CAPÍTULO 4

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– Sé que te pusiste nervioso, pero recuerda, el fuego control en sí mismo, es algo que no debes temer. –indiqué con voz calmada a un dubitativo Aang.

– Está bien. No debo temerle. –respondió Aang respirando profundo.

– Pero si no lo respetas… ¡Te masticará y escupirá como un furioso rinocomodo! –enfaticé, a lo que Aang reaccionó sorprendido.

Estábamos Katara, Aang y yo en las playas privadas del Rey de la Nación del fuego, en la Isla Ember. Habíamos viajado allí con mis instrucciones. Tanto Aang como Katara estaban vestidos con ropas de la nación del fuego, por si se cruzaban con miradas curiosas. De todas maneras, yo estaba bastante seguro que no nos molestarían allí. Nadie se atrevería a entrar en los terrenos de Ozai, y mi padre hacía muchísimo tiempo que no iba allí. No desde que éramos una pequeña familia completa y feliz. Recuerdos de una vida diferente y ajena.

– Ahora muéstrame lo que sabes –pedí–. ¿Qué cantidad de fuego puedes hacer?

Aang respiró hondo y, tratando de imitar los movimientos de un maestro fuego, intentó generar fuego control. De sus manos sólo salió un pequeño humo negro. Avergonzado, Aang me sonrió. Por poco sonrío con él. Rayos, como era de contagiosa su actitud.

– Necesito un poco más de entrenamiento. –reconoció Aang agachando la cabeza con humildad– ¿Quizás una demostración? –preguntó levantando la mirada.

– Buena idea. Será mejor que retrocedas.

Respiré hondo y, con movimientos fluidos, generé unas largas llamaradas, de un tono naranja cálido.

– ¡Owo! –exclamó sorprendido Aang– Hay como… no sé. Como una armonía diferente en tu fuego control. Me he enfrentado a varios maestros fuego, tu incluido, y nunca había visto unas llamas tan… cálidas como las tuyas –se veía no solo asombrado, sino también feliz–. Todo este tiempo pensé que el fuego control era destrucción. Desde que herí a Katara, fui reacio e indeciso. Pero puedo ver que realmente es energía, y vida. Es como el sol, dentro de ti.

– Sí… –respondí manteniendo una cálida llama en la palma de mi mano–. Antes mi motivación era perseguirte. Mi fuego se alimentaba de la ira que sentía hacia ti y todo lo que significabas para mí. Mi destierro, mi desgracia, mi marca. Te culpaba de todo –dije, apagando la llama, y luego tocando mi cicatriz–. Ahora sé que el único culpable es mi padre. Pero aun así no quiero volver a la ira, ni siquiera hacia él. Cuando recién iniciamos este viaje intenté hacer ejercicios de fuego control, pero lo notaba débil. Era una llama casi tan lamentable como la tuya. Sin ofender.

– No me ofendo –respondió Aang sonriendo.

– Estaba preocupado… y también por eso quise que viniéramos a esta isla. Existe un antiguo proverbio: "Como las olas que borran nuestras huellas en la arena, la isla Ember nos entrega a todos una nueva vida, esta isla revela nuestro verdadero yo". –recité, mirando hacia el horizonte, a la lejana línea del mar.

– Que hermoso. –respondió Aang siguiendo mi mirada.

– Por eso vine a esta isla, buscando una nueva inspiración para mi fuego control. Y creo que la he encontrado. –dije y, no sé si de manera consiente o involuntaria, giré la cabeza hacia la playa, hacia donde estaba Katara, sentada, tejiendo un collar de conchas. Al notar mi mirada (o tal vez la de Aang) sonrió mientras se recogía un mechón de su cabello detrás de la oreja.

Cuando volví mi atención hacia Aang, este me estaba mirando y, por un momento, me dio la impresión de que su mirada se había ensombrecido.

– Así que buscar una fuente para el fuego –comentó Aang dirigiendo su mirada hacia Katara–. Bien, puedo hacerlo.

Imitando los movimientos que yo había hecho, Aang respiró hondo y comenzó a generar poco a poco fuego control. Realizaba los movimientos a conciencia, concentrado, con el ceño fruncido. Las llamas de Aang crecieron poco a poco, rojas e intensas.

– ¡Muy bien Aang, lo has logrado! –lo animé, sorprendido de lo rápido que estaba aprendiendo–. Por ahora creo que es suficiente. Con esto podremos trabajar las bases, como siempre dice el tío Iroh.

Pero Aang no se detuvo. Sus movimientos eran cada vez más impetuosos, su llama cada vez más grande a su alrededor.

– ¡Oye Aang, ten cuidado! –gritó Katara, para hacerse oír por encima del sonido de las llamas, cada vez más potentes. Se había acercado para ver los avances de Aang– Recuerda lo que pasó la ult-… ¡Aaah!

Mientras Katara hablaba, una inmensa columna de llamas generada por Aang, tan alta como una casa, había salido disparada en su dirección. Aang, volviendo en sí, trató de detener el fuego, pero este ya había salido de su control. Si esa columna alcanzaba a Katara, haría mucho más que sólo lastimarla. Como en cámara lenta, los ojos de Katara se abrieron aterrorizados, la comprensión de un dolor inmenso que se acercaba, inevitable.

– ¿¡Se puede saber qué estás pensando Aang!? –pregunté, alterado. Yo estaba frente de Katara, resollando. En el último momento, logre colocarme en medio de la llamarada y dividirla en dos. A nuestro alrededor algunas partes de la arena aún ardían al rojo vivo. Incluso noté algunos signos de quemaduras en el empeine de las manos y la creciente sensación de ardor–. ¡Te lo dije! ¡El fuego control no es un juego!

Katara, alterada, comenzó a sollozar. Todo el cuerpo le temblaba, el rostro oculto entre las manos. Aang, arrepentido y asustado, intentó acercarse, pero ella me abrazó por la espalda, ocultando su rostro en mis hombros.

– Lo siento… Lo siento mucho Katara… Zuko. No volveré a intentar fuego control. Lo único que hago es herir a otros.

– No Aang, está… está bien –dijo Katara, separándose de mi e intentando hablar tranquila, aunque en su rostro se veía que aún estaba tensa–. Necesitas aprender fuego control. Yo… yo estoy bien… y he visto… Ya he visto que puede ser…

– ¡No! –interrumpió Aang. Lo hizo con demasiada fuerza, a lo que Katara se encogió asustada, acercándose de nuevo a mí. Aang respiró hondo y continuó hablando, con voz más calmada– No. Estoy demasiado tenso. Además, no voy a necesitar el fuego control si vamos a vencer al señor del fuego Ozai. Ahora… me siento cansado. Necesito estar un momento a solas.

Aang nos dio la espalda y empezó a caminar cabizbajo hacia la casa.

– Pero, Aang, necesitas aprender a controlar el fuego. Sé que puedes… –dije, empezando a caminar hacia él, para intentar detenerlo.

– No –dijo Katara, agarrándome por el brazo–. Déjalo. Por el momento, deja que pase este momento... Ya habrá tiempo de practicar con calma cuando todo esto termine. Creo que todos estamos demasiado tensos.

– ¿Estás herida? –pregunté, volviéndome hacia ella y viendo que aún temblaba– Puedes curarte con el agua especial que siempre llevas contigo, ¿cierto?

– No… no es grave… En realidad, creo que no me pasó nada. Gracias a ti –respondió Katara respirando profundo y devolviéndome la mirada–. Aunque creo que tú sí saliste lastimado –dijo tomando mis manos entre las suyas y observándolas–. Pero puedo curarte con agua normal. Esta agua es un recurso demasiado valioso para malgastarlos así. Sólo… me ha sorprendido… Deja que me calme un poco y empezaré a curarte.

Soltando mis manos, Katara apoyó su cabeza en mi pecho. Con mis manos a los lados del cuerpo, sin saber muy bien qué hacer con ellas, miré el camino que había tomado Aang. Sentí que debía ir tras él. Debía apoyarlo, no dejarlo solo. Pero era tan difícil separarme de Katara. Alejarme del calor que sentía en mi pecho. Alejarme del olor de su cabello.

Ella conocía mejor al Avatar. Si decía que era mejor dejarlo solo, eso haría.

La decisión de ZukoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora