🌸 Siete - El ángel del hogar

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La ansiedad lo tuvo a desvelo toda la noche, y no halló una pizca de calma hasta que la misa del domingo anunció con sus campanadas el fin de la liturgia, y pudo emprender el viaje a casa del lechero con el corazón desbocado de anticipación

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La ansiedad lo tuvo a desvelo toda la noche, y no halló una pizca de calma hasta que la misa del domingo anunció con sus campanadas el fin de la liturgia, y pudo emprender el viaje a casa del lechero con el corazón desbocado de anticipación. Hubiera deseado algo menos vistoso como el ir a caballo, mas la enorme y pesada cesta le obligó a escoger el llamativo carruaje que tendría que dejar a las afueras, si no quería anunciar su presencia a la vecindad de que el mismísimo heredero del barón Nott estaba usando el día sagrado para visitar sin aparente motivo de peso a un simple lechero, y con un obsequio que suscitaba a las habladurías.

Durante el camino ensayó las mil maneras de pedir disculpas sin tener que comprometer su distinguida posición; algo implícito y sutil que el muchacho advirtiera. Y entre tanto pensamiento rocambolesco para sortear ese escollo, admitió con fastidio que era hombre de mal beber. Puede que se tratara del opio, que hubiese pagado con él los malos sentimientos generados por su padre, o tal vez el desconcierto de que un muchacho orondo se colase en sus fantasías mientras yacía con otro y que después le hubiese dejado un sabor agridulce y una ligera frustración sexual. Pudieran ser muchas cosas, y no sabía a cuál se debía, de lo que sí estaba seguro es de que no se merecía ese trato. Por segunda vez había perdido los estribos, y él no los perdía, dado que su actitud solía ser reservada, taciturna y desapercibida; excepto cuando se enojaba.

La casa de los Longbottom asomó por el agreste paisaje otoñal y su corazón brincó en el pecho. Con dos toques de bastón ordenó al chófer que detuviera el carruaje, se apeó sobre el forraje húmedo y repasó su impoluto aspecto.

“He venido demasiado arreglado, podría incomodarles tanta distinción…”

Murmuraba diferentes formas de presentarse, iniciar conversación con algún pretexto, llevar directamente la cesta o esperar la reacción.

“¿Cómo procede un noble en estas situaciones? Nunca he tenido que pedir perdón, y menos a un campesino.”

Aspiró repetidas veces de la boquilla de su cigarro puro para aplacar el nervioso temblor de su cuerpo, luego lo apagó y con un carraspeo se dirigió a la casa sin la cesta. Ver una fina columna de humo salir del cañón de la chimenea acrecentó la agitación e intentó desahogarla llamando enérgicamente a la puerta. Sin pegar la oreja supo discernir el atropellado correteo que el lechero hacía al acudir al llamado; una incipiente sonrisa apareció y se esfumó nada más ser abierta la puerta, pues la expresión alegre que traía el muchacho desapareció súbitamente al ver su figura recortada por el sol, endureciendo con ello sus rasgos, ya de por sí adustos.

—Buenas tardes, Longbottom.

Ese cervatillo asustado hizo el amago de huir, mas no tenía lugar donde esconderse y canalizó la angustia retorciéndose las manos sobre su barriga y agachando la cabeza.

—Buenas tardes, señor…

—Sé que no son horas de visita, espero que no me lo tengáis en cuenta.

El lechero de los NottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora