Capitulo 1

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Y ahí estaba yo, metida en un verdadero lío sólo porque a mi mamá se le había ocurrido tener una amiga insoportablemente agradable.

Se habían conocido un día en el supermercado mientras hacían la despensa, y habían quedado prendadas la una a la otra. Recuerdo muy bien haber llegado a casa aquel día y haberlas encontrado en la sala tomando café...

Mi mamá no tenía muchas amigas, pero las pocas que tenía eran increíbles; dulces, amables, cariñosas. Elena Austin parecía ser todo aquello.

Se habían conmovido la una a la otra. Mi papá era invidente y, al parecer, la hija de Elena había sufrido un accidente en el que había perdido la vista. Una tarde, nos contó la situación de su hija. Al parecer, perder la vista había sido un golpe muy duro para ella. Se la vivía encerrada. No quería comer, no quería salir, no quería ver a nadie, no iba a la escuela... Parecía esperar su muerte.

El corazón se me estrujaba en el pecho cada que me daba cuenta del dolor de aquella mujer y, en un arranque, me ofrecí a ayudarla. Sabía que me arrepentiría después porque, con la universidad, las tareas, ayudar a mi mamá en la tienda y mis clases de braille, me quedaría muy poco tiempo para mí, pero no me importó. Yo sabía "ver" el mundo como lo hacía mi padre. Sabía moverme en cualquier lugar y espacio sin ver con los ojos. Veía con el resto de mis sentidos.

Recordaba perfectamente cómo jugaba con mi padre. El vendaba mis ojos y me enseñaba el fascinante mundo de la sensibilidad, el tacto y el olfato... Me había comprometido a ir a intentar enseñarle a la hija de Elena, todo lo que yo sabía. Mi papá siempre había sido un hombre muy espiritual.

Un hombre que creía que el destino era algo irrevocable. Algo que no podía cambiarse, algo que ya estaba escrito y nada, ni nadie, podría modificarlo. Nada pasa por casualidad para el.

Así que ahí me encontraba, caminando rumbo a casa de Elena Austin para ayudar a su hija.

Pude distinguir el número de la casa y me quité los audífonos. Uno de ellos se enredó en mi cabello y luché con él unos segundos para liberarlo. Intenté peinar mi manta de cabello con los dedos, pero fue imposible. Nunca podría verse como los de las chicas de las revistas; me había resignado hacía mucho tiempo atrás. Toqué el timbre de la casa y aguardé unos segundos antes de encontrarme con la amable Elena.

— ¡Engfa!, ¡Hola!, pensé que no vendrías —me dijo. Su voz parecía aliviada

Sonreí un poco mientras ella me guiaba dentro de la casa. Mis pasos eran titubeantes. Se volvió hacia mí un instante y pude notar un destello de miedo tiñendo su mirada. Fue entonces cuando comencé a ponerme nerviosa

—Charlotte es una chica... —se quedó callada un segundo, pensando en la palabra perfecta—, con un carácter especial.—

Intenté sonreír pero estaba bastante segura que mi rostro se pareció más como una mueca, que a una sonrisa. —Puedo manejarlo —dije, intentando sonar segura. Elena sonrió con nerviosismo y comenzamos subir las escaleras. El silencio me ponía los pelos de punta. Nos detuvimos frente a una puerta de madera. Nuestros pasos eran amortiguados por la alfombra del suelo. Elena tocó la puerta pero nadie respondió.

-¿Charlotte? —titubeó. Guardamos silencio un momento que pareció eterno, pero nadie habló—. Charlotte, no quiero entrar sin tu permiso —jamás había escuchado a Elena sonar tan acongojada. Tan asustada.

—Vete —dijo una voz ronca pero distorsionada, desde el interior de la habitación. —Charlotte, por favor... —pude notar como la voz de Elena se quebraba. El silencio lo invadió todo.

Elena me miró y abrió la puerta lentamente, asomando la cabeza por la rendija. Articuló algo que no pude entender y luego dirigió su vista hacia mí, una vez más, negando con la cabeza. —No quiere visitas —me dijo en un susurro, para que ella no nos escuchara. Cerró la puerta y se dirigió a las escaleras. Pude notar como sus ojos se llenaron las lágrimas y entonces, regresé a la puerta, abriendo con brusquedad.

Me quedé congelada. Esperaba a una niña no mayor de doce años pero en ésa habitación sólo estaba una chica. Una chica más o menos de mí edad. Sus ojos estaban perdidos en la nada; su cabello negro estaba alborotado, sobre su nuca y su frente; su piel blanca contrastaba con unos labios rojos y mullidos, y su expresión de confusión era casi igual de grande que la mía.

-¿Quién anda ahí? —dijo con su voz ronca, mientras miraba hacia a todos lados con el entrecejo fruncido.

.....

ESTA HISTORIA NO ES MIA 

Todos los créditos a su autor original: Sam Leon.

Though I Can't See You ❧ Englot G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora