Introducción

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En los albores de la creación, cuando Rosea se erguía majestuosa y pura, un remanso de serenidad en medio del vasto océano, la armonía reinaba sobre la tierra como una melodía divina. Los ocho dioses, creadores del mundo y sus habitantes, impartieron sus dones con generosidad, otorgando sabiduría, sustento y esperanza a la humanidad, siempre y cuando esta respetara y venerara a la tierra que los acogía.

Pero en el corazón de la oscuridad, en las heladas tierras de Arorion, la envidia y la sed de poder agitaban el alma del dios Murken. Observaba con rencor la dicha de sus hermanos, celoso de su poder y su influencia sobre los mortales. Hasta que un día, su paciencia se quebró y desató su ira sobre los demás dioses, alzándose con un ejército de Dragones de Hielo y seguidores para sembrar el caos y la destrucción.

Ante la inminencia del desastre, los demás dioses se unieron en una desesperada lucha por la supervivencia de Rosea. Visdom, con su sabiduría estelar, advirtió el peligro inminente y dio la voz de alarma, mientras Taywad envolvía las tierras de Arorion en una densa niebla para debilitar las fuerzas enemigas.

Rhyfel, dios de la guerra, lideró el ejército divino en la batalla contra las huestes de Murken, mientras Livy y Syndhead, dioses del ciclo vital y la naturaleza, daban vida sin cesar para contrarrestar la muerte y la destrucción.

Con gran pesar, los mellizos Echo y Erda se juntaron viendo que la cantidad de pérdidas era demasiado. En la fuente de Rosea, está se manifestó y les concedió un gran regalo, recibieron un poder único, una magia que bloqueaba al usuario que se quisiera, volviéndolo una estatua de piedra. Era la única oportunidad.

Tras años de conflicto, cuando la tierra de Rosea yacía exhausta y debilitada por la batalla, llegó el momento crucial. Murken cayó, pero su derrota vino acompañada de un sacrificio supremo por parte de los dioses. Conscientes de que el ego y la ambición podían llevar nuevamente al desastre, decidieron renunciar a su influencia directa sobre el mundo.

El plan divino fue astuto en su simplicidad: dividieron Rosea en cinco reinos, separados por vastos océanos que servirían como barreras naturales. Cada reino tendría su propia identidad y gobierno, pero todos se unirían en un pacto de paz y cooperación. Además, los dioses se petrificaron en lugares estratégicos de la tierra, sellando así su poder y evitando que pudieran ser manipulados por las pasiones humanas.

Pero la esperanza no se desvaneció por completo. Los dioses crearon una nueva generación, destinada a proteger y preservar el legado de Rosea. A estos jóvenes se les confió la custodia de los dragones divinos, criaturas ancestrales imbuidas con el poder de los dioses mismos. Entre ellos se encontraba Galraa, el dragón otorgado por Erda al rey de Brendall, con la misión de salvaguardar su reino de cualquier amenaza que pudiera surgir.

Sin embargo, incluso en la calma aparente, un oscuro presagio se cernía sobre Rosea. Un huevo de sombra, oculto entre las colinas de Arorion por el propio Murken, aguardaba su momento para eclosionar y liberar una nueva ola de caos y destrucción sobre el mundo. La amenaza persistía, recordándoles a todos que la paz era frágil y que el destino de Rosea seguía siendo incierto. 

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Terminó de contar la historia, y mi corazón latía con emoción por lo que acababa de escuchar. Miré a mi abuela con ojos brillantes de curiosidad.

-¿Y Galraa todavía está aquí, nana? - pregunté, balanceando mis pies bajo la mesa, deseando que la historia no terminara tan pronto.

-Según la leyenda, sí, sigue entre nosotros, aunque ya no tiene un jinete, está escondida. -respondió mi abuela con su voz suave y reconfortante, mientras cerraba el antiguo libro que tenía entre sus manos.

Me incliné hacia adelante, ansiosa por más historias. Esta vez, le pedí que me contara sobre aquella poderosa druida que había escuchado de refilón de la boca de algunos compañeros de mis padres.

-¿Me contarías la leyenda de Acanta, nana? -pregunté, con la esperanza de que mi abuela me revelara más secretos del pasado. Mi abuela abrió los ojos como si a leyenda de la mujer pasara frente a ella.

-Acanta fue una druida formidable, cuyo poder rivalizaba con el de los mismos dioses. Sin embargo, nadie supo qué pasó con ella. Solo los dioses conocen la verdad, pues fueron los únicos capaces de controlarla - susurró, dejando que el nombre de Acanta resonara en la habitación como un eco lejano de tiempos pasados.

Mi abuela lo contaba mirando fijamente mis ojos, sin la necesidad de abrir nuevamente el libro, pero antes de que pudiera comenzar a hablar, un golpe en la puerta nos sacó de nuestra pequeña burbuja de historias y leyendas. Era mi padre, lo sentía en el cosquilleo de mi cuerpo.

-Te están esperando afuera, cariño. Ve con cuidado, y recuerda siempre... - mi abuela se detuvo por un momento, buscando las palabras adecuadas para despedirse de mí.

-¡Sé valiente! -exclamé, poniéndome de pie con determinación, lista para enfrentar lo que sea que el destino tuviera reservado para mí.

Con una sonrisa de orgullo, mi abuela asintió, sabiendo que llevaría conmigo el espíritu de valentía adherido a mi piel desde tan joven y que la sabiduría de las antiguas leyendas, incluida la misteriosa historia de Acanta, la poderosa druida cuyo destino sigue siendo un enigma, alimentaba mi alma para nunca querer dejar nada en el tintero.



Lista de reproducción: https://open.spotify.com/playlist/5yWOMLaSI2guVngRRs8Ju4?si=82609d365e58407f

El Alma de RoseaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora