¿Salimos?

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Pedro era una de las personas más distraídas en el mundo, pero incluso para él era evidente cuando alguien se convertía en un cliente regular en el café. Era la quinta o sexta ocasión en la que el joven rubio entraba en SABOR A MÍ —el nombre era noventa y nueve por ciento culpa de Itzel, uno por ciento de él, aunque Itzel dijera lo contrario—; como todas las veces que iba, se sentó en una de las mesas en una esquina, junto a la ventana y la conexión eléctrica, sacó su laptop de la bolsa y pidió su acostumbrada taza de café americano.

Eran otros los clientes que tenían una rutina similar y si bien era Itzel la que se aprendía los nombres y hablaba con ellos mientras Pedro preparaba los pedidos, algo en el rubio le llamaba la atención. Más allá de que le parecía muy guapo —porque Pedro no era ciego y sí un poquito muy bisexual—, le llamaba la atención el tiempo que pasaba sentado, escribiendo. A veces lo veía fruncir el ceño, como si no estuviera muy conforme con lo que fuera que estuviese haciendo y, en ocasiones, lo sorprendía con la mirada fija en la ventana, como si su mente vagara en cualquier otro lugar.

Esa mañana, sin embargo, el chico rubio tardó más en sacar su laptop y dejó la taza de café sobre la mesa por un largo rato, hasta que Pedro estuvo seguro de que se había enfriado.

Ahora, no es que Pedro se considerase antisocial, pero tampoco era de los que les hablaba a los extraños sólo porque sí. Él lo sabía, Itzel lo sabía, todos sus amigos lo sabían. Por eso supo que Itzel lo miraba con curiosidad cuando preparó una nueva taza de café y fue él mismo hasta la mesa de aquel joven.

Cuando llegó ahí, dejó la taza de café sobre la mesa, sobresaltando al otro, quien pareció salir de golpe de sus pensamientos.

—Disculpa —dijo Pedro. Sintió que sus mejillas se coloreaban un poco por no tener tanto cuidado—. Aquí tienes tu café —agregó.

El chico miró a Pedro y luego la taza de café caliente y parpadeó un par de veces, confundido.

—No pedí otro —dijo. Pedro se encogió de hombros y tomó la taza de café frío.

—No, pero éste ya se enfrió.

Dio media vuelta para emprender su retirada estratégica, dispuesto a ocultarse en la bodega, cuando la voz del chico lo hizo detenerme.

—Gracias.

Pedro volteó y le sonrió un poco, aún avergonzado, pero sintiéndose menos incómodo que antes.

—De nada —dijo—. Espero que termines pronto lo que estás, ya sabes—. Con su mano libre, hizo mímica del movimiento de los dedos al escribir en la computadora. El otro chico sonrió—. ¿Necesitas algo más?

—No, gracias otra vez, eh... Pedro —dijo después de leer su nombre en la plaquita que tenía prendida a su camisa.

Pedro asintió y regresó a la barra. Estuvo ahí por un par de horas más y justo cuando estaba por comenzar su descanso, vio que el chico de la mañana guardaba sus cosas en su mochila y se ponía de pie. Antes de irse, se acercó a la barra y se aclaró la garganta. Pedro volteó a verlo y antes de hablar, el chico le extendió un pedazo de papel.

—Nos vemos —dijo. Pedro asintió.

—Que tengas un buen día.

—Vos igual.

El chico le sonrió y salió de SABOR A MÍ sin decir nada más. Pedro miró el pedazo de papel y lo desdobló con curiosidad. Supo que jamás en su vida se había sonrojado tanto como en ese momento, y tuvo que releer la nota para saber si lo que estaba escrito en ella no era su imaginación.

Me llamo Martín. ¿Salimos?

274-366-3900

Y no, definitivamente no era su imaginación.

[Latin Hetalia] Colección ArgenméxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora