🌸 Doce - Aniversario de vida y muerte

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Un suspiro es lo que duró la felicidad por disfrutar de su refugio; visitas que habían marcado un antes y un después en su monótona, desabrida y tediosa vida

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Un suspiro es lo que duró la felicidad por disfrutar de su refugio; visitas que habían marcado un antes y un después en su monótona, desabrida y tediosa vida. Conocerlo había supuesto un punto de inflexión con respecto a su forma de sentir, pensar y relacionarse con sus inferiores; y aunque algunos momentos compartidos con él estuvieran empañados por agridulces recuerdos, los atesoraba todos en su corazón para, a posteriori, alimentarse de ellos y sosegar su aflicción cuando el insomnio acechaba su agitada conciencia, o la desazón por su ausencia lo orillaba a desmoronarse entre lágrimas, postrado en la cama y consumiendo sus ganas de vivir. Justo en la aurora de su recién descubierta felicidad, otra vez tuvo que instaurar el exilio con su lechero; renunciar a visitarlo, rehuir el encuentro en las cocinas los martes y sábados, reduciendo el ya de por sí exiguo contacto entre ellos a una simple degustación de sus productos.

Muchas eran las razones plausibles de tal decisión; la más importante: su ángel profesaba al granjero un interés que esperaba se convirtiera en amor. A falta de casamiento, pareciera que esa relación marchaba viento en popa y, por tanto, era inevitable el que algún día no muy lejano se ayuntasen; porque, evidentemente, con él no podría hacerlo. Sus caminos ya estaban dictados por Dios, la sociedad y la condición de nacimiento; caminos distales, opuestos, proyectos donde ninguno tenía cabida en la vida del otro. Y con esos nefastos, aunque realistas pensamientos, Theodore vivió el pasar de las semanas entre los estudios, el juego, el opio, el sexo y el alcohol...

—Cada vez consumís más opio.

—¿Y a vos en qué os afecta?

Sujetando con ambas manos la alargada pipa, llevó la boquilla a sus labios resecos y aspiró profundamente, permitiendo a ese adictivo bálsamo para los males limpiar la pesadumbre de su lánguido cuerpo. Se sentía un despojo triste, indiferente en su existencia; poco menos que un vagabundo, aunque con los bolsillos llenos de monedas para apostar, y bajo el techo de un fumadero con prostitutos al alcance, donde poder quedarse dormido o fornicar.

—En que os dedicáis más tiempo a divagar y menos a disfrutar de mí.

Se rascó el picor de la entrepierna y miró a un lado del camastro, donde el ramero esperaba desnudo porque él hiciera uso de los servicios pagados.

—¿No es mejor para vos? Ambos sabemos que no deseáis mi compañía.

Aspiró repetidas veces, haciendo crepitar la bola pastosa y sintiendo por fin los efectos anestesiantes del dolor que asfixiaba su pecho y el nudo en la garganta; experimentando a su vez la sensación liviana de flotar, la distensión de los músculos agarrotados, las ganas de llorar desapareciendo…

—Sí la deseo —Theodore soltó una risa seca que no llegó a su mirada perdida—, pero cuando fumáis en exceso, os dormís, o me tomáis ausente de conciencia. Vuestro comportamiento es errático, extraño, me tratáis como si fuera otra persona y yo os sigo la corriente, perdido en mi cometido.

El lechero de los NottDonde viven las historias. Descúbrelo ahora