Se encontraban en la cama, Marko comía a besos la piel de Valentina, acariciándola con sus manos.
Ella podía escuchar la respiración agitada del hombre, lograba sentir su peso encima suyo, no tenía escapatoria, era inevitable, debía tener sexo con su jefe.
Estaba completamente desnuda, así como él también. En otra situación, donde no lo odiara y repudiara habría estado emocionada de que un hombre tan guapo e importante la besara y acariciara.
Pero esa no era la situación. Lo único que podía hacer era cerrar los ojos y esperar a que todo acabase.
—Me encantas, me fascinas —susurró Marko a su oído.
Tal vez era porque Marko estaba bastante borracho que no notó que ella no estaba nada emocionada con que él la tocase. Por esta misma razón Valentina le dio bastante vino, así él nunca notaría el repudio que ella emanaba hacia él.
Las embestidas comenzaron y las lágrimas se derramaban de los ojos de la joven.
Quería que todo terminara, pronto, por favor, pronto.
Nunca pensó que llegara a sentir tanto asco hacia un hombre. Nunca.
Se encontraba llorando en el baño en silencio, hecha bolita en una esquina de la ducha, con el agua cayéndole en la cabeza, bañándola por completo.
Minutos antes vomitó hasta el cansancio, no le quedó nada en el estómago.
Aruñaba sus brazos por la impotencia y la rabia que la consumía.
Se repetía una y otra vez que asesinaría a Marko, debía hacerlo en nombre de su difunto esposo. Tenía que ser fuerte por él, debía vengarlo y hacer sufrir a Marko Rumanof todo lo que fuera posible.
Un punto positivo es que había confirmado que Marko estaba más que enceguecido por ella, para bien o para mal, estaba más que enamorado de Valentina. Sus sospechas eran ciertas, nunca pudo olvidarla. Seguramente asesinó a Lorenzo al no soportar que otro hombre la tuviera, que le quitaran de su lado su tesoro más preciado.
Cuando se terminó de bañar, volvió a la habitación y encontró a Marko profundamente dormido. Le entraron unas ganas enormes de ahogarlo con una almohada y así librarse de ese hombre de una vez por todas, para que nunca más volviera a ponerle un dedo encima.
Le daba asco, demasiado asco.
Detalló su rostro gracias a la luz cálida que brotaba de una lámpara: tenía una nariz fileña, la piel sumamente blanca y unas pestañas largas y tupidas, además, sus labios eran rosados, bastante seductores.
Y aún así le daba asco, lo repudiaba.
Se vistió y se dirigió hasta la biblioteca oculta de la mansión. En el camino observó por una ventana a un guardia de seguridad que hacía su recorrido matutino; Valentina se escondió para que el hombre no fuese a verla desde la ventana. Debía tener cuidado cuando caminara en la noche por la mansión.
Al poder estar frente a la caja fuerte, puso los dígitos que Marko le había revelado y... sí, esa era la clave.
Valentina abrió y encontró todos los documentos importantes del heredero Rumanof, así como también había joyas, diamantes y las barras de oro.
—Marko, el que me ames tanto te va a costar un dolor inmenso —susurró Valentina.
Sabía que no podía llevarse todo el mismo día, debía hacerlo de apoco, así Marko no se daría cuenta, al menos no enseguida.
Tomó dos carpetas blancas y varios sobres de manila marrones. No sabía su contenido, lo revisaría cuando estuviera en su casa.
Sara deslizó el paquete sobre la mesa.
—Aquí está lo que me pediste, esta vez será el último, no voy a permitir que me sigas sobornando —dijo Sara a la mujer frente a ella.
Sin embargo, una vez más, aquella mujer soltó una risita mientras tomaba el paquete, echó una mirada rápida al interior del paquete y después lo guardó en un bolso negro.
—Sabes muy bien que no podrás deshacerte de mí tan fácil —replicó—. A fin de mes espero que me des el doble del que me diste esta vez.
—¿Qué? —jadeó Sara.
La mujer deslizó una sonrisa y después se cruzó de brazos.
—Por favor, sabes que lo harás. El cargo de conciencia que cargas te obligará a hacerlo, porque eres tan cobarde que jamás permitirás que una persona de tu tan selecto y privilegiado círculo social se entere que eres una asesina.
—Yo no soy ninguna asesina —gruñó Sara, volteó a ver a su alrededor, nadie las observaba en el restaurante donde siempre se encontraban.
—Claro que lo eres, ¿o por qué estarías entregándome dinero? —La mujer enarcó una ceja—. Eres la única responsable de que mi pobre Lorenzo muriera. Dejaste a unos niños sin padres.
Sara tragó saliva e inspiró hondo. ¿Cómo rayos se iba a deshacer de aquella mujer? Estaba hundida en este problema.
Valentina dio media vuelta en la cama y arrugó el rostro al sentir el rayo de sol golpearle en los ojos.
Había escapado de la mansión apenas empezó a amanecer. No quería ver a Marko, no podría soportar más tiempo a su lado.
Apenas llegó a su casa, guardó los papeles y después se echó a dormir. Pero había tenido un sueño demasiado desagradable y la consumía un fuerte dolor de cabeza.
Se sentó en el bordillo de la cama, sintiendo el piso frío en las plantas de sus pies.
De repente, escuchó un estruendoso ruido y frente a sus ojos un grueso objeto voló hasta estrellarse contra una pared.
Valentina soltó un grito y cubrió su cabeza con sus manos.
Entonces, todo se volvió silencio y tensión.
Al abrir los ojos y bajar los brazos, todo su cuerpo temblaba del miedo. Frente a sus ojos había un objeto envuelto en papel que había atravesado el vidrio de la ventana.
Su respiración estaba agitada, nerviosa, viendo las esquirlas de vidrio esparcidas por la habitación y lo que parecía ser una piedra envuelta en papel.
Con cuidado, caminó hasta poder tomar la piedra y quitarle el papel.
"Vas a pagar por haber matado a Lorenzo" estaba escrito con recorte de letras.
Lanzó el papel y la piedra al piso, horrorizada.
Alguien quería vengarse de la muerte de Lorenzo y creían que ella era la responsable de todo. ¿Qué estaba pasando?
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Destruyendo al magnate
RomantizmLa vida de Valentina nunca había sido feliz. Su tristeza tiene nombre: Marko Rumanof, el magnate de los diamantes. De adolescente se encargó de ser su mayor acosador y de adulto era el jefe despiadado que le generaba sus mayores pesadillas. Pero a...