Desde aquella comida dominical con los Longbottom, hará dos meses, Theodore había instaurado un marcado distanciamiento entre ellos. Neville visitaba dos veces por semana el castillo para llevar los pedidos, y él evitaba por todos los medios aparecer en la cocina esos dos días señalados. Incluso si le atacaba la ansiedad por comer dulce cuando regresaba de sus salidas, y pese a estar ebrio, debía hacer acopio de toda su fuerza de voluntad por no sucumbir al anhelo de encontrarlo. Y es que ahora sí podía llamárseles corredurías, pues estas eran más recurrentes, decadentes; iniciaban un jueves al atardecer y terminaban el domingo por la mañana.Entre semana se encerraba en el despacho con el señor Lestrange para aprender administración, y no pisaba suelo de cocina ni por casualidad. Aun cuando se moría de ganas por saber de él y verlo, su único contacto consistía en ordenar desde la seguridad de sus aposentos que le trajeran las deliciosas tartas que el lechero hacía, o que le preparasen un desayuno exclusivamente con sus productos. Ese era el contacto más estrecho al que llegaban, algo tan impersonal como saborear la mantequilla untada en la tostada, beber la leche o comer una porción de tarta. Así había sido la rutina autoimpuesta durante las últimas semanas; a su ver: tediosas, insulsas y vacuas.
No pasaba un solo día que se preguntara si el lechero le estaría dedicando algún pensamiento como le dedicaba él a cada momento. Ese campesino torpe y bobalicón le estaba calando hasta los huesos; su simplona personalidad enraizaba en su corazón cuando le pensaba o se llevaba a la boca un pedazo de alimento hecho por sus manos temblorosas. Varios desencuentros, y uno inolvidable, fueron suficientes para colarse sigilosamente en su espíritu y hacerle padecer el hambre del alma.
Esa hambruna intentaba saciarla en otros cuerpos más esbeltos, en ingerir una cantidad insana de opio, bebidas espirituosas y recrearse en juegos de azar donde despilfarraba el dinero; sin embargo, nada conseguía enfriar el calor sofocante que crepitaba en su interior, y cuyo grito mudo le confesaba que era el muchacho perfecto como esposo.
“¿Por qué? Entiendo que cumple sobradamente muchas de las cualidades admirables en una persona decente y en un compañero ideal, mas no las importantes. Pobre de intelecto, carente de orgullo o dignidad, carácter voluble… ¿Qué es, pues, lo que provoca en mí? ¿A qué se debe esta enfermiza fijación por él? Cuanto hayamos podido compartir no alcanza una mesa y sobremesa silenciosa, escuetos cruces de palabras y alguna cómplice mirada. Por fuerza debe ser mi ferviente deseo por tomarlo, o el haber permitido a mi prolija imaginación idealizarlo y con ello alentar a las emociones. Eso habrá de ser, puesto que no hay cabida para más sentimiento que no sea la lástima que me genera su humilde condición; más acertado sería decir que es la inmensa culpabilidad por lo acaecido…”
Por fuerza es que Theodore ataba su lengua frente a Hagrid cuando se veía tentado de preguntar, o evitaba las cocinas; y cuando los traicioneros pies le conducían por inercia a ellas, su corazón obstinado saltaba por la boca y enmudecía en el acto al cruzar por delante de la puerta y atisbar por el rabillo del ojo la figura de su lechero. Y previo a la imagen, era su melodiosa voz la que perforaba su pecho agitado segundos antes de captar con los ojos al dueño de ese dulce cántico; a decir lo mismo: presenciar por un instante el origen de su breve refugio. Un refugio que, lo mirase por donde lo mirase, tuvo que renunciar por resultar irracional, antinatural y vergonzoso.
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El lechero de los Nott
FanficEl barón Nott tiene un solo objetivo: calumniar el disoluto estilo de vida de su único hijo y casarlo con una prometedora dama. El joven heredero no tiene más interés que dilapidar su fortuna en burdeles, opio, alcohol y desposar en el futuro a un n...