Capítulo 1.

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Uno.

Sólo una noche.

Me resultaba interesante, simplemente estaba buena y no comprendía porqué una piba tan linda, tan sensual por naturaleza, estaba sola.

La había visto un par de veces (o muchas mas) sabía dónde estudiaba, dónde vivía, pero nunca frené a hablarle concretamente.

Ayer la ví desde el auto, caminando a uno de los colegios de la zona con pollerita sobre sus muslos blancos, agarrando la mochila como si tuviese miedo de que se le cayese. Llamó muchísimo mi atención, (y la de muchos otros) sobre todo porque era bellísima. Si llegaba a los 18 podía llegar a ser mía.

Ésta noche, al fin comprendo porqué caminaba de esa forma; porqué iba tan sola y en qué utilizaba su belleza.

Tenía una pollera engomada negra y un top de cuero ecológico que cubria su mama entera, pero nada más. Estaba en la esquina apoyada en la pared, aferrda a su cartera como a la mochila, con un labial rojisimo, que hacía que su piel blanca encandilara. Un espectáculo, una rareza en este verano de sol intenso.
Tuve la gracia de encontrarmela con las calles vacías, y de que sus ojos se clavaran en los míos por la ventanilla baja del auto.

Frené el coche bajo el cordón de la vereda. Ella se acercó y se apoyó en el auto. La miré agarrándome del volante.

- ¿Me llevas?- Dijo levantando una de sus cejas marrones arqueadas naturalmente.

-Si,-Mi voz salió ronca en un murmullo- subí.

Me estiré para abrirle la puerta, entonces ella entró y acomodó sus nalgas en el asiento de copiloto.

-¿Vivís muy lejos?- Dijo cerrando la puerta-... ¿o sos de la zona?.

Le dí marcha a el auto.

Me reí un poco, porque de las veces que la había observado, al parecer no me atrapó ninguna.

-Tranquila, soy de la zona. Es más, en dos cuadras llegamos a mi depto.

Miraba al frente, pero tuve la sensación de que se burló de mí.

-Estoy tranquila, pero no parece que vos lo estés.

Y era verdad, quizás esa noche estaba un poco alterado. Pero si no estuviese tan exaltado, jamás la hubiese subido a mi coche.

Sentía sus ojos en mi perfil izquierdo.

-Bueno, entonces por lo menos uno de los dos está en su sano juicio.
Saqué la llave después de estacionar.

-Espero.
Murmuró.

Bajamos del auto, y nos dirigimos a la puerta de vidrio del edificio. Pasé la tarjeta del portero eléctrico, e ingresamos a la propiedad privada.
La escuchaba taconear en el camino recto hacia el ascensor, y agradecía internamente que todos en el edificio fuesen tan caretas como para irse a dormir temprano y no ver que había traído una trola a mi departamento.

Marqué el último piso en el ascensor y entramos a la par. Ella miraba hacia el frente, mientras yo veía que tenía el pelo atado en un rodete con un broche de metal dorado, que tenía algunos lunares y que si la juzgara por su piel, creería que está muerta, y que si no fuese por el rosado del calor en sus cachetes, en un momento de disociación se lo habría cuestionado.

Santiago Caputo- Inesperadamente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora