🌸 Cinco - Confusión

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Esa noche tampoco pudo dormir, no solo porque el remordimiento fustigara su maltrecho orgullo y su moribundo ánimo, sino por los nervios de tener al día siguiente que enfrentarse a las consecuencias de sus actos

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Esa noche tampoco pudo dormir, no solo porque el remordimiento fustigara su maltrecho orgullo y su moribundo ánimo, sino por los nervios de tener al día siguiente que enfrentarse a las consecuencias de sus actos. Consecuencias con cara y nombre que le generaban en él miles de preguntas. ¿Seguiría postrado en cama? ¿Habría muerto? ¿El saquito de monedas sería suficiente para que en dos semanas hubiesen recuperado algo de salud y vida normal? Esas, y otras muchas preguntas, serían resueltas en pocas horas.

Horas que se deslizaron tortuosamente lentas en el tiempo de su martirio personal, no obstante, el alba le saludó finalmente, nublada, fresca y húmeda por la suave llovizna. Terminó su rico y variado desayuno, notando unas ligeras náuseas, y montó a caballo a trote sentado, tomándose su tiempo para llegar con los nervios dominados.

Lo primero que advirtió es que el jardín se mantenía igual de descuidado, aunque las ventanas estaban abiertas y el cañón de la chimenea expulsaba una fina columna de humo. Llamó a la puerta y pegó la oreja en la madera con la intención de escuchar algún indicio de la presencia de alguien; inmediatamente, unos pasos atropellados se aproximaron con celeridad y él enderezó su postura.

“Es él. Su sonido al caminar es inconfun-”

El lechero abrió la puerta y se quedó por unos segundos desconcertado.

—S-señorito Nott…

—Buenos días, Longbottom… —Le preocupó seguir viéndolo tan delgado y pálido; un aspecto consumido que había menguado lo justo para salir de cama y moverse—. Excusadme por no avisar de mi presencia.

El lechero parecía reacio a invitarle a pasar, cosa que no le extrañó. Sus asustadizos ojos se refugiaron en el tic de retorcerse las manos con nerviosismo y Theodore se aclaró la garganta con un suave carraspeo, rezando porque no le rechazase abiertamente.

—He venido a hablar con vos…

Unos dulces ojos reunieron el valor de mirarle con la duda reflejada en su brillo, y al mismo tiempo haciendo estragos en el malestar del señorito. Sabía que no podía rehusar de su visita, aunque el rechazo igualmente dolía.

—Por supuesto. Pasad…

Colgó el tricornio en la entrada junto a la capa de viaje y lo acompañó al corazón de la casa, sintiendo una vorágine de emociones desatadas al verlo vivo, fuera de peligro y caminando por su propio pie. El peso de su conciencia se aligeró con un imperceptible suspiro cuando tomó asiento; su anfitrión persistía en retorcerse las manos sobre su inexistente barriga, la cabeza gacha y la mirada puesta en el suelo.

—¿Deseáis tomar algo?

—Leche, si no es mucha molestia.

Mismos andares torpes, mismo tembleque al dejar el vaso y verter la leche recién ordeñada de la jarra, pero la expresión risueña estaba ausente; cosa esperada y comprensible. Esta vez no derramó ni una gota; situado a su vera, Theodore repasó con más detenimiento la figura del muchacho mientras le servía. A ojos críticos, objetivos, podría decirse que presentaba un aspecto deseable, atrayente, incluso una belleza destacable en sus suaves y dulces rasgos faciales, teniendo en cuenta que se trataba de un campesino, cuya condición de vida maltrataba incluso a los más afortunados. Cumplía con creces los estándares exigidos; era muy hermoso a la vista, y si fuera esta la primera vez que lo viera, lo desearía. Pero solo era una apreciación de sensación fría porque le faltaba algo, a su ver, indispensable: el brillo vivaz que la gordura le otorgaba en sus mejillas rellenas al sonreír, la cara redonda regalando bondad, y la gracia patosa tan personal de su cuerpo rechoncho al moverse.

El lechero de los NottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora