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Aún recuerdo la primera vez que lo vi, fue justo después despedirnos de mamá para siempre. Ese día entramos en casa en completo silencio y con los corazones destrozados después de perderla en la batalla contra el cáncer. Oliver se encerró en su habitación y no salió de allí hasta el día siguiente, papá lo hizo en su despacho y yo me quedé de pie en medio de la sala sintiendo su aroma, viéndola en cada rincón de la casa, tratando de escuchar su risa.

Acababa de aprender de la forma más cruel que era la muerte y que nunca volvería a ver a mi madre, la mujer que me había amado con todo su ser. Nunca volvería a comer su comida, a sentir sus caricias, a trenzar mi cabello.

Caminé por el pasillo con el dolor de la pérdida sobre mis hombros, hasta llegar a mi puerta, la miré sollozando con tristeza. Mamá y yo la habíamos decorado con mis colores favoritos el año pasado como un proyecto especial. Nuestras huellas cubrían la parte alta simulando las hojas de un frondoso cerezo y nuestros nombres estaban entrelazados entre las ramas. Viéndolo en perspectiva creo que fue la forma en que mamá se despidió dejando una huella indeleble de su amor hacia mí. Abrí la puerta y caminé hasta el mueble donde descansaban mis muñecas, tomé a Sabrina, mi muñeca favorita y la observé por un rato. Me la habían regalado por mi quinto cumpleaños, y desde que la tuve entre mis manos la había adorado.

—Hola.

Una voz dulce y cálida me saludo y al gírame para ver a quién pertenecía, lo vi sentado en mi silla isabelina color blanco que reposaba en la esquina de mi habitación.

Sonreí y me acerqué para saludarlo. Su cabello era tan negro que casi parecía azul bajo la luz del sol que se filtraba por la ventana. Tenía una bonita sonrisa dibujada en su rostro y sus ojos azules me recordaban el color del mar en pleno verano. Cuando llegué a su altura le tendí la mano, él la tomó y la sacudió como si estuviéramos cerrando un trato.

—Hola, me llamo Emma, y esta es mi muñeca Sabrina, ¿y tú quién eres?

—Hola Sabrina —dijo, tomando la mano de mi muñeca saludándole también-, soy Adam.

—¿Estas perdido?

—No lo sé. —respondió titubeante, y volvió a sonreír.

—¿Quieres jugar? —pregunté, buscando una distracción.

Encogió sus hombros restándole importancia a su estancia en mi habitación.

—Por mi está bien, ¿pero tienes alguna otra cosa que no sean muñecas?

Me acerqué a mi mesa de noche y abrí la portezuela enseñándole mis juegos de mesa. Jugamos hasta que me nos cubrió la noche y papá me llamó para cenar.

Desde ese día, Adam estuvo siempre conmigo, acompañándome en todo momento, siendo mi amigo y mi confidente. Estuvo en mis peores momentos y también en los más felices.

Cuando me acercaba a los once años, mi terapeuta le dijo a mi padre, que mi amigo imaginario desaparecería, pero cuando llegó el momento, Adam se aferró a mi y no pude dejarle ir. Se convirtió en mi pequeño secreto. Poco a poco fui creciendo y Adam lo hacía conmigo, convirtiéndose en un joven apuesto y larguirucho. Me consoló cuando me rompieron el corazón por primera vez, y me susurro las más crueles venganzas contra los abusones de mi colegio.

Llegó cuando tenía cinco años como una forma de sobrellevar el dolor de la pérdida y ahora era una parte vital de mi vida. Adam era la voz de la conciencia y también la misma que me incitaba a hacer cosas descabelladas en nombre de la diversión.

Veinte años después me encuentro de regreso en el mismo lugar donde nos conocimos.

—★—

Escrito en las estrellas (ONC 2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora