión moderna en medio de un terreno
ajardinado en las afueras del sur de Yarra. Desde los grandes ventanales se divisaba
la mayor parte de la ciudad por un lado, desde el otro extremo se veía la piscina y los
jardines.
El vestíbulo era de mármol y de él salía una escalinata que conducía al piso
superior donde estaban las habitaciones, cada una con baño privado.
—Mientras tú te cambias de ropa, yo voy a enviar un par de correos
electrónicos —dijo Nick.
«Ésta era mi casa», pensó Noah con tristeza mientras ascendía la escalinata.
Todas y cada una de las habitaciones le recordaban momentos con Nick. Al llegar
a la habitación principal, respiró profundamente y abrió la puerta.
Hizo un esfuerzo por apartar los ojos de la inmensa cama y se dirigió al enorme
armario empotrado. Dentro, en un lado, estaban las cosas de Nick; en el otro, la
ropa que ella se había dejado. El ama de llaves, Marietta, lo tenía todo ordenado.
Noah agarró uno de los vestidos que Nick le compró durante la semana que
estuvieron en París en los primeros meses de su matrimonio.
De repente, Noah oyó un ruido a sus espaldas y, al volverse, se encontró
delante a Marietta, que llevaba un montón de ropa de Nick cuidadosamente
planchada y doblada.
—Señora Leister —dijo Marietta sonriendo—, me alegro de volver a verla. No
sabe cuánto me alegro de que vuelva con el señor Leister. El señor ha estado muy
triste sin usted.
—Hola, Marietta —dijo Noah apretando el vestido contra su pecho—. Yo
también he estado muy triste.
El ama de llaves sonrió ampliamente.
—Sabía que, al final, todo se solucionaría. Usted y el señor Leister son… almas
gemelas.
—Sí —concedió Noah, esperando parecer sincera.
Marietta dejó la ropa que llevaba en los estantes y añadió:
—La dejaré para que se vista. Su marido me ha dicho que van a salir a cenar
fuera para celebrar su reconciliación.
—Sí, así es —respondió Noah.
—Le he dejado toallas limpias en el baño —la informó Marietta.
—Gracias, Marietta —Noah  se miró la ropa—. Creo que me vendría bien una
ducha.
Después de la ducha, Noah se miró al espejo y se mordió los labios. Había
ojeras bajo sus ojos azul violeta y tenía el rostro más pálido que de costumbre.
Acercándose al espejo, frunció el ceño al ver las pecas en su nariz. Tenía la bolsa con
el maquillaje en su piso en St. Kilda, lo único que tenía consigo era una barra de
cacao en el bolso.
Se puso el vestido negro y unas sandalias negras de tacón y salió de la
habitación.
Nick la estaba esperando en el salón, tenía una copa de licor en la mano.
—¿Quieres beber algo antes de marcharnos? —preguntó él.
Noah  se preguntó qué diría él si le dijera que ya no tomaba nada de alcohol.
Después de lo ocurrido con Garth, ya no se atrevía.
—No, gracias.
Nick la miró de arriba abajo.
—Estás muy hermosa, querida —dijo él.
—Gracias…
Nick se acercó a ella y le alzó la barbilla mirándola fijamente.
—Marietta y Salvatore están aquí todavía —dijo él en voz baja—. Estamos
enamorados otra vez, ¿no?
—No… sí, claro —a Noah le latió el corazón con fuerza cuando él le acarició el
labio inferior con la yema de un dedo.
Entonces, Nick la besó.
Noah cerró los ojos mientras la boca de él cubría la suya. El estómago le dio un
vuelco de placer al abrir los labios para permitir que la lengua de Nick la
invadiera.
Ese primer ataque erótico la hizo perder la cabeza. Se agarró a él mientras
enlazaba la lengua con la de Nick en imitación a la más íntima de las uniones.
Sintió la pulsión del deseo en el vientre, sus sentidos a flor de piel… Y sintió la
erección de Nick contra su cuerpo, un recuerdo de lo que habían compartido en el
pasado.
Noah apenas oyó el sonido de la puerta de la casa al cerrarse, pero abrió los ojos
bruscamente cuando Nick dio por terminado el beso. De repente, se sintió
completamente desorientada.
—Marietta y Salvatore ya se han ido —dijo Nick apartándose de ella—.
Suponía que uno de los dos o los dos entrarían aquí para despedirse. El beso ha sido
por ellos, no porque quisiera dártelo.
Noah se pasó la lengua por los labios.
—Ya…
Nick le lanzó una de sus inescrutables miradas.
—Tendremos que hacer este tipo de demostraciones de vez en cuando de cara a
la galería –declaró él—. Espero que no malinterpretes el motivo de estos intercambios
físicos.
Noah tragó saliva como si así pudiera tragarse el dolor que esas palabras le
habían causado.
—Lo comprendo.
—Bien. Lo mejor es dejar las cosas claras para que no pueda haber
malentendidos.
—Entiendo que me odies —dijo Noah—. Eso, desde luego, lo has dejado muy
claro.
Un duro brillo iluminó los ojos de Nick.
—¿Acaso no tengo derecho a odiarte, Noah? —preguntó él—. Destruiste
nuestro matrimonio cuando te acostaste con otro hombre.
Noah cerró los ojos para no ver la furia en las oscuras profundidades de los de
él.
Nick le agarró ambos brazos.
—¡Maldita sea, mírame!
Los ojos de Noah se abrieron, en ellos había lágrimas.
—Lo siento —susurró Noah con voz quebrada—. Lo siento…
Nick la soltó y lanzó una maldición.
—Supongo que vas a excusarte diciendo que habías bebido demasiado y que no
sabías lo que hacías.
—No bebí —dijo ella, incapaz de soportar su mirada acusatoria—. Al menos, no
más de medio vaso… Pero es verdad que no recuerdo casi nada de lo que pasó
aquella noche… aparte de la discusión que tuvimos y… y de que fui a casa de
Garth…
—Donde te abriste de piernas como la perdida que eres —concluyó él con
cólera.
Noah no podía soportar su vergüenza. De no haberse encontrado desnuda a la
mañana siguiente en la cama de Garth, jamás habría creído posible ser capaz de
semejante comportamiento. Y lo peor era que no sólo había engañado a su marido
sino que también había traicionado a un amigo que, desde su infancia, siempre la
había apoyado.
—¿Te hizo gemir de placer, Noah? —preguntó Nick—. ¿Te hizo rogarle
como me rogabas a mí?
Noah se tapó los oídos con las manos.
—No, por favor, no. No puedo soportarlo.
Nick le apartó las manos, sujetándoselas por las muñecas.
—¿Le tomaste en tu boca como hacías conmigo? ¿Lo hiciste?
Noah empalideció y le temblaron las piernas mientras la habitación empezaba a
girar a su alrededor. Y poco a poco, su cuerpo se desplomó.
—¿Noah?
Abrió los ojos momentáneamente, pero el inexorable abismo que la absorbió se
los cerró de nuevo…

Esposa Inocente (adaptado) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora