capítulo dieciséis

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Cuando dijo eso, dio un salto tan alto que para un ser humano era imposible. Eso confirmaba que él no lo era, él era un demonio, había estado con un demonio, tenía sentimientos por un demonio. 

Sebastian Michaelis era un demonio.

Escuché tacones y volteamos, tomé la mano enseguida de Ciel y era Madam Red.

—Nos hemos convertido en el lobo y la oveja, casando una presa en particular, y yo no puedo permitir, esto, no otra vez. 

Vi que sacaba un cuchillo y le hacía una herida a Ciel, así que por instinto atrapé a Ciel entre mis brazos y sentí como me hacían un corte también a mi, protegí a Ciel como si fuera un pariente mío. 

Por alguna razón mi cuerpo se movió solo, necesitaba proteger a Ciel así sea lo último que haga.

—¡Basta, Madam Red!—Grité. —¿Por qué haces esto? Se supone que eres médica, no entiendo, me contestaste que nunca pudiste tener una hija, ¿qué se supone que estás haciendo?

Ella gritó de impotencia, para después alzar el brazo y quitarme a Ciel de un sólo movimiento empujándome haciéndome caer de espaldas en las duras calle. Me aplastó el estómago dejándome sin aire, mareada por unos segundos por los finos tacones que tenía.

—Tú nunca lo entenderías, nadie nunca lo entendería, ¡tú nunca debiste haber nacido!

Esas fueron las pobres y crueles palabras que le gritó a Ciel, en el momento, aproveché y con la adrenalina del momento, me puse en frente de Ciel, cerré los ojos esperando el impacto. 

—¡Basta Sebastian, no la mates! 

Abrí los ojos, viendo como Sebastian se tomaba el brazo, que no dejaba de sangrar, estaba tan confundida, tan extrañada y consternada, el dolor que sentía en el estómago no se comparaba a nada. 

—Sebastian, tienes carácter.—Dijo Grell, acercándose a él. —Mira que sacrificarse y perder tu brazo es algo fuerte.

Se acercó, caminando hacia nosotros, mirándonos sin remordimiento. 

—Bueno, ¿qué esperas Madam Red? ¡Mátalo!

Todos estábamos mirándolos, me puse en frente de Ciel, quien la miraba con los ojos abiertos, Sebastian estaba expectante, pero ella soltó el cuchillo, cubriéndose la cara negando. 

—No puedo, no puedo hacerlo.

Este se encogió de hombros, mirándola aburrido, y en sólo pestañeo atravesó la motosierra en su estómago.

—Me decepciones, Madam Red. 

Abrí los ojos, sorprendida, queriendo que todo esto sea un sueño, o una tortura que me estén haciendo pasar, Adela tenía razón, no tuve que poner un pie en esta maldita mansión. Grité lo más fuerte que daba mi garganta, mis rodillas se doblaron por si si solas y gateé hasta donde estaba ella, tomé su cuerpo entre mis manos, viendo como el color rojo, el que ella tanto amaba rodaba entre mis manos, saliendo entre su cuerpo, me empapé de él, pegándole al suelo frustrada, enojada.

—No, por favor, Madam, no puedes dejarme, te lo suplico, por favor. —Susurré, tomando su rostro, ella parecía estar viendo algo, alcé la mirada. —Yo quiero ser tu hija, la que siempre quisiste, por favor, no me dejes.

Tomé su cara, buscando que todavía tuviera vida, así sea por un momento que me escuchara todas las súplicas que le estaba dando por más que sean inútiles, que sepa que aquí en esta tierra personas no quieren que se vaya.

Y así fue como cerró sus ojos, para nunca volver a abrirlos.

—Básicamente la parca es la vida dramática. —Finalizó Sebastian.

Pasión [Sebastian Michaelis y tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora