Donde siempre, a las seis

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Advertencias: Homofobia interiorizada y angst, creo. No es una historia feliz.

Notas: ¿Alguna vez han tenido ese extraño impulso de escribir algo no feliz para su OTP? ¿No? Pues yo sí. Ya en alguna vez intenté escribir cosas tristes, con las cartas de Pedro, y fue un experimento que resultó en mucha gente simpatizando con su dolor. Escribí esta historia esperando que les mueva algo en el corazón.

*

La mujer sentada a su lado lo mira con fastidio por tercera ocasión en los últimos diez minutos. Pedro no la culpa; piensa que si él se encontrara en su lugar, también estaría fastidiado con el incesante movimiento de su pierna izquierda, que choca con la de ella una y otra vez mientras el autobús avanza más lento de lo que le gustaría, sí, y al mismo tiempo más rápido de lo que pensó. Pero no puede evitarlo: está nervioso. Siente un nudo en el estómago y el inicio de un dolor que no sabe si se debe al nerviosismo o a que no ha probado bocado desde la tarde anterior, cuando leyó las diez palabras que lo tienen sentado en aquel momento en ese autobús de asientos desgastados y de penetrante aroma a desodorante para autos.

Nos vemos en la cafetería de siempre a las seis.

Por la ventana pasan los edificios y otros autos, y el cielo es azul y el sol brilla como una burla para él: es un día demasiado hermoso para hacer lo que está por hacer. Y al mismo tiempo, piensa cuando la mujer le pide permiso y él se pone de pie para dejarla pasar, no podría ser un día mejor. Aunque una mofa, la ausencia de lluvia o viento hace que sea el día sea un poco menos deprimente. (En realidad no, pero es más fácil pensar que sí, y eso le da ligeramente un poco más de ánimos).

La ciudad es la misma y es diferente; reconoce las calles, el mercado, la escuela en la que pasó su infancia, el mismo parque que conserva los mismos juegos infantiles ahora reparados y pintados en color verde, una vista distinta a esos juegos oxidados que recuerda de la última vez que estuvo ahí. Una sonrisa se pinta en su rostro de pronto: pero claro que es diferente, han pasado diez años desde que

(terminó con él)

se mudó a otra ciudad. Es claro que todo es diferente. Es como las personas, supone, que cambian con el tiempo, crecen y se hacen más viejas y a veces más sabias o incluso más ignorantes, pero en esencia son las mismas. Y pese a las diferencias es posible encontrar en ellas huellas del pasado: en la mirada, en las calles alargadas, en el tono de la voz o, mira, el quiosco al que iba todos los lunes a comprar el nuevo volumen de su historieta favorita.

Hay algo en todos esos edificios, los viejos y los nuevos, los que son de diferente color; en los caminos, en las calles que tanto recuerda aunque había pretendido olvidarlas, que le llena de nostalgia. El autobús pasa cerca de aquella calle por la que solían bajar a toda velocidad en bicicleta cuando tenían sólo diez años, y es inevitable que una sonrisa aparezca en su rostro. Qué recuerdos, piensa, qué recuerdos y qué distinto es todo ahora, después de que él

(cruzara aquella puerta después de terminar con él)

se fue.

Cada vez está más cerca y en su interior crece el impulso casi infantil de bajarse antes y dar la vuelta, regresar a casa, allá en otra ciudad, en donde su vida no es ni por asomo lo que pensó que sería a los veintinueve, pero en la que no tiene que enfrentarse (tanto) a los fantasmas del pasado. Pero no lo hace, vaya que no, aunque el corazón le palpita con violencia y la camisa se le pega al cuerpo, asqueándolo por su propio sudor. (¿Qué dirá él cuando lo vea así de deshecho?).

Las piernas le pesan cuando se pone de pie. Aprieta los dientes y les (ruega, suplica, implora) ordena mentalmente que se muevan como deben, que no se tambaleen y lo sostengan con firmeza para no darse de bruces cuando da dos pasos y baja las escaleras del autobús.

[Latin Hetalia] Colección ArgenméxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora