CAPÍTULO 5

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– Pateemos fuerte el trasero del señor del fuego, amigo. –exclamó Toph, con la mano en el hombro de Aang. Éste sólo asintió con la cabeza, y echó a correr hacia el palacio real. A la distancia sonaban las explosiones de la batalla, cerca de la torre de la plaza.

A medida que avanzábamos, guie a Toph y a Aang hacia donde sabía que estaría resguardado mi padre en caso de un ataque. Toph abría túneles de acceso cuando era necesario, incluso si estaban reforzadas por metal.

– ¡Eso es increíble Toph! –le dije la primera vez que la vi rasgar el metal como si se tratara de papel– Me alegra mucho que estés de nuestra parte.

– Algo similar me dijo el cabeza de chorlito de Sokka –respondió ésta y por un momento me pareció que se sonrojaba un poco. Quise comprobar si Aang también lo había notado para preguntarle con gestos, pero este tenía la mirada fija al frente y el ceño fruncido. Claro, no era momento para distraernos con tonterías.

En los últimos días Aang estaba cada vez más callado y alejado. De alguna manera, incluso más que los últimos días en la isla Ember. Creía entender por lo que estaba pasando, podía imaginar toda la presión que debía estar sintiendo con la preparación de la invasión, con la idea de enfrentarse al señor del fuego. Vencer a mi padre.

Mientras seguíamos avanzando, volvió a mi mente la noche en que Katara descubrió la ilustración del pequeño niño, días después de que Aang tuviera aquel accidente con el fuego control.

– Te tengo una sorpresa Aang –exclamó alegremente Katara con un rollo de pergamino en la mano, llegando donde Aang y yo estábamos comiendo en silencio–. Estaba buscando pocillos en el ático y encontré esto –desenrolló el pergamino y mostró el retrato de un pequeño y alegre niño de unos dos años jugando en la playa–. Mira a Zuko de bebe. ¿No era lindo? Vamos, anímate –añadió cuando vio como reaccionaba yo ante la imagen, cerrando los ojos y con el ceño fruncido–. Sólo bromeaba.

– Ese no soy yo –aclaré–. Es mi padre.

– Pero se ve tan inocente y dulce. –dijo Katara enrollando el pergamino.

– Ese dulce bebe creció para ser un monstruo. Y el peor padre en la historia de los padres.

– Pero sigue siendo un ser humano. –dijo Aang.

– ¿Vas a defenderlo? –pregunté sorprendido.

– No. Concuerdo contigo, el señor del fuego es una persona horrible y tal vez el mundo sería un mejor lugar sin él. Pero debe haber otra forma.

– ¿Cómo cuál?

– No lo sé… ¡Lo tengo! –exclamó Aang– Usemos mucho pegamento, usamos pegamento control y dejamos pegadas sus manos y piernas.

Katara sabía que Aang estaba evadiendo el problema que estaba rondando en la cabeza de todos: ¿Qué iban a hacer cuando se enfrentaran al señor del fuego? Sin embargo, no pudo evitar sonreír ante la ocurrencia de Aang, pues veía un deje de su amigo de siempre.

– ¡Sí! –dije alegremente– ¡Y luego les mostramos sus fotos de bebe y es bueno otra vez!

– ¿Crees que funcione? –preguntó Aang ilusionado.

– ¡No! –respondí categóricamente– Ya te lo he dicho Aang: Debes tomar la vida del señor del fuego, antes de que él tome la tuya.

– Esto va en contra de todo lo que aprendí de los monjes –se lamentó Aang con un suspiro–. ¡No puedo ir por ahí destruyendo a la gente que no me gusta! No puedo. Lo siento, no creo que sea lo correcto. No me siento yo mismo.

– Puedes hacerlo Aang –lo animó Katara–. Eres el Avatar. Todo es para mantener el equilibrio. Seguro que el universo te perdonará.

– ¡Esto no es una broma Katara! ¿Ninguno de ustedes entiende la situación en la que estoy?

– Aang sí te entendemos. Es sólo que…

– ¿Es sólo qué, Katara? ¿Qué?

– ¡Intentamos ayudarte!

– ¡Cuando encuentren la forma de derrotar al señor del fuego, sin matarlo, me encantaría saberlo! –gritó Aang y se marchó.

– Aang no puedes irte así nada más. –dijo Katara intentando seguirlo, pero la detuve agarrándola suavemente del hombro.

– Déjalo ir. Necesita tiempo para resolverlo.

Más tarde, en la madrugada, fui a buscar Aang para hablarle. Lo vi caminando hacia la playa y lo llamé. No respondía. Así que me acerqué y lo zarandeé. El movimiento lo sacó del trance en que estaba.

– ¿Qué? ¿Dónde estoy?... Por un momento sentí como si alguien me llamara… –explicó Aang mirando hacia el mar, pero allí no había nada.

– Al parecer estabas caminando dormido, Aang –contesté con voz suave–. Mira… perdón por lo rudo que fui antes… Te entiendo. No es fácil lo que debes hacer. Por eso he pensado que tal vez es mi destino detener para siempre a mi pad… al señor del fuego. No he podido enseñarte fuego control, pero esto sí podré hacerl…

– No –me interrumpió Aang, dejando de observar el mar y girándose hacia mí–. Gracias Zuko. Yo… también lo lamento. No debí reaccionar como lo hice. Últimamente no me siento yo mismo… Pero esto es algo que debo hacer. Es como dice Katara, es responsabilidad del Avatar regresar el equilibrio al mundo.

Nos quedamos un momento en silencio. Mirándonos, escuchando las olas del mar.

– Cuenta conmigo para lo que necesites amigo. –dije, poniendo una mano en el hombro de Aang.

– … Gracias –contestó Aang después de un momento–. Me voy a descansar.

La decisión de ZukoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora