capítulo veintiuno

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Estaba examinando la linterna, tenía huellas con tinta verde, era demasiado extraño, mirándola curiosa. Estaba en mi burbuja hasta que  la puerta fue tocada, grité que pasen, vi a Sebastian quien me sonrió y me preguntó que estaba haciendo, le señalé la linterna y él me miró confundido. 

—¿Qué juguete es ese?

Le dije que lo había encontrado tirado. Sebastian y yo estábamos explicando, hasta que gritaron y se escuchó un aullido, todos salimos y vimos la multitud, y a Angela temblando por el sabueso demonio, fruncí el ceño, al parecer alguien había sido el sabueso malo, todo esto me estaba confundiendo demasiado, fuimos hacia donde estaba el asesinato, y vimos al mismo chico que habíamos visto en la mañana, mordido hasta la muerte.

—¿Qué hizo?—Pregunté, sin entender. 

—Tuvo un sexto perro. —Dijo uno de los moradores. —Rompió las reglas.

¿Eso es todo, tener una sexta mascota, es básicamente una sentencia de muerte? Miré anonadada al presidente de la aldea, poniéndome cara a cara a él. 

—¿Cómo puedes decir tales cosas? Es realmente estúpido.—Escupí con odio. —Es simplemente un perro, y ya. 

Este me miró enfadado, se le notaba en los ojos, exclamando diciendo que él había creado las reglas, y que el perro estaba para proteger su aldea. Vi como todos comenzaron a defenderlo y se llevaban al chico en una camilla, quien ya estaba pálido y frío, miré triste toda la escena, y ofendida, puesto que nadie había hecho nada, nadie lo había defendido.

Había muerto por gusto.

La noche había caído, el viento golpeaba las ventanas y mis sentimientos de ira e injusticia seguían, me pasé la mano por el cabello, y me di cuenta que se me estaba cayendo, los mechones rojos en mis manos eran evidencia.

—No debió hacer un escándalo. —Me dijo con suavidad, Sebastian quitándose la camisa. —El nombre de la familia estuvo en juego por arranques así de ira, tiene que tener más cuidado, señorita Brienne.

Me terminé de poner la pijama, relamiendo mis labios, estaban resecos. 

—Lo sé, mañana mismo me disculparé, es que me dio mucho coraje Sebastian. —confesé, sentándome en la cama apagando la vela. —En serio detesto este viaje, hubiera preferido quedarme en la mansión, no sé que estamos haciendo aquí.

Se sentó a mi lado, y aproveché para acostar mi cabeza en la de él, estaba todavía con el coraje que no podía concentrarme en nada, supongo que él lo detectó, asó que se fue dejándome confundida, para después volver con un vaso de té, sonreí y agradecí, tomándolo. 

—Gracias, la verdad es que lo necesitaba demasiado, no tienes idea el estrés que tengo. —Susurré, y cuando terminé de hacerlo me eché boca abajo. —Solamente quiero entender las cosas, y no sé, entenderme a mi mismo, eso es todo. 

Sebastian se puso de lado mirándome fijamente, conectamos miradas y este acarició mi mejilla con su dedo índice, yo suspiré. 

—Se está poniendo muchas responsabilidades y presión en los hombres. —Susurró, sonriendo. —Está de vacaciones, recuerde eso.

Me pasé las manos por el rostro, dejándome caer en el colchón, tapándomelo, este me acarició hasta que sentí que me relajé. 

—No se preocupe, ¿de acuerdo?

Lo miré y este me sacó el cabello del rostro, le sonreí tratando de no reírme. Para después mirarme fijamente, yo caí a los minutos, porque en serio, no sé que tenía ese hombre, que podía tenerme a sus pies en tan sólo un pestañeo. Suspiré asintiendo, y este sonrió mostrándome sus dientes afilados.

—De acuerdo.—Exclamé.

Pasión [Sebastian Michaelis y tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora