Llegué como 20 minutos después a mi destino, sin que dejara de pesarme el alma y el corazón por qué enfrentaba ahora ese tan pesado momento. Me sentía tan enfermo por dentro, que no sé cómo podía respirar sin ahogarme. Aun muchos años después, recuerdo la sensación de sofoque que provocó que mi padre me robara de los brazos de mi madre, sin pensar en los sentimientos de ella o los míos. Aunque era muy niño, nunca lo olvidé, y así mismo me sentía ahora, como ese chico que perdió a su madre, y que fue llevado a un régimen que no le hubiera deseado a su peor enemigo. Huir, por cierto, no era alternativa. Era el momento de la verdad, cuando tendría que enfrentar mi pecado. Horrible, me sentía horrible, y muy, muy solo. Cuánto hubiera querido que, en ese momento, aún con la mente ida y su voluntad rota como estaba, mi madre me hubiera acompañado. Era decirle que todo lo que creía de Candy y lo que yo también pensaba, ambas cosas eran erróneas. Era enfrentar esa verdad del hombre que también nos ayudó en su momento, que también lo había hecho con Eleanor también en ese momento tan triste de su historia.
Mi madre nunca pudo enfrentar a mi padre, nunca pudo enfrentar su odio. Ella no tenía la culpa. Era muy joven cuando se envolvió con un hombre que, para completar, le llevaba más de 20 años. Nunca supo las razones por las que mi padre la despreció como lo hizo, a nivel que le prohibió verme, y a mí también me prohibió verla. Por qué... Varias veces recuerdo que dijo que la amaba, y yo sabía que sí lo había hecho, pero también pienso que le reclamaba por ser una mujer de pobre origen, sin título, sin fortuna. Como actriz, la despreciaba aún más. Sí, ese era mi padre, y yo nunca quise ser como él, aunque terminé siendo peor. Destruí mi vida, y delante me llevé a dos maravillosas mujeres de por medio, que dieron todo por mí: a Candy y a Susanna. Me sentí aún más miserable pensando en eso.
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En el estacionamiento del restaurante, ahí sentado, toda mi vida me daba vueltas en la cabeza, como un tiovivo que no se detenía y seguía una y otra vez en ese ir y venir en mi mente. No sé cómo había llegado a esa edad, pero por ratos pensaba que Dios había sido demasiado bueno conmigo, que me había permitido vivir más allá de mis vicios, de mis ataques de violencia, de mis actos contra mí mismo y contra los demás. Tantas malas decisiones, tantos malos ratos, todas estas cosas me habían pasado factura. De pronto miré al cielo perfectamente azul sobre mí, y me pregunté lo que haría de ese momento en adelante.
El otoño estaba cerca y todo se volvería de un extraño color gris hasta el invierno. Me di cuenta de que, desde que Candy había llegado el año anterior a nuestras vidas, las estaciones se fueron volando, y ni cuenta me había dado. El encierro es eso lo que logra. Extrañamente, sin embargo, todo me parecía que se estaba acomodando, y eso me controlaba un poco el pánico que sentía de enfrentar la furia divina de un hombre enamorado. No, no tenía duda; Albert había amado a Candy mucho antes de que se dieran cuenta los dos; Candy también. De pronto sentí porque, además de admiración, también le tenía celos a él, que nada de lo que hubiera hecho, tendría realmente algún sentido. Y no importaba lo que hubiera sacrificado por favorecernos, temía en el fondo que Candy se diera cuenta de que él le correspondía. Quizás porque ella era más joven, y él siempre fue un caballero, aún haciéndose pasar por vagabundo y aventurero, esa parte de la historia pasó siempre desapercibida por ellos dos, pero no dudo que sus amigos se dieran cuenta, incluso la tal Annie, de que estaban enamorados desde siempre. Ella quizás le estaba tratando de pagar una deuda antigua. Innegablemente, su esposo, el tal Archi, también había caído bajo el hechizo de la rubia pecosa, pero, bueno, quizás, en el fondo, él la seguía queriendo, y Annie, igual que lo había hecho conmigo, quiso alejar a Candy de esa vida en la que nunca realmente tuvo oportunidad. Quizás todo fue rogado para ella. El amor de su esposo no había sido completo. Nunca realmente, tuvo esa tranquilidad, incluso cuando se casó con ella. Y cuando la dejó, no lo dudo, pensó que, tal vez, Candy podía quitárselo de nuevo. ¡Qué ilusa fantasía!
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NUDOS QUE ATAN CABOS
FanfictionUna Candy adulta víctima de un ataque terrorista luego de reunirse con sus amigas Patricia y Annie termina en el mismo hospital donde se encuentra por rutina Eleanor Baker. Esto desata una serie de eventos desafortunados, que culminan con un secuest...