En la sala del consejo se discutía la muerte del hijo del usurpador y las consecuencias que esto traía al reclamo de Rhaenyra.
- ¿Me acusan a mi, de haberlo hecho? -articulo con incredibilidad la reina.
- Al menos es eso lo que dicen los mensaje enviados a todo el reino -expuso el maestre Gerardys.
- Pues enviemos mensajes, negando tal acusación -ordeno y recibió la respuesta de que ya lo habían hecho.
- Los rumores no pararan, creerán lo que quieran creer -expuso Alysanne.
- Es cierto, nadie reprocha a Aemond por haber matado a Rhaena -trajo un recuerdo doloroso Rhaegar para comprobar el punto.
- Redoblen la guardia aquí y Driftmark, no tardaran en tomar represalias -intento ignorar la tristeza que la abrumaba por la mención de su hija.
- Ya me encargue -comento Lord Celtigar- , pero majestad el daño que nos va a hacer esto es incalculable, justo cuando necesitamos más apoyo a nuestra causa.
- Cuando acabemos con los usurpadores, no importa que casa se nos oponga, la acabaremos -dijo harta Naerys de escuchar a los ancianos.
Daemon y sus hijos sonrieron ante lo dicho por la joven, aunque los demás nobles estaban incomodos.
- Pero es mentira, yo también perdí una hija, ¿Cómo iba a infligir un daño así a Helaena? -pregunto con indignación.
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- La muerte de la princesa Rhaena fue una puñalada -comenzó Sir Alfred-. Un insulto. Cualquier madre afligida buscaría consuelo en la venganza.
- ¿Estáis sugiriendo, Sir Alfred, que mi pesar me hizo ordenar la decapitación de un niño? -pregunto alterada por la acusación la reina, parándose y enfrentado al hombre.
- Yo solo pensaba que tal vez, pudiste precipitaros y...
- Cierre la boca, a menos que quiera perder su lengua, Sir Alfred -lo miro Jaehaerys desde su asiento.
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El mayor trago grueso ante la amenaza del Targaryen, como bien se decía era digno hijo del príncipe canalla y de temer.
