ᴜɴᴏ

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El traje era conservador, gris y aburrido.

Matías Recalt miraba su reflejo en el espejo con el gesto fruncido. Se veía... bien, pero el traje no logró el efecto que había deseado: no se veía mayor.

Quizás había sido esperar mucho.

Suspirando, Matías se pasó una mano por su suave mandíbula, deseando tener alguna barba varonil para ocultar su cara de bebé.

Tenía veintidós años, por todos los cielos. Era vergonzoso que la mayor parte de la gente no creyera que tuviera edad para beber y tuviera que llevar su documento a todas horas.

Matías culpaba a su ridícula boca: debido a su labio superior regordete, su rostro parecía portar un puchero perpetuo. Lo hacía parecer muy joven, y mientras que normalmente no era problema, lucir como un niño de diecinueve resultaba un dolor en el culo cuando uno tenía que asistir a una importante reunión de negocios. No es como que asistiera a demasiadas reuniones de negocios importantes.

Matías sonrió sombríamente a su reflejo y encuadró los hombros. Bueno, eso estaba a punto de cambiar. Iba a probarle a su padre que él podría ser confiable para cosas importantes.

Seguro, su padre iba a ponerse furioso cuando lo averiguara, pero esta oportunidad era demasiado buena para dejarla escapar entre los dedos. No conseguiría una oportunidad como esta de nuevo. Normalmente, en Inglaterra, su padre lo mantenía con correa corta, vigilándolo como un halcón. A Matías le habría gustado pensar que el motivo de ello era la sobreprotección de su padre, pero no era un iluso: Guillermo Recalt simplemente no confiaba en su hijo. Matías trató de no tomarlo muy personal, Guillermo Recalt no confiaba en nadie, pero ya era tiempo de cambiarlo. No se había graduado con honores de Oxford sólo para pasarse la vida siendo una cara bonita en las campañas de marketing de su padre. Matías siempre lo había odiado, pero estaba francamente enfermo con ello luego de los últimos dos meses pasados en Moscú, asistiendo a eventos sin sentido en lugar de su padre para la sucursal rusa de las Industrias Recalt.

El mail que había recibido Matías hace unos días resultó un bienvenido descanso de la abrumadora rutina a la que se había acostumbrado. Bien, técnicamente, el mensaje no era para él. Si Matías no hubiera estado en Moscú, los empleados de su padre sólo lo habrían reenviado hacia la oficina principal en Londres, donde estaba actualmente su padre. En sentido estricto, Matías debería haber hecho lo mismo en vez de leerlo, pero había estado aburrido e inquieto y el mensaje lo había intrigado.

Guillermo,

Mi secretaria parece estar teniendo problemas para contactarte. Me informó que ha sido incapaz de llegar a ti. Le dije que eras un hombre ocupado. Pero también yo soy un hombre ocupado. Tampoco soy un hombre demasiado paciente. Tenemos asuntos que discutir. San Petersburgo, 21 de febrero, 9 p.m., restaurante "Palkin". Espero que estés allí. No llegues tarde. Sabes cuánto detesto la impuntualidad. Odiaría que nuestra amistad fuera arruinada por algo tan pequeño.

Espero ansioso nuestra reunión,

Enzo Vogrincic.

Matías había leído el mensaje varias veces. Algo en él estaba mal. La forma amistosa parecía falsa. ¿O sólo lo estaba imaginando? No lo creía así.

Enzo Vogrincic. El nombre le sonaba vagamente familiar, aunque Matías no podía recordar en donde lo había escuchado. Pero el hombre, fuera quien fuera, debía ser lo suficientemente importante como para ser capaz de asumir semejante tono de superioridad con Guillermo Recalt. Joder, el tipo prácticamente estaba lanzándole órdenes a su padre. Matías nunca había conocido a nadie que tuviera suficiente poder -y temple- como para hacer eso. Todos sabían que Guillermo Recalt no era alguien con quien jugar. El padre de Matías era conocido como el multimillonario británico más despiadado, más poderoso... un multimillonario del cual se rumoreaba que hacía tratos con la mafia italiana y rusa.

(Iɴ)ᴄᴏʀʀᴇᴄᴛᴏ | ᴇⁿᶻᵒ ˣ ᴍᵃᵗⁱ́ᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora