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Varios días antes de la última sesión que daría paso al momento de desenfrenada pasión entre Zoro y [Tn], algunos hechos habían tenido lugar en las afueras de la ciudad.
Con paso relajado, el investigador privado que iba por el nombre clave de Smoker, se había acercado a un vagabundo que veía pasar a los transeúntes que hacían caso omiso de la lata vacía que hacia ellos extendía, con el propósito de obtener alguna limosna.
Se trataba de un delgado joven rubio de apariencia enfermiza, que claramente abusaba del uso de sustancias.
—¿Día difícil? —inquirió Smoker, que miró la lata vacía. Estaba de visita por la caseta metálica (alias hogar del susodicho) frente a la parada del autobús, con un solo propósito en mente.
El mencionado investigador privado vestía un abrigo ligero tan negro como sus botas a estilo militar y sus pantalones tipo cargo, con bolsas grandes a los laterales de las rodillas, y una camisa manga larga de algodón en tono gris xanadu. Se sentó en la vacía y alargada banca de metal, antes de darle una calada a un puro que por mucho no se terminaba.
—Eh, amigo —dijo el harapiento rubio—, ¿te sobra algo de cambio?
—No me sobran monedas —respondió Smoker, mirándolo con fijeza—, pero estoy dispuesto a darte un billete para que compres algo de comer y beber, y creo que incluso te sobraría para una probadita del veneno de tu preferencia. Claro, eso será si me eres útil.
El joven se removió, casi inquieto. Necesitaba comer, pero mas que nada, necesitaba un poco de cristal. Sí, conseguir metanfetamina estaría genial. Al demonio la comida.
—Haré lo que sea. ¿Sabe lo que digo? —murmuró, respirando agitado—. ¡Lo que sea!
Smoker había estado trabajando arduamente en el caso particular que había aceptado hacía pocos días, y todos los datos recopilados lo habían llevado a hasta ese chico, que según otro vagabundo al cual había interrogado el día anterior, podría tener información importante sobre lo sucedido la noche del incendio en el restaurante Baratie.
—Ayer hablé con un amigo tuyo... —comenzó Smoker, hurgando el bolsillo interior de su abrigo para sacar una libreta de apuntes. Él era un expolicía de la vieja escuela, y por lo tanto, el lápiz y el papel formaban parte esencial de su día a día en su ocupación como investigador privado—, «Little Tommy»... —murmuró, leyendo el sobrenombre—, me dijo donde encontrarte, y también mencionó que habías estado en el lugar de los hechos hace unos días, cuando...
—¡Ese bocazas! —apostrofó el joven, algo alarmado. En efecto, había comentado con Little Tommy, algo relativo a lo atestiguado aquella madrugada—. ¡No quiero problemas con la ley, amigo! ¿Sabe lo que digo? ¡No quiero problemas con la ley!
—Y no los tendrás —aseveró Smoker, que había notado que el señor «¿sabe lo que digo?», en realidad podría saber mas de lo que Little Tommy le había podido contar. Ah, éste estaba tan viajado que no hacía mas que repetir lo mismo, antes de volver a alardear sobre lo que su amigo había atestiguado.