2. Memorias revividas

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21/06/2022

A la mañana me levanté con un dolor de cabeza insoportable. La noche anterior fue lo peor, no pude dormir bien, enganchada en esa promesa que hice hace ya tres años.

Después de estar un par de minutos acostada en la cama, soltando leves quejidos por el dolor, decidí levantarme a lavarme la cara. El agua fría golpeó mi rostro, aliviandome un poquito. Me sequé con una toalla y me dirigí a la cocina, arrastrando los pies con pesadez, como si el peso de mis pensamientos se hubiera adherido a ellos.

En la cocina busqué entre los armarios una pastilla que pudiera aliviar mi dolor de cabeza. Encontré una, la misma de siempre, y la tomé con la esperanza de que al menos calmaría ese martilleo constante en mi cabeza. Tras tragarla con un sorbo de agua, me apoyé en el borde de la mesa, dejando que el silencio del lugar se apoderara de mí por un instante.

Aunque sabía que esa pastilla no haría mucho si seguía dándole vueltas al próximo 24 de junio. La fecha marcada en el calendario, un recordatorio implacable de una promesa que, en aquel momento, parecía tan fácil de cumplir. Pensé que después de desayunar, necesitaba algo para distraerme un rato.

Mientras desayunaba un pedazo de brownie y una taza de café, decidí consultar mi dilema con mi mejor amiga. Seguramente ella tendría la claridad que me faltaba en ese momento. Desbloqueé mi celular y le envié un mensaje a Camila, explicándole de manera concisa mi situación y pidiéndole que viniera lo antes posible.

Mientras esperaba su llegada, decidí aprovechar el tiempo ordenando un poco mi apartamento. No es que me preocupara demasiado si estaba ordenado o no para cuando llegara Cami, pero necesitaba despejar mi mente y enfocarme en algo distinto por un rato. Aunque sinceramente detestaba recoger y ordenar, fue lo único que se me ocurrió en ese momento.

Tenía una hora libre hasta que Camila llegara. Mi mejor amiga vivía en la capital, yo decidí mudarme a La Plata después de regresar de Miami. Al fin y al cabo toda mi infancia la pasé aquí. Aunque toda la gente que me importaba estaba a una hora de donde yo me encontraba, tuve que hacerlo .No solo porque la universidad a la que asistía se ubicaba en La Plata, que también es la excusa por la cual mis padres creen que quise mudarme, sino porque no quería volver a encontrarme con la cara que hacía años no le dirigía la palabra. No le guardaba rencor ni mucho menos, pero después de que ninguno de los dos intentó arreglar las cosas por más que pasaron los años, no tenía el valor de hacerlo ahora. Pero había una promesa que seguía ahí, acechándome en cada esquina de mi mente.

Terminé de barrer y ya no sabía qué hacer. Lo había ordenado todo. Así que comencé a caminar por toda la casa, dejando que mis pensamientos inundan mi memoria. ¿Realmente fue mi culpa que ahora no tuviera ningún tipo de relación con él? La ansiedad comenzó a consumirme, y de repente, escuché sonar el timbre. Corrí hacia la puerta para abrir, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

- ¡Forra! -soltó Cami con una sonrisa bien amplia, nada más verme.

- ¡Pelotuda! -respondí mientras nos abrazábamos- Te tardaste una eternidad en llegar.

- Y bueno, qué querés que haga. Vivís re lejos. -dijo mientras se sentaba en el sofá.

- Ya sé... -me senté a su lado.

- Todos te extrañamos allá en capital boluda. -arrancó diciendo de una- Aunque en realidad una hora no es taaaan lejos, no es lo mismo. Solo te vemos los fines de semana y ni eso. ¿Qué les vas a decir a tus viejos y a los demás cuando termines tu curso en la universidad? Les dijiste que volverías nada más te dieran el diploma de contabilidad, y eso es dentro de un mes. -me reprochó Camila. Mí única reacción fue agachar la cabeza- Soy la única que sabe porque te fuiste de Baires. -me levantó la cabeza levemente- No podés evitarlo por siempre. Algún día lo vas a volver a ver, aunque vos no quieras. -me estaba mirando a los ojos.

Antes de perderte - DukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora