𝙱𝚞𝚋𝚋𝚕𝚎

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Recuerdo que cuando era niña mi abuelos no llevaba al centro y la fuente comenzaba a funcionar mojando a muchas personas. Esos días había puestos ambulantes por doquier, niños riendo y correteándose, vendedores de globos, pelotas y dulces se paraban esperando a que los niños llegaran ansiosos.

Recuerdo las burbujas y cómo brincaba lo más alto que podía para poder reventar las que comenzaban a volar muy alto: las que se iban muy rápido. Recuerdo cómo cerraba los ojos cuando una se reventaba por el aire y las gotitas de agua con jabón caían sobre mis ojos. Recuerdo las risas de mamá al ver mis ojos rojos, diciendo que jamás entendería porqué seguía buscando reventar una burbuja aunque me hiciera daño.

Creo que eso es lo malo de las burbujas. Son demasiado débiles. Demasiado frágiles. Demasiado explosivas. Son divertidas... hasta que revientan.

¿Era eso lo que nos había pasado? ¿Explotamos? ¿Reventamos? ¿Los ojos rojos y cansados que portaba desde hacía unas semanas era por esas gotitas de agua y jabón que entraban por mis ojos? ¿O simplemente era un efecto colateral de Wilhemina Venable? ¿Es que eran parte de los efectos de dejar una adicción?

Por que sí, lo admito, me hice adicta al veneno de Wilhemina Venable.
Y no sabía qué hacer con las gotitas de agua con jabón: con el resultado de que nuestra burbuja reventara.

Me reventó. Justo en la cara. Tan rápido que ni si quiera noté el ardor de aquellas gotitas. Tan rápido que no supe en qué momento el aire se llevó la burbuja y solo me dejó el ardor que esos restos de lo que alguna vez existió, causaban en mi interior.

Bubble

Nuestra última cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora