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(...)
Algunos sueños de Rhaena eran tranquilos, ella caminando por la arena viendo el mar, escuchando el ruido del agua y las aves volando.
Una tranquilidad que le gustaba mucho, pero también estaban las pesadillas, como la que estaría a punto de soñar.
La sala del trono se mostraba frente a sus ojos, vacía sin ninguna persona o guardia, solo con el asiento hecho de espadas fundidas.
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A pesar de la luz que entraba por la ventana sentía el frío en sus huesos, abrazándose a sí misma, algo le decía que no tenia que estar ahí y por eso salió corriendo hacia la salida.
- ¿Por qué corres? -se escucho una voz.
Ella se detuvo y dio vuelta para ver quien le había hablando, pero solo vio una sombra sentada en el trono.
- ¿Quién eres? -quiso saber, tomando valor avanzo hacia el centro de la sala.
Se detuvo y admiro a la sombra, la cual lentamente tomaba forma de alguien masculino, cabello corto y una corona que no era la de su abuelo. Sin embargo, la cara seguía siendo un misterio, al parecer no querían que descubriera su identidad.
