P R Ó L O G O

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El sol brillaba con fuerza sobre los campos de Sirvana, bañando con su luz dorada la manta real extendida. El Rey John y la Reina Eleonor se encontraban sentados sobre ella, disfrutando de los postres más exquisitos que el cocinero del castillo había preparado con esmero. Sus risas se mezclaban con el murmullo del viento, creando una melodía de paz y alegría.

A lo lejos, los príncipes Alexei y Cadence jugaban entre las flores silvestres, sus risas infantiles elevándose por encima del zumbido de las abejas y el canto de los pájaros. Alexei, con la paciencia de un hermano mayor, perseguía a Cadence, quien corría con la gracia de una mariposa, sus cabellos negros ondeando tras ella como un estandarte real.

—¡Cadence, ven, es hora de comer algo!— llamó la Reina Eleonor con una voz tan dulce como los pasteles que ofrecía.

Los niños obedecieron al instante, corriendo hacia la manta con la energía inagotable de la juventud. Pero justo cuando estaban a punto de alcanzar la seguridad de los brazos maternos, Cadence se detuvo. Algo había capturado su atención: el bosque detrás de ellos, susurrando su nombre con una voz tan antigua como el tiempo.

—¿Cadence?— preguntó Alexei, preocupado por la repentina desaparición de su hermana.

Pero Cadence ya estaba lejos, siguiendo el llamado del bosque. Una mariposa de alas azules se posó en su nariz, y ella rió, un sonido puro que parecía encantar a todo ser viviente a su alrededor. La mariposa, como si fuera una mensajera de los dioses, voló hacia el corazón del bosque, y Cadence, impulsada por una curiosidad insaciable, la siguió.

El bosque la recibió con brazos abiertos, sus árboles susurrando palabras de bienvenida mientras sus raíces acariciaban sus pies descalzos. Pero entonces, la mariposa desapareció, y en su lugar, Cadence encontró un árbol gigantesco, su corteza incrustada con cristales que brillaban con una luz no terrenal.

—¡Cadence!

—¡Princesa!

—¡Cadence! ¡Vuelve aquí!— gritó la Reina Eleonor, su voz llena de un miedo que nunca antes había sentido.

Pero Cadence estaba hechizada, sus ojos fijos en los cuatro diamantes que adornan el centro del árbol: celeste, naranja, verde y gris. Cada paso que daba hacia ellos hacía que el bosque se tensara, como si estuviera conteniendo la respiración.

Y entonces, con la inocencia de la infancia, Cadence tocó las gemas. El bosque estalló en un coro de luz y sombra, y un grito desgarrador rompió la armonía del día.

—¡Cadence!— Alexei fue el primero en llegar a su lado, encontrando a su hermana tendida en el suelo, sus manos manchadas de negro y su rostro sonrojado por el esfuerzo.— ¡Padre, madre, rápido!

El Rey John y la Reina Eleonor llegaron corriendo, el terror reflejado en sus ojos. La reina cayó de rodillas junto a su hija, sus lágrimas cayendo sobre el rostro de Cadence como una lluvia de desesperación.

—¡Mi niña, mi pequeña niña!— sollozó la reina, mientras los guardias se acercaban, sus rostros sombríos por la culpa.

El rey, con manos que temblaban como hojas en una tormenta, buscó el pulso de su hija. El silencio era absoluto, todos esperando el veredicto de la vida o la muerte.

—Está... está viva— anunció el rey, su voz un susurro que apenas se oía sobre el latido de su propio corazón aliviado.









𝐓𝐇𝐄 𝐄𝐋𝐄𝐌𝐄𝐍𝐓𝐒 𝐎𝐅 𝐂𝐀𝐃𝐄𝐍𝐂𝐄/𝐍𝐈𝐂𝐇𝐎𝐋𝐀𝐒 𝐆𝐀𝐋𝐈𝐓𝐙𝐈𝐍𝐄Donde viven las historias. Descúbrelo ahora