NUDOS QUE ATAN CABOS Parte 2

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El plan fue muy sencillo. Sacamos una disfrazada Candy a las 11 de la noche, y la llevamos a la casa de Eleanor en Londres. Por la prisa, no hubo oportunidad de contacto con Eleanor, pero la mantuve informada de mis movimientos. Allí, en la casa, coloqué a Candy, todavía sedada, en mi cuarto, y me acosté a su lado, tratando de fingir que era el esposo. De pronto vi el tremendo anillo que tenía en el dedo, y me dispuse a quitárselo, pero no, no se pudo. Candy estaba bien hinchada. Es posible que esas noches sin moverse, sobre una cama de hospital, tuvieran ese efecto.

Traté infructuosamente de hacerle el amor en ese momento, pero aún sedada, ella esquivaba mis caricias y los besos que traté de darle. No, no tuve puntería, aunque traté de hacerlo todo como pensaba que debía hacer. Ella me esquivó magistralmente. Bueno, no importaba. Mejor sería cuando estuviera despierta. La dejé deliciosamente desnuda en la cama, sin taparla, sólo para mirarla y recrearme. Sí, Candy era toda una mujer. Y no dudaba que sería mía.

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MIENTRAS TANTO...

Annie y Patty llegaron al hospital al otro día. El doctor de cabecera les había informado que permitirían que Candy despertara ese día. Debía sentir un dolor horrible por las heridas, pero sabían que todo estaba bien, incluyendo el bebé que esperaba. De pronto, cuando llegaron a la habitación y la encontraron vacía, fueron a la estación de enfermeras, y allí les informaron que su esposo se la había llevado.

"¿Albert llegó ya?", preguntó Patricia.

"Parece que sí. Aunque nos había dicho Georges que eso sería hasta mañana".

"Entonces vayamos directamente a la villa, para saber cómo está nuestra amiga".

Y eso hicieron, saliendo a toda prisa del hospital, y subiendo al vehículo de Patricia, sin saber que cuando llegaran, sólo encontrarían al servicio de la casa, y ni a Candy ni a Albert.

Candy las había citado en ese restaurante para darles la gran noticia de que esperaba a su tercer hijo de Albert. Uno de los miedos era que perdiera ese embarazo, pero era tan prematuro, que les habían informado que probablemente estaría bien, ya que la madre respondía al tratamiento. La tenían sedada para que no sufriera de tantos dolores con la conmoción, pero habían acordado con los familiares que permitirían que despertara, aún la sensación de dolor que sintiera. Candy era fuerte, podía sobrellevar cualquier situación, incluyendo el dolor físico. Pero otra cosa era un secuestro, y en esos tiempos de guerra, era una posibilidad. Decidieron entonces comunicarse con Georges, que estaba en Southampton en ese momento, para que las ayudara.

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Georges llegó unas cuantas horas después a la villa, y de ahí, se dirigieron al San Andrews para recabar información sobre "el esposo" que supuestamente se había llevado a Candy. Cuando pidieron los papeles firmados, se dieron cuenta de que la firma del supuesto esposo era un garabato que en nada se parecía a la fina letra de William Ardlay. El terror comenzó a apodarse del grupo, incluyendo de Georges, que siempre mantenía la calma, hasta en los momentos más difíciles, pero la sola mención de que algo le hubiera pasado a Candy era suficiente para afectarle del mismo modo que a William. Candy también era su familia, así que su dolor era el suyo propio también. Pero con lo meticuloso que era, comenzó a atar cabos, y a pensar, y luego se lo expresó a Annie y Patty.

"Sra. Annie y Patricia, tenemos que buscar algo en este hospital que nos lleve a una pista. Por lo que sabemos, la Sra. Candice es muy meticulosa y guarda muy bien su privacidad, aún cuando William es una figura pública. Si algo puedo pensar es que quien se la llevó la conoce, y que algo quiere de ella. También hay que estar pendiente en las propiedades de aquí y de Estados Unidos, por si piden un rescate, pero personalmente, lo dudo; creo que esto es algo más personal".

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