Capítulo 2

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Oliver Davies.

Por las tardes, siempre me gusta andar por ahí caminando sin importancia alguna

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Por las tardes, siempre me gusta andar por ahí caminando sin importancia alguna. Solo voy a despejar mi mente por las calles, pues no es fácil ser un estudiante de nivel mundial y la selección australiana de física siempre nos exige mucho. Y bueno, la brisa siempre me ayuda. Pero aquel instituto donde conocí a Valentina se convirtió en mi lugar favorito después del bosque. Siempre me quedaba en la parte del frente de la escuela para verla salir, y me aprendí cada uno de sus movimientos como si tuviese en mis manos un tutorial de lo que ella era.

Ella.

Ella, siempre sale con pasos ligeros y su cabello medianamente corto y color negro azulado se mueve levemente con la brisa de la tarde. Luego, se apresura, saca del bolsillo de su jean unos auriculares y empieza a escuchar su música. Quisiera saber qué música escucha, quisiera saberlo todo de ella.

Pero esa tarde su blanca piel de nieve se volvió pálida y sus hermosos ojos negros brillaron más de lo normal. Alguien estaba detrás de la pelinegra y tenía un cuchillo con el que la amenazó; rápidamente le arrebató su teléfono.

No pude hacer nada; sin embargo, esa fue mi oportunidad para acercarme y hablarle.

Luego de intercambiar palabras, la invité a mi casa con la promesa de que iba a encontrar su teléfono.

Obviamente, ella no iba a confiar en mí, así que le di la tarjeta de mi padre y me hice pasar por él, haciéndome llamar Frank Davies. Y ella me creyó todo. Ni siquiera pensó en que era muy joven como para ser ingeniero, tal cual como decía en la tarjeta. Valentina, ser precavida, no es lo tuyo.

[...]

Valentina Castillo.

Luego de darme una ducha, me di cuenta de que ya faltaban diez minutos para ser las seis. Dios, había quedado para verme con el muchacho que había conocido hoy, el cual me iba a ayudar a recuperar el celular robado.

Tan solo si no fuera tan importante este teléfono, pero sí lo era, sobretodo por las fotos que yo tenía con mamá. Simplemente no tenían copia de seguridad. Tenía que recuperar esas fotos; era lo único que me quedaba de ella, aparte de su diario personal.

Tenía que encontrarme con ese sujeto.

Revisé la tarjeta que me había dado y pedí un taxi hacia esa dirección.

[...]

Finalmente llegué con veinte minutos de retraso.

La casa era linda, con un pequeño jardín en el frente y el césped bien cuidado. Subí unas pequeñas gradas en la entrada y di dos pequeños golpes en aquella puerta de madera pintada de blanco, con una ventanilla de cristal. Luego de tocar, vi que al lado había un timbre, así que lo toqué, pero me excedí un poco. Después de un minuto, a través del cristal, me topé con el bigote de alguien; era un gran bigote rubio con muchos mechones blancos. La boca debajo de ese bigote pronunció algo, pero no lo entendí completamente. Solo dije:

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