Adoptado 2

405 63 5
                                    

Gus se sentó en la encimera de la cocina, balanceando sus piernas mientras observaba a la pelirroja caminar por la habitación. 

Lo primero que ella hizo fue conectar una radio de aspecto antiguo, la cual dejó escapar suaves melodías que aligeraron el ambiente, para luego sacar la leche del refrigerador para servirla en una taza y ponerla a entibiar, mientras en un plato de porcelana blanca colocaba tres galletas con chispas de chocolate.

Cuando el microondas dejó escapar un pitido, sacó la taza y la colocó junto al niño que la miraba atentamente, esperando a que se alejara un poco para coger las cosas. 

Clara observó al pequeño, notando la suciedad de su cabello, por lo que no podía distinguir su color con claridad; parecía marrón, pero sus cejas tenían un tono diferente, por lo que no podía decirlo con seguridad. Sus uñas estaban rotas y con mugre, había varias heridas en proceso de cicatrización en sus nudillos y brazos, su ropa estaba rasgada, sucia y desgastada, además de ser demasiado grande para su cuerpo. 

Gustabo había mencionado que tenía 9 años, pero por lo pequeño que se veía, lucía como un niño de siete con problemas de desnutrición. 

Su rostro era lo que estaba más limpio y sus brillantes ojos azules destacan en medio de su desastrosa apariencia, además de tener múltiples pecas a lo largo de su nariz y mejillas, producto de la exposición al sol. Sus labios estaban partidos y tenía una cicatriz en la base de la mandíbula. 

Evidentemente, el niño estaba en situación de calle. 

Como doctora del hospital público de la ciudad, eran muchos los casos de niños maltratados y descuidados con los que tenía que lidiar, pero pocas veces se encontraba con pequeños sin hogar. Pero sabía que ellos preferían vivir en las calles, antes que entrar al sistema de crianza. 

Se sentó en el taburete más alejado de Gustabo y lo observó masticar sus galletas, como sus ojitos parecían iluminarse con felicidad y una ligera sonrisa pintaba su rostro, además del bigote de leche que se le había quedado. 

Castro no pudo evitar soltar una ligera risa ante lo tierno de la vista y con movimientos suaves le extendió una servilleta. El niño la observó con sus grandes ojos azules, antes de aceptar y limpiarse con brusquedad. 

-Voy a salir un momento, ¿Seguirás aquí cuando vuelva? -Preguntó con una voz tranquila. 

Gustabo la estudió con la mirada, entrecerrando los ojos en señal de reflexión e inclinó la cabeza, para luego terminar asintiendo y concentrarse nuevamente en sus galletas. 

Clara no perdió el tiempo, salió por la puerta principal de la casa y cruzó a la acera del frente, hacia la casa de su vecina. Golpeó la superficie de madera un par de veces y fue recibida por la mujer de cabello castaño y un niño en brazos. 

Sabía que ella tenía un hijo de ocho años, así que le pidió prestado un conjunto de ropa, esperando pacientemente a que ella seleccionara las prendas, para luego volver a su hogar lo antes posible. 

Contuvo un suspiro de alivio al ver al pequeño en el mismo lugar en el que lo había dejado y aprovechando que él todavía no la había visto, se deslizó por el pasillo hacia la habitación principal, aquella que compartía con su esposo. 

Rebusco en su mueble hasta encontrar una toalla mullida de color rosa palo y ahora sí, regresó junto al niño, carraspeando ligeramente para llamar su atención. 

-Pensé que te podría gustar un baño- Sugirió. 

Gus empezó a considerar lo que ella decía mientras terminaba de degustar su segunda galleta, la cual era sin duda una de las cosas más deliciosas que había comido en su vida, rivalizando fuertemente con aquella dona que había encontrado en perfecto estado entre la basura. 

Historias Gortabo y OtrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora