Zapatos rojos

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NOTA: Había olvidado que este no lo había subido porque es nsfw y las reglas de este sitio y así, pero la vida es un riesgo. Aquí les dejo algo un poco más spicy con Martín top y Pedro bottom. Recuerden que esto tiene como 10 años de antigüedad y yo ya estoy muy vieja como para ponerme a corregir mis errores del pasado (?) así que cualquier error de redacción, pásenlo por alto plis. 

*

Pedro se mira al espejo. Lleva casi cinco minutos mirándose, sin moverse realmente, sólo paseando la mirada por todo su cuerpo desnudo. Su rostro está sonrojado, mucho más que en alguna otra ocasión. Cierra los ojos, traga saliva, vuelve a abrirlos y se pregunta por qué no ha salido corriendo rumbo a cualquier lugar, alguno lo suficientemente lejos. Digamos a unos diez kilómetros de distancia.

Pasea la mirada por su reflejo una vez más. Ignora su rostro sonrojado hasta las orejas y el sudor que ya perló su frente. Baja por su cuello, mira sus hombros, sigue el camino por su pecho, el abdomen, el vientre, el camino de vello que va inicia en su ombligo y baja, baja, baja. Mira su miembro, sus muslos, las piernas... se detiene, casi negándose a seguir mirando. Aunque eventualmente lo hace. Mira sus tobillos y finalmente, sus pies. Sus pies dentro de esos zapatos color rojo intenso y de altura vertiginosa.

Maldice por lo bajo, rasca su cabeza. Se pregunta por millonésima vez en qué momento dejó que Martín lo convenciera de usar esos malditos zapatos. Y en especial, se pregunta qué sucedió (y cuándo pasó) porque salvo la vergüenza de usar sólo los zapatos, no siente nada más, como aberración por tener puestos esos zapatos de mujer. Y eso no debe ser del todo normal.

Suena un golpeteo en la puerta y Pedro siente que se detiene su corazón. No quiere abrir, de pronto se siente seguro dentro de ese baño, aunque sea en la casa de Martín. Los golpes en la puerta se vuelven insistentes y no tarda en escuchar a Martín llamándole al otro lado.

—Boludo, ¿seguís vivo?

Pedro respira profundo, se mira al espejo una vez más y da un par de paso hacia la puerta, haciendo acopio de todo su equilibrio para no irse de frente y terminar en el hospital con algunos dientes menos o con alguna parte de la casa de su pareja enterrada en la cara. Tarda unos segundos más en abrir la puerta y cuando lo hace, evita la mirada de Martín.

—Y no me creíste cuando te dije que te verías bien con esos zapatos.

La voz de Martín suena diferente. Pedro reconoce ese tono en su voz, es esa voz cargada de deseo, aquella que le susurra cosas sucias al oído (y también cosas románticas y otras un tanto cursis, hay que aclarar). Reúne valor de no sabe dónde y finalmente se atreve a mirarlo. Por la altura de los zapatos es ahora un poco más alto que él, unos cuantos centímetros nada más.

—Sigo sin creer que esté haciendo esto —se queja el mexicano, sintiendo que su rostro arde por la vergüenza—. Con esto ya me estoy pasando de puto, tanta jotería... ¿de qué te ríes? —añade cuando ve la sonrisa de Martín. Frunce el ceño, comienza a enfadarse—. No estoy para tus burlas, pendejo. Mira, esto es... me voy a quitar estas chingaderas.

Hace el amago de quitarse un zapato pero pierde el equilibrio, tanto que caerá al piso. Cierra los ojos esperando un impacto que nunca llega, pues Martín logra sujetarlo a tiempo.

—Dejátelos puestos —le susurra al oído. Su aliento es cálido y le provoca cosquillas a Pedro. Éste jadea, pero no lo hace por ese escalofrío, lo hace porque Martín frota su pierna contra él, suavemente, incitándolo, excitándolo. Vuelve a jadear.

—Yo...

—Te gusta —susurra. Pedro no responde. Cierra los ojos, intenta acomodarse en los brazos de Martín, quien no le ha soltado en ningún momento—. ¿Te los vas a dejar?

[Latin Hetalia] Colección ArgenméxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora