El palpable zumbido de emoción y ansiedad llenaba el aire mientras nos acercábamos rápidamente a uno de los eventos más importantes en la vida de un jinete: la semana de Oro, o como algunos preferían llamarla, la semana de Fuego. A solo un mes de distancia, cada día parecía más cargado de expectativas y anticipación.
En el corazón del distrito de jinetes, la energía estaba electrificada, alimentada por la promesa de lo que estaba por venir. Los murmullos de emoción se extendían como fuego en una pradera seca, mientras los preparativos para la semana de Oro estaban en pleno apogeo. Cada rincón de la academia zumbaba con una energía febril, impregnada de la emoción de los jóvenes aspirantes a jinetes que anhelaban con fervor la oportunidad de unirse a la noble tradición de montar a lomos de un dragón.
Los dragones, majestuosas criaturas aladas, ya habían comenzado a mostrar un interés renovado en nosotros, los estudiantes. Desde las alturas de los muros de la academia, sus ojos ardientes observaban nuestro devenir con una mezcla de curiosidad y evaluación. Y nosotros, a su vez, no podíamos apartar la mirada de ellos, conscientes de que cada movimiento, cada gesto, podía ser un factor determinante en el vínculo que se forjaría entre nosotros y nuestra futura montura alada.
Cada encuentro con un dragón era una oportunidad para demostrar nuestra valía, nuestra destreza y nuestra conexión con el mundo de la magia y la naturaleza que estos seres representaban. Cada mirada cruzada con uno de estos majestuosos seres era un recordatorio de la inminente prueba que se avecinaba, una prueba que definiría nuestro destino como jinetes.
La tensión en el aire era palpable, como una cuerda tensa lista para ser liberada en un estallido de acción y emoción. En cada rostro se podía ver la determinación y el nerviosismo, la excitación y el miedo entrelazados en una danza vertiginosa. Porque sabíamos que en un mes, nuestras vidas cambiarían para siempre, y todo lo que habíamos trabajado y soñado se convertiría en realidad, o se desvanecería como el humo en el viento.
—¿Qué dragón preferís? Yo un Mazo Espinoso Rojo. —dijo Samy, su tono casual apenas ocultaba la chispa de anticipación en sus ojos mientras observaba a los dragones jugar a lo lejos.
—Yo prefiero un Ortiga Blanco, tienen más energía ¿y tu Alma? — dijo Jadriel. Miraba los dragones, todos tenían su encantó, su fuerza y sus habilidades.
—Uno que me aguante en su cabeza, es una tarea complicada. —respondí, tratando de desviar la atención de la conversación hacia algo menos comprometido. Pero Samy no tardó en lanzar una broma juguetona, provocando una risa generalizada que apenas lograba disimular la tensión creciente.
—Claro, estás todo el día con Narael ahí arriba, lo vas a volver loco. —dijo Samy ganándose toda mi atención. —Venga ya, ¿entre amigos, te lo has tirado ya? —añadió Samy, provocando un gesto nervioso en Jadriel y un ataque de risa por parte de Samy, quien recibió mi respuesta en forma de un trozo de pan lanzado a su cabeza.
—No te importa con quien comparta cama Samy, y hay un chico aquí, amigo de él, solo por recordar algo obvio. —dije, señalando a Jadriel con la esperanza de que entendiera mi indirecta. Pero la tensión seguía creciendo, alimentada por la incomodidad palpable en el aire.
—Jadriel es uno más de nosotras, yo me he acostado con Kegan por ejemplo y no muere nadie sabes. —agregó Samy, desatando una serie de reacciones inesperadas. Jadriel casi escupió su zumo en mis botas. —¿Qué?
—¿Qué tu has hecho qué Samy? ¿Con Kegan? ¿El pijo moreno ese de ojos negros que te sigue a todas partes?
—Luego yo soy la enamorada... — Recibí el mayor codazo de la historia por parte de Jadriel, que me miraba con la nariz arrugada.
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El Alma de Rosea
FantasyEn el albor de la creación, cuando el mundo aún se encontraba en el suspiro temprano de su existencia, dioses poderosos vagaban libremente por Rosea, un reino de belleza inconmensurable y magia pura. Estos seres celestiales, dueños de un poder antig...