Durante la última semana, he estado esquivando a la mayoría de las personas como si fueran sombras que amenazaban con devorarme. Sentía que el peligro se cernía sobre mí con una presencia palpable, y sabía que arrastrar a gente inocente como Samy, que aún se estaba recuperando de la pérdida de su pareja, hacia mi torbellino de problemas solo los expondría a más dolor. A veces, ella intentaba entablar conversaciones profundas, pero yo había perfeccionado el arte de esquivar estas situaciones sin infligirle demasiado daño. Era una danza delicada entre la distancia y la simpatía, entre protegerla y protegerme a mí misma.
Ahora, mis encuentros sociales se reducían a unos pocos seleccionados: Jadriel, Sazor, Spencer y Alyssa. Ellos eran los únicos que conocían cada detalle de lo que había ocurrido, mis cómplices en este torbellino de secretos y peligros. Se sentía reconfortante tener gente de confianza en la que apoyarse, un refugio seguro en medio de la tormenta. Incluso para Narael, era un alivio saber que ya no tenía que enfrentar sus desafíos en solitario, que había amigos dispuestos a compartir el peso de sus preocupaciones.
Pero sé que la calma relativa que disfrutamos ahora podría cambiar en cualquier momento. El destino es una fuerza caprichosa, cambiante como las mareas, y no podemos prever cómo se desarrollarán los acontecimientos. Vivimos en un constante estado de incertidumbre, donde cada giro inesperado del destino podría llevarnos hacia la luz o hacia la oscuridad.
La convocatoria frente a la familia real había transformado la tranquila academia de jinetes en un escenario de solemnidad y tensión. Los miembros de la realeza, imponentes en sus atuendos regios, se erguían en el amplio salón empedrado, mientras el olor a polvo impregnaba el aire, recordándome la falta de uso que recibía aquel lugar. En la academia, las noticias importantes solían compartirse en el bullicio del comedor o en los campos de entrenamiento, pero esta vez, el escenario era diferente.
El rey Sumuel, con su presencia majestuosa, aguardaba mi llegada con seriedad y autoridad. A su lado, la reina Otadia permanecía recatada, con la vista baja y las manos entrelazadas, demostrando la contención propia de su posición. El príncipe Israel, con su cabellera castaña impecablemente peinada, me observaba con cierto desdén, como si no comprendiera la urgencia de la reunión, una actitud que compartía conmigo, pues tampoco entendía del todo por qué me encontraba allí. El joven infante Ken, apenas un niño de diez años, presenciaba el encuentro con ojos curiosos y expectantes, consciente de que estaba siendo testigo de algo importante para el destino de su familia.
Mientras ellos lucían sus vestimentas reales, yo me encontraba arrodillada ante ellos, vestida con mi humilde traje de jinete. Éramos diferentes en tantos aspectos: origen, estatus, poder. Sin embargo, compartíamos un lazo profundo y poderoso: nuestro amor por Rosea, por nuestra tierra. Ellos estaban unidos por la corona y el linaje real, mientras que yo estaba unida por mi conexión con mi dragona, una unión tan fuerte como cualquier lazo de sangre.
En aquel momento, mientras enfrentaba a la familia real, me sentía como una pieza fuera de lugar en aquel tablero de poder y política. Pero a pesar de nuestras diferencias, todos compartíamos un objetivo común: proteger y servir a Rosea. Y era ese amor por nuestra tierra lo que nos unía, más allá de nuestras disparidades y roles en la sociedad.
El ambiente en la sala se volvió tenso y cargado de drama en el instante en que el rey pronunció esas palabras. Su voz, profunda y carrasposa, resonaba en el vasto espacio, llenándolo con su autoridad y firmeza. Todos los presentes parecían contener el aliento, observando con atención cada movimiento y cada palabra que salía de nuestros labios.
Al escuchar mi nombre pronunciado por el rey, una sensación de inquietud y nerviosismo se apoderó de mí. Mis músculos se tensaron involuntariamente, aunque traté de mantener una expresión serena y digna ante la mirada penetrante de la realeza y los demás presentes en la sala.
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El Alma de Rosea
FantasyEn el albor de la creación, cuando el mundo aún se encontraba en el suspiro temprano de su existencia, dioses poderosos vagaban libremente por Rosea, un reino de belleza inconmensurable y magia pura. Estos seres celestiales, dueños de un poder antig...