La "comida especial" de Clara se redujo a medio emparedado de atún, lechuga y huevo duro, todo sin rastro de mayonesa. Una Coca Cola light y un caramelo de café perdido en su bolso, fueron los participantes del menú.. Descontenta y desilusionada, Clara rasgaba el mantel de papel de la mesa con sus largas uñas esculpidas. No había duda de que ella misma hubiera preparado un bocadillo más sabroso en casa. El atún del emparedado estaba frío como una piedra de hielo, el pan, duro como una tabla, y la lechuga carecía de esa frescura crujiente que tanto apreciaba. Se acordaba de las palabras de Manuel: "He hecho tortilla y ensalada griega" Pues mira que manjar el de Clara, y encima caro, muy caro. Porque el atún está mas caro que el caviar.
Sí, había habido opciones más atractivas en aquel centro comercial, las había considerado todas. Pero la elección no había sido fácil. Clara tenía una línea que se resistía a cruzar, una línea delimitada por pizzas, tallarines y hamburguesas. Esa línea, según ella, representaba el autocontrol.
Apoyada sobre sus codos y aprovechando el reflejo difuso de una cristalera cercana, Clara se estudió de reojo. Analizó su figura, contorneada por ese uniforme de "mujer oficinista". Ese era el fruto de su autocontrol. Los meses y años de sacrificio estaban grabados en su silueta esbelta y cuidada. Nunca había comido con sus compañeros por ese mismo motivo. "Ellos se pueden permitir correr en el gimnasio para compensar esas comidas, pero yo...", reflexionaba.
Se echó a la boca las migas del pan de semillas a la boca. Demasiado bocadillo para tan poco sabor.
Clara tenía un odio profundo hacia el gimnasio, una antipatía tan palpable que se manifestaba en un visible estremecimiento cada vez que la palabra cruzaba su mente. "Gym" "GYM" Siglas de "Gritos Y Maldiciones" La idea de pasar horas en un edificio lleno de sudor, gruñidos y el monótono repiqueteo de las máquinas de cardio le resultaba completamente desagradable. No le veía el sentido a martirizar su cuerpo de esa forma, a someterlo a un ciclo constante de esfuerzo y recuperación. Lo veía como una especie de castigo por los pecados alimentarios, un castigo que prefería evitar controlando su dieta. Por lo tanto, para Clara, esa línea imaginaria de autocontrol no solo la mantenía lejos de las tentaciones culinarias, sino que también la alejaba de la fatídica tortura del gimnasio.
El reloj marcó las 16:30 y Clara aún no se había dado cuenta, estaba ensimismada con sus pensamientos. De pronto algo la sacó del sueño, un olor. Un dulce olor. El olor a café recién hecho. y entonces comprobó que ya no quedaba tiempo para recargar las pilas de cafeína. Miró la hora y el pánico la invadió. El centro comercial estaba abarrotado aquel día, era viernes y todo el mundo venía a gastarse los cuartos en las tiendas. Caminar por los pasillos eran un infierno. Todo lleno de obstáculos humanos, de cuerpos tontos que no saben como moverse dentro de un edificio público.
Clara odiaba a la gente de los centros comerciales. Odiaba ese deambular extraño que tienen los humanos cuando no saben muy bien que hacer o hacia donde ir. Paso para allá, me paro, sigo, me muevo, me vuelvo a parar, miro... ¡Era insoportable!
"¿Acaso no tienen un destino claro? ¿No hay una tienda específica a la que quieran ir? ¿Cómo pueden deambular de esta manera tan absurda, parándose cada dos pasos, bloqueando el camino de quienes sí tenemos una dirección?" La frustración crecía en su interior con cada pensamiento. "¿Es que no son conscientes de que no están solos, de que su indecisión afecta a los demás? Este constante ir y venir, este teatro de movimiento sin sentido, es exasperante".
De pronto, dio con un obstáculo imposible. A la entrada de la escalera mecánica un señor inmenso apoyado sobre un pilar dificultaba la entrada a causa de su enorme barriga. A Clara se le congeló el alma. Que imagen tan grotesca. Parecía una roca en medio del camino, que digo una roca, ¡una montaña!. Definitivamente Clara debería rozarse con el si quería entrar por la escalera. Con el calor que hacia...
"¿Es que acaso no se da cuenta?", pensaba Clara, "¿No ve que está interrumpiendo el flujo, como una roca en medio de un río?". Su mirada se detuvo un instante en la camiseta descolorida que cubría a duras penas el abdomen prominente del hombre. Clara no pudo evitar una mueca de desagrado al ver la espalda empapada de sudor del señor. "Seguramente está pensando si atiborrarse de una hamburguesa o una pizza. Un rey en su trono de grasa y desconocimiento", especulaba Clara con desprecio.
Con voz templada y digna, a pesar de la ansiedad que bullía en su interior, le lanzó la petición como una daga elegante:
- Señor, ¿sería tan amable de apartarse?
- ¿Por qué? ¿Es que no hay suficiente espacio para usted, señora?
Ese comentario, envuelto en desdén, golpeó a Clara como un puñal envenenado. Su rostro se endureció, y el mundo se volvió ligeramente rojo. Pero se contuvo, sus uñas tallando surcos invisibles en la palma de su mano mientras elaboraba la respuesta más civilizada que su mente revuelta pudo conjurar.
- ¿Para mí? - replicó, sus palabras goteando sarcasmo con cada sílaba. - Dirá para usted - Su tono, aun ligeramente teñido de furia, era sorprendentemente calmado, una acusación velada que resaltaba su descontento, pero que también revelaba su fortaleza.
Finalmente, en un acto de desdén casi palpable, Clara se vio obligada a esquivar al señor obeso. Subió a la escalera mecánica con una impaciencia ferviente, sorteando la risita de fumador del gordo y volteándose solo para devolverle el grácil gesto de su dedo erguido.
El reloj, implacable, avanzaba con rapidez. El margen para su regreso se estaba desvaneciendo. Apenas había iniciado su frenética carrera por la acera cuando recibió el primer mensaje de su compañera: "¿Clari, dónde estás?" Mientras tanto, el bocadillo de atún se había asentado en su estómago como un lastre, exasperado por el calor sofocante. Con la certeza de que prefería llegar tarde a aparecer empapada en sudor, Clara buscó refugio bajo la sombra benevolente de un edificio. Apoyándose en la pared, se abanicó con un folleto de cirugía estética que había recogido en el centro comercial, que se convertiría en su salvación durante la tarde.
Entonces, de nuevo, un aroma familiar y tentador se apoderó de sus sentidos, el olor a café. Esta vez provenía de una cafetería al otro lado de la calle, "Donuts & Café". En medio del golpe de calor, Clara hizo algo inusual: decidió darse un capricho. Después de soportar a la clienta gruñona, al bocadillo de atún mediocre y al gordo en las escaleras, decidió que un retraso de media hora no sería el final de su carrera. Cruzó la calle sin pensarlo más, y fue recibida por el aire acondicionado que emanaba de la puerta entreabierta de la cafetería, semejante al abrazo de un esquimal. Una sonrisa se formó en su rostro, un reflejo involuntario de una pequeña victoria en un día abrumador.
El aroma a donuts recién hechos y café recién molido, y la quietud de una cafetería a media tarde... ¡Era perfecto! Se deslizó en un taburete en la barra mientras esperaba. La camarera estaba ocupada hablando por teléfono en la parte de atrás, pero a Clara no le molestaba. Hoy no tenía prisa. Decidió examinar el local, una imitación barata de Starbucks, atractivamente hípster, sofisticadamente cutre, detestable y adorada a la vez. Parecía vacío, excepto por una mujer. Al principio, no le llamó la atención, hasta que la mujer giró. Ahí fue cuando la reconoció. Tras siete largos años, allí estaba... ¿Podría ser ella? ¿Realmente era ella?
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Sólo un poco - [Feederism] ESP
Genç Kız Edebiyatı[COMPLETA] - Clara tiene un día de lo normal hasta que decide comer algo. Después de una travesía interminable se encuentra a su vieja amiga Laura, pero esta ha cambiado un poco...