Con la daga al cuello

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Walker y yo tomábamos prestada unas horas la sala de entrenamiento de espadas

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Walker y yo tomábamos prestada unas horas la sala de entrenamiento de espadas. Cuando todos terminaban su lección del día es cuando la ocupabamos.

Yo no solía recibir las misma clase que él o los demás, ellos tomaban clases más ajetreadas y yo simplemente posiciones básicas de defensa. Pero eso a Walker no le importó y se declaró él mismo mi profesor. Me enseñó las técnicas que le enseñaban, posiciones y formas de ataque.

Ingresamos al gran área de colchonetas y empezamos a pelear. Yo con mi daga y él con su espada. Al cabo de media hora y que él resultará ganador varias veces, tomamos un descanso.

Me habló y recordó muchísimas técnicas más. Me dijo como puedo atacar y la forma de ver sus puntos débiles. Su padre, quien nos miraba unos metros atrás, salió y le dijo a Walker que volvería más tarde.

Después de tomar mucha agua y comer algunas galletas, reanudamos nuestra batalla.

Con mi daga, más corta que su espada, le di algunos mandobles, evite que me tocará infinidad de veces y al cabo de la lucha bastante extensa logré golpear la empuñadura de su espada, la cual salió volando. Walker dió un traspié y quedó acorralado entre mi daga y el estante donde se guardaba las armaduras.

Apunté mi daga a su cuello y él retrocedía. No decíamos nada pero en su cara vi la impresión, él creía que no podría desarmarlo. En cuestión de segundos su espalda chocó con la estantería.

Coloqué la daga en su cuello y su mentón se elevó un poco. Ahora estábamos cara a cara y su respiración irregular me tocó todo el rostro. Podía ocupar las manos, empujarme y desarmarme pero no lo hizo. Apreté el filo falso en su cuello y tras mirarlo a los ojos, ver lo arrinconado que estaba y lo falsamente débil que lo tenía.

Lo besé.

Walker cerró y abrió los ojos, dio una profunda respiración y sus manos trataron de acercarme a él de nuevo pero solté la daga, que cayó al piso, y me aleje de él.












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ostras, ya se besaron.

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