NUDOS QUE ATAN CABOS Parte 5

119 8 1
                                    

Un toque de puerta avisó que alguien estaba de visita en la casa. El agente le pidió a un muy ansioso esposo que se quedara en la patrulla, y mantuviera alguna semblanza de calma, algo imposible para Albert cuando se trataba de su amada Candy. La casa de Eleanor, aunque grande, ya no era siquiera lo que se esperaba de una actriz cotizada, sino más bien, de una actriz en decadencia, obligada a retirarse por la edad. Había polvo por todos lados, los muebles antiguos estaban cubiertos con sábanas, y una vieja vitrola tocaba los éxitos del ayer. Sonaba todo como ecos del pasado.

Eleanor no esperaba a nadie, y había tomado la decisión de irse al sótano en ese momento con Terry, a una estancia conjunta a la de Candy. Cuando la mucama abrió la puerta, polvero en mano, dio la impresión de que estaba limpiando en espera de los habitantes de esa casa. Los agentes entraron y rebuscaron, haciendo a un lado a la mucama. Se introdujeron en las habitaciones tanto de Terry como de Eleanor, y no encontraron nada. Las maletas muy hábilmente fueron colocadas en los vehículos de la cochera que la policía no se dignó siquiera a visitar.

"Hay ropa y zapatos en los armarios", comentó uno de los agentes.

"Los señores siempre tienen equipaje en su vehículo por si hay que viajar de improviso. Como pueden ver, las camas están hechas, y todo está arreglado", comentó la mucama.

"Pero la casa está algo sucia".

La mucama respiró profundo y gotas de sudor bajaron, de pronto, por su frente. El agente sabía que ella estaba muy nerviosa.

"Los señores entran y salen de la casa, pero no me han llamado en más de un mes. Yo vengo entonces, si no me llaman antes. Hacía más de un mes que no venía, y por eso la casa está tan sucia", les mintió.

El agente la miró, incrédulo, y le entregó un papelito de información.

"Dígale a su señora, cuando se comunique con usted, que más le vale llamarnos, de otro modo, tomaremos acción. No tengo que decirle lo que ocurre, siendo que está en todos los diarios de Europa y Estados Unidos. Ah, y por si le puede decir, que diga lo que sabe del secuestro de la Sra. Ardlay, de otro modo, ella y su hijo pagarán con cárcel. ¿Entendido? Y a usted tampoco le irá mejor si no dice lo que sabe".

La mucama asintió, aunque realmente, por el encierro de días que llevaba en esa casa, no había oído nada de lo que era noticia nacional e internacional. De hecho, sí sabía, porque la señora Candy había hablado y requete-hablado con ella del asunto, mientras que sus jefes le decían que ella estaba mal de la mente o imaginando cosas. Ahora sabía que nada era lo que parecía. Bueno, realmente, nunca le pareció, pero ahora, que estaba entre la espada y la pared, ella también secuestrada de algún modo, era poco lo que podía hacer, aunque quizás debía trazar un plan. Quizás debía idear la forma de comunicarse con el esposo de la señora, pero lamentablemente, la habitación con el teléfono estaba cerrada con llave. Y escapar era, en ese momento, dejar sola a la señora. Quizás debía hablarlo con ella, pero cómo lo haría sin delatarse delante de los jefes.

También pensó en hablar con el hijo. Él muchas veces parecía como que no le agradaba lo que estaban haciendo, pero era algo que no podía saber realmente. Lo había visto callado, mientras que la madre era la que le decía lo que tenía que hacer.

"Oblígala y ten relaciones con ella", le decía muchas veces. "Ella se acordará de tus caricias muy pronto".

Muchas veces él le dijo que nunca hubo tales caricias. Sólo con las prostitutas con las que se había relacionado antes de conocerla las hubo. El día que intentó besarla a los 15 años, ella le dio un golpe que aún le dolía.

"Ella lo recuerda como otra cosa", la madre le aseguraba.

Y así acallaba toda duda de su parte. Candy sencillamente era un objeto para satisfacer una parte de su ego, y el hijo no tenía pantalones para hacer lo correcto en ese momento. Por eso, en todo ese tiempo, no hacía ni decía nada. Por otro lado, el embarazo de la señora no podía disimularse. Y ahí la señora Eleanor era aún más inmisericorde. Es más, estaba ideando un plan para que lo perdiera, y así comenzar de cero. Cómo esa señora era tan cruel.

NUDOS QUE ATAN CABOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora