NUDOS QUE ATAN CABOS

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Los personajes no me pertenecen. Son de exclusiva propiedad de Keiko Nagita. Favor de respetar su historia.

Una dama de largos cabellos rubios, entre 35 y 40 años, llega al Hospital San Andrews con heridas leves, un golpe en la cabeza con un chichón doloroso y momentos de lucidez seguidos por una inconsciencia prolongada.

"Doctor, ¿ya se sabe quién es la paciente?"

"Es la esposa del millonario William A. Ardlay. Ya se le ha enviado notificación, pero lamentablemente, no está en Londres al momento. Tendrá que permanecer aquí hasta entonces".

"¿Se sabe ya quién perpetró el ataque terrorista que afectó así a esta dama?"

"Bueno, parece ser un grupo de espías alemanes. La atacaron saliendo de un restaurante al que había ido a reunirse con unas amigas que salieron ilesas; ellas fueron las que reportaron el incidente".

"¿Llegó al restaurante con ellas?"

"No, según parece, llegó al lugar por su cuenta, y se reunió con ellas allí. Su esposo está en un viaje de negocios en este momento, así que tendremos que esperar".

"Bueno, yo estaré al pendiente, doctor", le terminó la enfermera y se dirigió a la habitación de Candy. "Hay que vigilar que la dama no sea el objeto del ataque ella misma o su esposo, siendo quién es".

"Si, aunque parece un ataque al azar, podría mediar alguna otra cosa que no sepamos del Sr. Ardlay. De todos modos, debemos colocar un guardia de seguridad para que vigile que no le pase nada más a la señora".

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Yo por poco tropiezo con mis pies en ese momento, mientras caminaba sin rumbo por el hospital cuando escuché algo que jamás hubiera imaginado. Candy estaba allí, víctima de un ataque de terroristas alemanes, quizás producto de una guerra ya avisada. Aunque ya había pasado más de 20 años sin verla, la realidad es que saber que estaba allí, me provocaba un nudo en el estómago y en el corazón. Qué haría. ¿Utilizaría mi nombre para verla y saber de ella un poco, o continuaría mi camino como si nada, como había hecho siempre cuando se trataba de ella? En esos más de 20 años, nunca dejé de culparme por haberla abandonado, y fuera de las decisiones que tomé, siempre me pregunto qué hubiera pasado si la elegía a ella. ¿Era esto que había pasado lo que necesitaba para darme una segunda oportunidad de saber lo que ella pensaba?

No, jamás contestó aquella carta que le envié después de la caída en Rockstown, cuando pensé que alucinaba, y luego descubrí, por mi propia madre, que no era tal la alucinación, que Candy había estado allí, y que...ni me dijo dos palabras para aparentemente perseguir a ese mismo Albert al que se la había confiado. Pero por qué no fui directamente a Chicago a buscarla, ella sola, a verla antes de regresar a la Compañía Stratford, a Susanna, antes de...antes de verla en los diarios, toda feliz y emocionada aparentemente con sus nupcias tiempo después. Y pensar que esa nota no logró que Candy no se cometiera el error de casarse con Albert. De alguna manera, lo odiaba y pensaba que lo suyo había sido una gran traición, pero ese presentimiento que siempre tuve de que Albert se la llevaría al final, lo descarté siempre pensando que ese mismo Albert, que alguna vez me defendió de aquellos malandros en una barra, borracho como estaba y buscando una prostituta a la que pagarle el favor, no sería capaz de tocarle un pelo a Candy. Ahora era toda una señora de sociedad, casada con el que resultaría ser el viejo William, cuyo apellido Candy en algún momento no quiso para ella, y me cuestioné desde ese día por qué lo hacía cuando había renegado tanto de él.

Albert, él estaba allí ese día de la golpiza, y recordaba cómo despreciaba a una de esas prostitutas que se le acercó. Por un momento pensé que ese mismo Albert quizás fuera homosexual, porque quién despreciaba un favor de una joven con apariencia tan fina, aunque fuera una prostituta, rubia, alta y de su edad. Quizás era el miedo que me provocaba ver cómo un adulto se pasaba, cada vez que íbamos a visitarlo al Blue River, procurando quedarse solo con ella, aún cuando Candy "andaba" conmigo. ¿Pero andaba realmente conmigo? No, nunca le pedí que fuera mi novia. Tampoco era que Albert fuera demasiado atractivo en ese entonces, así que nunca temí de él.

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