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- De rodillas- ordenó el imponente hombre bestia.
Sentado en su propio escritorio, observó a la timida mujer, esperando a que acatara su orden. Sus piernas abiertas en par, recostando su espalda en el respaldar, una sonrisa pícara instalada en sus comisuras mientras su mentón permanecía recargado en el dorso de su mano.
Complacido observó como lentamente obedeció, la sumisión a flor de piel, airoso alargó sus labios permitiendo que sus colmillos filosos hicieran acto de presencia.
Tu expresión demostraba total derrota, la vergüenza pintaba tu rostro y la derrota en tu paladar se expandió, tragaste fuerte y lentamente dirigiste tu vista hacia el depredador que tenías en frente, aquel intimidante león.
Resulta que ahora tu confianza te había traicionado, le propusiste a tu pareja, Leona, jugar un partida de ajedrez engrandeciendote a ti misma por tus increíbles habilidades en dicho deporte; para lograr que tu novio accediera hicieron esta apuesta, consistía en "el rey manda", el ganador podía ordenar cualquier cosa al perdedor y este no podría negarse.
Planeabas sacar provecho, quizás haciendo que te comprara un par de tacones nuevos o algún conjunto, quizás para llenar la despensa, incluso para obligarlo a salir contigo a algún lugar para pasar el rato.
Claro que tu confianza te jugó en contra, y ahora eras un ratoncito atrapado en las terriblemente afiladas garras de un león.
Me compadezco.
La cola de Leona te acarició el rostro con diversión, su mano se dirigió a tu mentón y tiró de él para acercarte más hacía él.
- Pasa algo, querida?- su tono hilarante hizo que tu orgullo te mordiera tu propia lengua como castigo; claro que aquello era humillante, sin embargo debías admitir que el trato brusco despertaba algo en ti que no imaginabas siquiera que en tus adentros podía florecer, puede que la derrota no sea tan desagradable, incluso para tu arrogante trasero.
-De pronto estás muy callada, qué pasó con esa filosa lengua tuya?- se burlaba de ti, apretando tus mejillas con una de sus fuertes manos, obligaba a tus ojos permanecer quietos admirando a tu rey. - Eres muy mala perdedora, deberías de estar complacida ante tu rey.
Aquel estúpido juego de roles, tan humillante y exitante al mismo tiempo. A él le gusta proclamarte como suyo, como un rey y su súbdito, él ama ser adorado, quiere tu atención, que tus ojos no puedan ver a nadie más.
Anhelante a sus peticiones, admiraste desde lo más bajo con tus dos singulares y bellos luceros, lo hiciste temblar. Soltó tus mejillas y con un brusco movimiento en tu mentón te hizo subir, desesperado se inclinó a su perdición, tus labios; un ferviente deseo, él pensaba que tus dulces belfos eran el verdadero paraíso, capaces de derrocar al más glorioso rey, que moriría por la tentación de probarlos, esa eras tú.
