ᴄɪɴᴄᴏ

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Con la cabeza palpitando por una jaqueca, Enzo estaba de mal humor cuando entró a su habitación esa noche. Se perdió una gran oportunidad de aumentar sus ganancias en Europa Central solo por no haber estado allí en persona para revisar el trato. ¿No podían hacer nada sin que les sostenga la mano?

Suspirando, fue al baño adjunto y sacó algunas pastillas de Tylenol del botiquín. Tragando las píldoras, se tensó ante el sonido en la habitación contigua.

Por supuesto... el chico. Casi había olvidado su orden de mudarlo allí.

Enzo quitó el cerrojo de la puerta, la abrió y entró al cuarto.

Matías Recalt estaba sentado en la cama, frotándose el estómago. Levantó la vista, sus ojos ampliándose cuando vio a Enzo. En otros aspectos, ni siquiera se estremeció. Vlad tenía razón en una cosa: el chico no era propenso a la histeria.

—Gracias —dijo Matías —. Por la comida. Me alimentaron antes de traerme aquí —enterró los dientes en su labio, con la incertidumbre parpadeando en sus ojos—. ¿Por qué estoy aquí? Su gente no se molestó en explicarme.

Enzo se acercó.

—¿Qué te hace pensar que yo lo haré? —La idea era divertida.

El muchacho inclinó la cabeza a un lado, viéndolo casi con timidez, sus gruesas pestañas oscuras enmarcando sus ojos marrones profundos.

—Nada —dijo, masticándose el labio—. Pero quisiera saber. Por favor.

Tan cortés. Demasiada amabilidad.

Los labios de Enzo se adelgazaron. Puso su mano en la cabeza de Matías y jaló de su lacio cabello.

—¿Me tomas por idiota? —dijo, sabiendo que su agarre debía ser doloroso. Lágrimas de dolor llenaron los ojos del muchacho.

—Y-yo n-no lo entiendo —susurró Matías.

Enzo contempló esos temblorosos labios.

—¿Realmente piensas que unas cuantas palabras suaves bastan para manipularme?

El chico dejó caer los ojos, la culpa y la decepción brillando en su rostro.

—¿No soy bueno en ello, verdad? —dijo con una mueca de dolor y una sonrisa torcida.

—No —dijo Enzo. El muchacho se había comportado demasiado bien e inocente para que ello fuera real.

Matías se abrazó, mirándolo con cautela.

—¿Va a castigarme por intentar manipularle? —Su voz se quebró un poco.

Enzo lo miró fijamente, evaluando sus opciones. Siempre podría ordenarle a sus hombres que lo golpearan un poco, pero la idea no le sentaba bien. Culpaba a la apariencia engañosamente juvenil de Matías.

Enzo admitiría fácilmente que no era un buen hombre. Hizo cosas que seguramente le aseguraron un sitio en el infierno... si existiera la vida después de la muerte. Pero hizo esas cosas a adultos, no a niños. Matías Recalt no era un niño, pero el aire de inocencia que tenía junto con su carita de bebé, jodía la mente de Enzo. No, no quería entregar al muchacho a sus hombres. Pero el chico debía ser castigado. Si Enzo no lo castigaba, Matías podría empezar a hacerse ideas equivocadas. Enzo ya había sido demasiado suave con él.

—Te arrodillarás en esa esquina, traba tus manos detrás de la espalda y permanece en esa posición hasta las siete de la mañana. Sin descansos, sin ir al baño, sin dormir —dijo.

Matías parecía querer protestar, pero cerró la boca, fue silenciosamente hacia la esquina y se arrodilló en el piso, enfrentando a la pared. En lo que refiera a castigos, distaba de ser lo peor, pero Enzo sabía lo incómodo y doloroso que sería mantener la posición.

—Huelga decir que esta sala está bajo constante vigilancia por video —agregó Enzo, enfocado en la rizada melena—. No te gustará tu castigo si decides desafiarme. ¿Lo entiendes?

—Sí, señor —murmuró el chico.

Señor.

Enzo dejó la habitación, intentando ignorar la forma en que esa pequeña palabra inglesa complacía algo en su interior. Un honorífico como ese no existía en el idioma ruso... o mejor dicho, eran anticuados y ya no se usaban.

Tenía que admitir que, en ocasiones, el inglés podría superar a su lengua materna.






En inglés suena mejor, "Yes, sir."

(Iɴ)ᴄᴏʀʀᴇᴄᴛᴏ | ᴇⁿᶻᵒ ˣ ᴍᵃᵗⁱ́ᵃˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora