ᴅɪᴇᴄɪɴᴜᴇᴠᴇ

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—Me gustas, Matías.

Matías levantó la mirada del plato y la barrió por el restaurante antes de fijarla en el hombre sentado al otro lado de la mesa. Los tranquilos y claros ojos de Agustín Pardella encontraron su mirada y la sostuvieron.

Agustín tenía un rostro fuerte y hermoso, con estilizado cabello castaño, ojos claros y una boca firme y sensual. Era solo siete años mayor que Matías, veintinueve años, pero tenía un aire tan sereno, decidido y confiado que parecía mayor.

Fue Francisco quien los presentó. Él y Francisco... realmente no conversaron sobre lo que pasó hace una semana (a Matías le gustaba pretender que su desmoronamiento en el callejón no había pasado), pero Francisco parecía decidido a apartarlo de la mente de Matías y había preparado un encuentro con Agustín, uno de sus muchos primos lejanos. Pese a descender de un linaje empobrecido de la familia de Francisco, Agustín había hecho verdaderamente una carrera para sus veintinueve años y se había ganado una lujosa oficina, un piso arriba de la de Matías en Grayguard.

—¿Sí? —dijo Matías, dándole a Agustín una sonrisa ladeada. —No sabría por qué.

Agustín bebió su vino.

—¿Estás buscando halagos? —Tenía una buena voz, sexy, grave y ronca.

—Nop, sé que soy lindo —Matías sonrió más amplio. —Es solo que... Por lo que he escuchado de ti por parte de Fran, no respetas demasiado a las personas que nacieron con una cuchara de plata en la boca, lo que es algo gracioso. Estás emparentado con un montón de aristócratas.

Agustín río, pero no lo negó.

—Deben ser los hoyuelos. Siempre tuve cierta debilidad por ellos.

Matías sólo pudo devolverle la sonrisa. Estaban coqueteando, ¿no es así? Coquetear era bueno. Francisco estaría orgulloso de él.

La expresión de Agustín se puso seria.

—Mira, voy a ser directo contigo. No quiero ningún malentendido aquí. Quiero asegurarme de que estamos en la misma página —miró a Matías a los ojos. —Estoy cansado del ambiente de los clubs y las relaciones ocasionales. A esta altura, me gustaría tener un marido y un par de niños que malcriar —Agustín se encogió de hombros. —Realmente me gustas, pero si una relación seria no es lo que te interesa, es mejor que me lo digas ahora.

Matías tragó saliva, intentando luchar contra la ola de pánico.

Esto estaba bien, ¿verdad? Era lo que había estado buscando. Agustín era atractivo y confiado sin ser arrogante, era firme sin ser dominante, era verdaderamente agradable sin parecer débil. Tenía una voz sexy y unos músculos agradables debajo del traje. También quería hijos. Agustín cubría todos los requisitos. Era prácticamente perfecto. El hombre de sus sueños.

Matías se llevó el vaso a los labios y tomó un sorbo de su bebida, tratando de ganar algo de tiempo. Agustín sonrió, viéndose divertido.

—No estoy proponiéndome ni nada —dijo, estirándose sobre la mesa y tomando la mano libre de Matías. Su mano era grande y cálida. —No quiero que te espantes. Solo digo que me gusta lo que veo... una sonrisa como la tuya no es mentirosa... y realmente me gustaría conocerte mejor. ¿Te gustaría llegar a conocerme?

Era razonable.

Matías sonrió y asintió, tratando de ignorar el nudo de ansiedad en su estómago.

El resto de la cita salió bastante bien. Era fácil hablar con Agustín. Era un buen oyente y un gran conversador. Era divertido, inteligente y atractivo. A Matías le gustaba. Le gustaba mucho.

Después de la cena, Agustín le compró flores de camino al departamento de Matías y lo besó castamente al final de su cita, con una mirada cariñosa y fascinada.

En general, fue genial.

Luego esa noche, mientras que Matías miraba las hermosas rosas blancas en su mesita de noche, pensó que Agustín prácticamente era lo que había estado buscando toda su vida.

Se durmió con una sonrisita en los labios, sintiéndose satisfecho y optimista sobre su próxima cita.

Soñó con manos ásperas y posesivas, fríos ojos mieles y un cuerpo pesado y caliente encima de él. Se despertó, sin aliento y jadeando, su cuerpo hormigueando de anhelo y hambre, del tipo que nunca habría sentido antes.

Lágrimas de ira brotaron de sus ojos. No era justo. No quería esto. Quería a Agustín. Quería soñar con Agustín, que era el epítome de todo lo que deseaba en un hombre.

Se preguntó qué estaría haciendo Enzo ahora mismo.Matías gimió frustrado.

Deja de pensar en él, idiota.

Había pasado un mes desde que Vlad y Viviana lo ayudaron a escapar. Dudaba que Enzo le dedicaría algún pensamiento, e incluso si lo hiciera, probablemente sería porque estaba molesto de haber perdido una valiosa ventaja contra su padre. O quizás Matías fue un peón tan insignificante que Enzo apenas notó o se preocupó por su fuga.

Matías odiaba cómo esa idea lo hacía sentir estúpidamente molesto. Sus díscolas emociones le demostraban que había hecho bien en escapar cuando lo hizo. Al ritmo en que iban, unos pocos días más con Enzo lo hubieran convertido en un juguete sexual sin cerebro, enamorado y feliz de estar encerrado y ser usado cuando su captor estuviera de humor.

Había otra cosa que estaba constantemente en el fondo de su mente: había pasado un mes y todo estaba demasiado tranquilo. Aunque Matías no esperaba que a Enzo le importara lo suficiente como para buscarlo y secuestrarlo de nuevo, sí esperaba que Enzo hiciera algo para vengarse de su padre. Pero hasta ahora, nada había pasado. La falta de reacción era un poco desconcertante. Incluso si a Enzo no le importaba Matías, seguro que sí le importaba hacer pagar a su padre. ¿O no lo hacía?

Suspirando, Matías se giró sobre el estómago, abrazó su almohada y trató de enfocar sus pensamientos en Agustín, recordándose que los problemas de su padre ya no eran su preocupación. Había tomado esa decisión. No quería tener nada que ver con la mafia, el narcotráfico o el mundo criminal en general.

No conocía a su padre tan bien como para preocuparse demasiado por él como persona, y lo que había descubierto sobre él por Enzo, no le había precisamente simpatizado. No amaba a su padre, y su padre ciertamente no lo amaba a él. Esto último se había vuelto abiertamente obvio, cuando su padre había perdido rápidamente su interés en Matías, cuando le dijo que no sabía nada sobre su secuestrador.

"Eres un inútil", fue lo único que Guillermo Recalt había dicho antes de irse. Matías no dejaría que lo afectara, la falta de cariño de su padre no era nada nuevo, pero cuando Francisco le ofreció un trabajo en su compañía, no lo dudó. Ya tuvo suficiente de intentar ser un buen hijo. Estaba tan harto. Su padre y Enzo podrían matarse mutuamente por lo que le importaba. Matías no daba una mierda por ninguno de ellos. Iba a ser feliz. Iba a ser feliz y nunca tener que mirar por encima del hombro.

Con eso en mente, Matías cerró los ojos y pensó decididamente en la sonrisa de Agustín.

A la mañana siguiente, el helicóptero de su padre se estrelló en Colombia.

Hasta a mí me da la curiosidad de saber qué pasará después

(Iɴ)ᴄᴏʀʀᴇᴄᴛᴏ | ᴇⁿᶻᵒ ˣ ᴍᵃᵗⁱ́ᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora